A 10 meses del conflicto, lejos quedó la "guerra relámpago" planificada por el Kremlin que, de acuerdo a Jason Opal, profesor de Historia y Estudios Clásicos en la Universidad McGill (Canadá), fue "poco realista por tres"
Por Camil Straschnoy – Télam
Los más de diez meses de guerra en Ucrania acrecentaron la polarización geopolítica y profundizaron la crisis alimentaria y energética global, además de provocar en el terreno una enorme cantidad de muertos, heridos, refugiados y daños en infraestructura que crecen día a día ante un conflicto del que no se vislumbra ninguna salida.
El 24 de febrero pasado, el presidente ruso Vladimir Putin anunció una «operación militar especial» y amenazó con una «respuesta inmediata» para todos los gobiernos que intervengan, en un mensaje que tenía como destinatario no solo a su par ucraniano, Volodimir Zelenski, sino también a las potencias occidentales que ya venían alertando sobre una escalada en la frontera.
Las tropas ingresaron al país vecino desde el norte hacia Kiev, desde el sur a través de la península de Crimea anexada en 2014, y desde el este junto a las fuerzas prorrusas que habitan las provincias separatistas de Donetsk y Lugansk, que previo a la invasión fueron reconocidas como repúblicas por Moscú.
Tras esos primeros avances en dirección a la capital y a Jarkov, la segunda ciudad en importancia, la resistencia ucraniana, el respaldo armamentístico de Occidente (especialmente los misiles Himars enviados por el presidente estadounidense Joe Biden) y las falencias propias, llevaron al Kremlin a fines de marzo a replegar sus operaciones al Donbass.
A partir de agosto y hasta el mes pasado fue la contraofensiva ucraniana la que reconquistó gran parte del terreno que había perdido, incluyendo la importante ciudad de Jerson y otras localidades en las cuatro provincias que el Kremlin había anexado.
A 10 meses del conflicto, lejos quedó la «guerra relámpago» planificada por el Kremlin que, de acuerdo a Jason Opal, profesor de Historia y Estudios Clásicos en la Universidad McGill (Canadá), fue «poco realista por tres razones principales».
«Primero, no tuvieron en cuenta los problemas logísticos de suministro a las tropas y a los blindados a través de las enormes distancias de Ucrania. Segundo, no se dieron cuenta de que el ejército ucraniano se había reforzado con ayuda estadounidense desde 2014, y subestimaron enormemente la moral y la voluntad del pueblo y los soldados ucranianos. Por último, y lo más importante, sobrestimaron sus propias fuerzas», manifestó en declaraciones a Télam.
«En pocas palabras, no fueron capaces de lo que los tácticos llaman ‘armas combinadas’, es decir, ataques coordinados por aire, mar y tierra (y ciberespacio). El ejército ruso tiene mucha potencia de fuego, pero no formación, profesionalidad o competencia. Por ejemplo, un gran número de tanques fueron abandonados durante las primeras fases del conflicto porque sus conductores se quedaron atascados en el barro», añadió el experto en política exterior.
Desde el mes pasado, el avance de la contraofensiva ucraniana se ralentizó y las fuerzas rusas tampoco hacen grandes movimientos, aunque multiplicaron sus bombardeos contra la infraestructura energética en momentos en que las temperaturas ya llegan a bajo cero y movilizaron reservistas tras ordenar una movilización parcial.
«Parece que los combates entraron en una especie de punto muerto, porque los rusos se atrincheraron y fortificaron en el 17% del territorio ucraniano que controlan. Los ucranianos sufrieron grandes pérdidas y están escasos de suministros; para organizar otro gran ataque probablemente necesitarán nuevos tanques, drones y aviones de mayor alcance de la OTAN y Estados Unidos», analizó Opal.
Sin un número oficial de muertos, la versión dada por ambos bandos difiere y desde afuera el único que brindó una cifra fue el jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, Mark Milley, que a principios de noviembre habló de más de 100.000 soldados rusos fallecidos o heridos y estimó bajas similares para las fuerzas ucranianas.
La agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) indicó que el conflicto provocó la mayor crisis de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial, con cerca de 7,9 millones de ucranianos que cruzaron la frontera hacia otros países europeos, beneficiados por una protección temporaria aprobada por la Unión Europea (UE).
Por su parte, la Corte Penal Internacional y Naciones Unidas investigan posibles crímenes de guerra, denuncias realizadas mayormente contra Rusia, que incluyen ataques contra infraestructura civil, asesinatos masivos de la población, tortura, ejecuciones, violación de mujeres y uso de armamento prohibido.
En ese sentido, estos diez meses de guerra dejaron hechos como el asedio a la ciudad de Mariupol, la denuncia de fosas comunes en la localidad de Bucha, la explosión en el puente de Crimea, símbolo de la anexión rusa de la península, y el bombardeo a la cárcel de Olenivka, que albergaba prisioneros ucranianos, entre otras.
También la ocupación rusa de la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, lo que elevó el temor a que haya una catástrofe atómica por un error humano o por los bombardeos, de los que Moscú y Kiev se acusan mutuamente.
Las negociaciones de paz están rotas desde abril, y, más allá de los intercambios de prisioneros, el único acuerdo firmado entre las partes fue el que permitió a partir de la mitad de julio exportar los granos y fertilizantes que habían quedado bloqueados por los combates y las sanciones.
El pacto, alcanzado con la mediación de Turquía y la ONU, es clave para la seguridad alimentaria de países en vías de desarrollo, ya que Rusia y Ucrania, en conjunto, producen un tercio del trigo mundial y grandes volúmenes de fertilizantes.
Este contexto de enorme polarización se tradujo en lo discursivo en acusaciones cruzadas entre las potencias occidentales y el Kremlin, y en lo punitivo implicó una guerra de sanciones que tuvieron como punta de lanza al mercado energético, lo que tuvo una gran repercusión en Europa, principal comprador del gas ruso antes de la invasión.
En concreto, la UE aprobó ya nueve paquetes de sanciones, muchos de ellos con el objetivo de reducir su dependencia energética de Rusia, a las que el Kremlin respondió con imposiciones que van desde el pago del suministro en rublos hasta el corte total de los envíos.
«Estas medidas provocaron una disminución del flujo de gas ruso que llegaba por gasoducto hacia Europa. Eso empujó los precios a un nivel récord, ya que Europa trató de importar Gas Natural Licuado (GNL) del resto del mundo, lo que repercutió también en los mercados que no pueden permitirse comprar GNL al contado al precio actual, como India, Pakistán y Bangladesh. El impacto es un efecto dominó, pero se notó más en Europa en términos de precios», resumió a esta agencia Jack Sharples, investigador del Instituto para Estudios de Energía, un centro autónomo de la Universidad de Oxford (Reino Unido).
Esta fase energética de la guerra tuvo uno de sus momentos más dramáticos con las explosiones de los gasoductos Nord Stream registradas en mar Báltico, en un acto de sabotaje del que Moscú y Occidente se acusan mutuamente.
En el trasfondo se inició en Europa una carrera contrarreloj para lograr los suministros suficientes antes de la llegada del invierno boreal e intentar que el mayor consumo no repercuta en las facturas, ya elevadas ante la inflación récord.
Sharples alertó que la demanda de gas aumentará estos meses de frío no solamente en los países que lo usan como principal forma de calefacción, sino también en aquellos que utilizan más la electricidad, ya que a su vez necesitan el gas para generarla.