Tres investigadores analizan la historias de los virus que azotaron al mundo e intentan responder las preguntas sociales que surgen a partir del coronavirus
¿Surgirá un nuevo orden mundial cuando pase la pandemia?, ¿la humanidad adoptará nuevas formas de relacionarse entre sí y con el medio ambiente?, ¿qué magnitud tendrá la crisis económica en puerta? Es imposible saber con certeza cuáles serán las consecuencias del Covid-19. Las preguntas sin respuesta se multiplican en el transcurso de la cuarentena y si bien el horizonte es incierto, algunos científicos revisitan el pasado para aplacar las incógnitas del futuro.
En medio del aislamiento, la doctora en historia del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS) del CCT Mar del Plata y docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Adriana Álvarez, el doctor en Física de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), Rodolfo Pregliasco, y la doctora en Letras del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Vanina Teglia, se dedicaron a investigar el legado que dejaron ciertos hitos y otras epidemias que azotaron a la humanidad en distintos momentos de la historia.
“Yo nunca estudié que una epidemia haya frenado al mundo como lo está frenando ésta. No vi otra que se haya desarrollado de manera tan armónica y casi paralelamente, y que provoque que la mayoría de los países del mundo estén en cuarentena”, destaca Álvarez. “Ni siquiera tengo precedentes de las epidemias del siglo XIX, porque en esa época los barcos seguían llegando, pero se quedaban cumpliendo las cuarentenas”. Álvarez, que estudia la Historia de la Salud Pública, sí ve un denominador común de todas las enfermedades que investigó a lo largo de los siglos incluido el coronavirus: “En todas las epidemias, del siglo XIX y el siglo XX, hubo incertidumbre biomédica, y eso es algo que ahora, en pleno siglo XXI, se repite”.
Según su punto de vista, otro denominador común de todos los momentos epidémicos que estudió es el de la inminente llegada del brote: “Al comienzo siempre se produce una etapa de negación de la enfermedad”, advierte. Las razones de esa negación son múltiples: “A veces se morigera por cuestiones económicas, políticas o para no asustar a la población. En el caso de Argentina, siempre se tendió a pensar que estábamos muy abajo en el globo terráqueo como para que llegaran las enfermedades de otros países. De todas maneras, siempre llegaron”.
Las crisis y las oportunidades
Las primeras enfermedades que azotaron a Argentina -epidemias, enfermedades infectocontagiosas, gastrointestinales y fiebres- dejaron al descubierto, según Álvarez, las carencias del país. Por eso mismo, dice, funcionaron como un motor para que se produjeran cambios en diferentes niveles, como el sanitario; el de la infraestructura urbana; el de la cooperación internacional; y el de la organización ciudadana.
Con algo de eso mismo se encontró el físico del Conicet Pregliasco, unos días antes de que se desatara la cuarentena en Argentina, cuando se disponía a preparar una charla para un congreso de Ciencias Forenses que se realizaría a fin de marzo en Bariloche. La charla que iba a dar era sobre “riesgos fantasmas”, es decir, sobre aquellas cosas que no se sabe exactamente si son riesgosas para la salud. “Mi idea era demostrar cómo la ciencia se aplica en esos casos, donde se hace una demanda por ejemplo por la radiación de los celulares, los alimentos transgénicos o los campos magnéticos, para asesorar a la Justicia a tomar decisiones”, explica.
Para prepararla, Pregliasco tuvo que indagar en conceptos de epidemiología, y dio con un caso que lo conmocionó por las consecuencias que tuvo en la sociedad: el de la epidemia de cólera en Londres en 1854. Finalmente, el congreso y la charla se suspendieron a raíz de la pandemia, pero Pregliasco quedó prendido de esa historia, releyendo libros y documentos de la época, y sorprendido porque aquella epidemia de cólera fue la que provocó que se rediseñaran las ciudades modernas.
“Ahí me enteré de que la ciudad moderna que conocemos se diseña a partir de ésto, porque hasta entonces no había sistema de cloacas, no había sistema de purificación de agua, ni asistencia hospitalaria –comenta Pregliasco-. En ese entonces Londres era muy antihigiénica. Era una ciudad en pleno crecimiento, pero los efluentes se tiraban al Támesis o a los pozos ciegos, que se rebalsaban y se vaciaban en las calles, el ganado se faenaba en la misma ciudad y se lo alojaba en las plantas bajas de los edificios.
Todo eso constituía un escenario de catástrofe. En ese entonces los médicos eran opinólogos, no tenían rigor. Y apareció un médico llamado John Snow, que fue el gran personaje de la pandemia. Junto con el reverendo Whitehead, realizaron un mapa de las personas muertas, y comprobaron que el cólera era provocado por el agua contaminada, y no por los efluvios de miasmas, que era la creencia de la época. Eso produjo un cambio enorme: nació la epidemiología y se creó la red sanitaria de agua tal como hoy la conocemos”.
