Por Carlos Duclos
En un pasaje de su vasta obra literaria, el psiquiatra y psicólogo existencialista Irvin Yalom, narra la historia del rabino Meshulam Zusya, quien al momento de morir llora. Sus discípulos tratan de consolarlo y el maestro dice: «Cuando a la hora del Juicio Final me pregunten por qué no fui Moisés, diré que no nací Moisés; cuando me pregunten por qué no fui Elías, responderé que no nací Elías. ¿Saben por qué lloro? porque temo el momento en que me pregunten por qué no fui Zusya».
En este Día del Psicólogo, y con esta introducción me permito recordar a un gran psicoterapeuta rosarino, médico psiquiatra, pensador o filósofo ya desaparecido, con quien compartí sesiones que me sirvieron para esclarecer un poco más sobre esta ardua tarea de vivir. Alguien que me aclaró en cuanto pudo (lidiando con un abogado del diablo como yo) el significado de la vida. Me estoy refiriendo al siempre recordado y querido Ernesto Rathge, quien me honró con sus mensajes, con su presencia y con su dedicación y vocación de servicio. Un profesional que era un bondadoso agnóstico frente a un creyente con suficientes dudas y crisis de fe, pero que, estoy seguro, de haber Cielo, nadie allí se atrevería a preguntarle por qué no fue Rathge.
En definitiva, la psicología o el psicoanálisis, o simplemente la terapia, no tiene otro propósito que lograr, en cuanto pueden, que el ser humano tenga paz interior. Esta formidable profesión tiene como extraordinaria y sublime misión lograr que la persona alcance eso que el griego Epicuro llamaba la ataraxia y que tanto mencionaba Ernesto en nuestras charlas. Es decir, un estado de ánimo caracterizado por la calma, el reposo, el estar libre de temores.
Para ello, y para volver a Yalom, uno debe conocerse a sí mismo y ser uno mismo y no ese que el mundo espera de nosotros y hace de nosotros. Ser uno mismo, por supuesto, en la concepción de Rousseau, quien sostenía que el hombre nace bueno, pero son las circunstancias del mundo lo que lo desvían o sacan de su camino natural.
Ernesto Rathge fue un buen profesional, una buena persona, y me permitirán recordarlo hoy con estas palabras y con este video y en él a todos aquellos psicoterapeutas quienes, con amor y vocación, ayudaron y ayudan a los seres humanos a vivir un poco mejor.