Con todas las medidas preventivas necesarias, la empresa familiar Ctibor prendió sus hornos y medio centenar de personas volvieron a sus trabajos para empezar a producir
Tras haber estado 50 días cerrada por la pandemia de coronavirus Covid-19, la empresa familiar Ctibor encendió sus hornos y medio centenar de personas volvieron a sus trabajos para empezar a producir. Desde la fábrica de ladrillos de la ciudad de La Plata, salieron los materiales que hace más de 100 años levantaron las paredes de la Catedral y la Legislatura bonaerense.
«Para nosotros la fábrica es nuestra segunda casa y fue muy triste apagar los hornos porque son el corazón de este lugar. Fue bravo, nos mirábamos a la cara con los compañeros y no podíamos creer tener que paralizar la planta por un virus», contó a Télam Martín Gómez, obrero de 45 años que lleva 15 en Ctibor Cerámicos.
Los ojos de Martín, lo único que se ve entre su casco de seguridad y su barbijo, se afligen al recordar el impacto que sintió cuando en marzo el gobierno nacional dispuso el aislamiento social y obligatorio para enfrentar la pandemia de coronavirus permitiendo únicamente el funcionamiento de las industrias alimenticias y la farmacéutica.
Los hornos se apagaron en el predio que Ctibor tiene en el Parque Industrial de La Plata, en el kilómetro 55 de la ruta 2, y sus 115 trabajadores, que durante las 24 horas y en 3 turnos, se ocupan de la fabricación de ladrillos, debieron irse a sus casas a cumplir la cuarentena.
«Los hornos no se pueden apagar de un momento a otro porque se fisurarían, están a 900 grados y no se enfrían rápido, tardan en apagarse tres días y lo mismo para prenderlos», detalló Gómez, trabajador del área de Mantenimiento.
Eugenia y Carolina Ctibor y Andrea Pouchou, las tres bisnietas del fundador de la firma, Francisco Ctibor, son quienes están ahora a cargo de la fábrica y no se desalentaron ante el cierre: «Nuestro bisabuelo era ingeniero, había trabajado en la Torre Eiffel y estaba colaborando en la construcción del Canal de Panamá cuando la fiebre amarilla lo obligó a venirse a la Argentina para salvarse, en una situación muy parecida a esta. Por eso, imaginamos que alguien tan emprendedor como él tampoco se hubiera desalentado en este contexto», contó a esta agencia Eugenia.
Ya en Argentina, Francisco Ctibor, de nacionalidad checa, ganó la licitación del sistema cloacal de la floreciente ciudad de La Plata y decidió comprar un horno de ladrillos Hoffman que ya funcionaba desde 1884 en la zona de Ringuelet en las afueras de la capital bonaerense: «Era un hombre con un concepto fuerte de darle trabajo y vivienda a sus trabajadores, por lo que alrededor de ese horno construyó también casas para los obreros y Ringuelet se fue levantando alrededor de la fábrica», detalló la nieta.
De los hornos Ctibor salieron los ladrillos utilizados en la Catedral de La Plata, en el edificio de la Legislatura bonaerense y la Casa de Gobierno provincial, todos en La Plata y también se usaron esos ladrillos en el edificio Kavanagh del barrio porteño de Retiro, en los docks de Puerto Madero y en el faro de Puerto Deseado, en Santa Cruz.
Pero en la noche del 20 de marzo comenzó el proceso de apagado de los hornos industriales y durante 50 días se mantuvieron cada quien en su casa: «La empresa armó un grupo de Whatsapp para mantenernos comunicados y nuestra pregunta siempre era: ¿cuándo volvemos a producir?, creo que las volvimos locas, pero todos sabíamos que íbamos a volver», retomó Martín Gómez.
Eugenia Ctibor reconoce que esos 50 días sin trabajar «fueron difíciles, de mucha incertidumbre, nunca se había vivido una situación así, fue muy movilizante», dice la mujer, que además es presidenta de la Cámara Industrial de Cerámica Roja (Cicer).
Finalmente, hace unos días, el gobierno bonaerense autorizó que Ctibor volviera a producir, con estrictos protocolos de seguridad: «No veíamos la hora de volver», dijo Víctor Daniel Villanueva que desde 1997 trabaja en la máquina Extrusora de la fábrica, donde la tierra y arcilla proveniente de la cantera propia que la firma tiene en la localidad de Brandsen, ya moldeada como largos bloques humedecidos son cortados y, ya ladrillos, pasan al sector de secado.
Si bien la planta tiene 115 trabajadores, solo se autorizó la apertura con la mitad del personal, que deben cumplir un estricto protocolo: pasar por una cabina de ozono para una desinfección seca; la toma de temperatura; y usar tapabocas y alcohol en gel de manera permanente.
«No es la vida de antes, es todo muy distinto», explicó Gómez y detalló: «No están todos los compañeros, no hay abrazos ni un saludo con beso, ni compartir mates, eso fue un choque; pero había que empezar a trabajar y a cuidarnos continuamente».
Ninguno de los trabajadores, tal como indicó el gobierno, utiliza el transporte público: la mayoría usa sus vehículos particulares y unos 12 se trasladan en remís que paga la empresa: «Además, trabajamos con distancia social y cada operario limpia su sector con lavandina», precisó Villanueva.
Con el rugido de la máquina de fondo y envuelto en el calor que radia la cercanía con el horno túnel, Villanueva sonrió detrás del tapabocas cuando dijo: «Fue hermoso volver, nos faltaba el trabajo… nos faltaba el trabajo».