En Argentina, unos años después, Álvarez trae a colación una historia similar: las epidemias de cólera que se desataron entre 1867 y 1895 en la ciudad de Buenos Aires. Fueron producto de dos factores: el crecimiento poblacional acelerado dado por la inmigración europea, y la actividad comercial concentrada en el puerto de Buenos Aires. En aquel entonces, el crecimiento demográfico y económico, explica la científica, corrió en forma paralela a la falta saneamiento urbano, a las calles inundables, los pantanos, la basura, los olores pestilentes. “Ante esa precaria situación higiénica y el brote de cólera, la primera consecuencia fue que en 1869 comenzara a purificarse el agua destinada al consumo de la población”, apunta la científica.
Fue en ese mismo momento donde comenzaron a aplicarse las cuarentenas, para todo buque que llegara al puerto sin patente o con patente “sucia”, o bien que tuviera enfermos a bordo, justamente para frenar la entrada de las enfermedades exóticas. A pesar de esos cuidados, en 1886 el cólera regresó a Argentina, propagándose en las provincias del interior del país. Además del cólera, en Argentina se propagaba la enfermedad de la viruela, que destapó otra realidad, y fue que la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, carecía de médicos y de hospitales. Aunque la consecuencia de la enfermedad fue positiva: comenzaron a construirse hospitales en mayor número, y no solo de la mano del Estado.
“Una vez superada la crisis, fueron las organizaciones vecinales, de damas de beneficencia y organizaciones filantrópicas las que más se encargaron de esas construcciones, lo que hizo fortalecer a un tercer sector de la sociedad como nunca antes”, asegura Álvarez. “Y yo creo que en esta pandemia del COVID-19 va a pasar algo similar: el Estado no tiene un bolsillo infinito, y el tercer sector puede llegar a tener una gran importancia en un futuro cercano”.
Cuando la unión hace la fuerza
Otra endemia que dejó un nuevo legado fue el paludismo o malaria, presente en nuestro país desde épocas inmemoriales, señala Álvarez. Recién se logró su erradicación hacia 1950, cuando se inició el primer programa de cooperación internacional vinculado a la lucha palúdica, con la colaboración de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Es decir que permitió vislumbrar la importancia de que los países mancomunen sus fuerzas como nunca antes. “Y en el caso del COVID-19, también está claro que se necesita de cooperación internacional para avanzar, por ejemplo, en la búsqueda de una vacuna, y luego en el acceso a ella por parte de todos los países”, dice Álvarez.
En esa línea, Vanina Teglia, investigadora del CONICET especialista en discurso colonial, también considera por estos días que una de las consecuencias de la pandemia del COVID-19 puede llegar a ser la importancia de que el mundo adquiera “un nuevo orden internacional”, que lo reconfigure geopolíticamente.
“Este año se cumplen quinientos años de la primera navegación por el estrecho de Magallanes, +pasaje entre los océanos Atlántico y Pacífico que permitió, para la historia mundial, la circunnavegación del globo –advierte Teglia-. Hoy, ante el indeseado coronavirus, la humanidad toma conciencia de que habita ahora un solo mundo interconectado desde todos los aspectos posibles. Paradójicamente, para contrarrestar la propagación de la pandemia, la única medida a mano y efectiva parece ser el aislamiento, la cuarentena, el cierre de fronteras y el control de la cantidad mínima de viajes internacionales, algo que nunca pensamos que veríamos en este mundo. Es decir que para combatir la mundialización del contagio, se anda marcha atrás sobre los pasos dados hace quinientos años, cuando se buscaba, por el contrario, combatir el aislamiento y conectar al mundo definitivamente. Mientras que aquellas acciones tremendamente esforzadas del pasado procuraban el control del mundo con la expansión; hoy, esas mismas acciones han vuelto al planeta un sitio descontrolado y difícil de contener en su peligrosidad para la humanidad.”.
Hubo otras epidemias en la historia con otras consecuencias. En los años 1930 y 1940, la epidemia de poliomelitis, recuerda Álvarez, trajo como resultada la apertura de centros de rehabilitación. “No había ese tipo de centros antes de eso”, señala. En el caso del COVID-19, la científica vislumbra que uno de los legados puede llegar a ser el fortalecimiento de determinadas actividades industriales.
“Si teníamos una fábrica de pulmotores que fabricaban 17 por mes y ahora fabrica para abastecer al mercado interno y exportar, eso es una consecuencia directa. Lo mismo sucede con quienes fabricaban sweaters y hoy están fabricando barbijos. Es decir que los legados de las epidemias son muchos, son terribles, son traumáticos, porque queda la muerte y el temor, pero también quedan sobre el tapete las fortalezas y las debilidades de una sociedad y qué capacidad tiene para adaptarse al nuevo escenario”.
Por Cintia Kemelmajer