Opinión

Coronita para los niños


Por Carol Bensignor, psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y supervisora y docente en Institución Fernando Ulloa

Freud solía decir que en el soñante o en el artista pervive el niño. Las fuerzas pulsionales imprimirán su sello peculiar, marca de origen que hoy nos sigue convocando a precisar por qué el lugar del niño es un lugar diferenciado, privilegiado. Un niño no es un adulto, nada natural hay en ello.

Estamos hablando de un lugar que no ha permanecido inmutable, sino que a lo largo de la historia ha ido tomando distintas modalidades. Tomemos por ejemplo a los juguetes, o a los objetos específicos para los niños o a la escuela, como la entendemos actualmente; todos ellos surgen con la llegada de la modernidad a diferencia de otra época en que un niño era considerado un «adulto pequeño». Podríamos a su vez recordar al infanticidio en un tiempo más antiguo, o lo reciente que implica hablar de los derechos del niño.

La dimensión temporal nos orienta cuando abordamos lo no conocido, nos permite tomar perspectiva. Quiero decir, que cada época va dando respuestas a las preguntas por el lugar del niño. No podría tratarse de algo natural. Como adultos somos responsables, habremos de advertir la asimetría que la parentalidad conlleva: padres-hijos. Compromiso deseante éste, que causará la llegada de un niño: sus primeras palabras, el reconocimiento en el espejo, la sonrisa, la curiosidad infantil, la intimidad, etc. Enigmas que orientan la búsqueda propia del niño.

De esa textura es lo simbólico del lenguaje, que hasta se contagia también en una pandemia y las palabras vienen a decirlo. Resulta entonces que lo positivo a veces es negativo, lo negativo puede implicar algo positivo. Quedarse adentro ha venido siendo positivo, y ya llegará el tiempo en que el afuera no será tan malo o negativo. Vale también para un test que siendo positivo, es muy negativo. Y podríamos seguir. Positivo, negativo, adentro, afuera, nuestras palabras contagiadas, humanizadas, hacen al cuerpo con el que hablamos.

Y un niño, un niño que juega, un niño que habla, que pregunta, canta, ríe, un niño que ha entendido que con el lenguaje se juega, que con el cuerpo se habla y se hace ficción, nos dice que ha incorporado algo esencial. Tan esencial como un alimento, aquello que lo sostendrá para salir, cuando llegará el momento, al reencuentro con sus pares, con sus objetos apreciados, sus rutinas dejadas o interrumpidas en este tiempo de pandemia. Volver a los espacios físicos, quizás a ver a algún familiar: una vuelta es un re-encuentro. Los niños lo registran: semejanzas y diferencias, presencias y ausencias.

Ahora bien, llegado el tiempo en que vislumbramos cierta salida, este intervalo que anticipa el retorno a… y la salida de… ¿Qué preguntas nos haremos como adultos para sostener el lugar del niño? Este lugar, en esta época y que nos implica. Una salida que es con los otros.

Retomemos la pista que nos guía, ya que si de salir se trata, a jugar, a la escuela tal vez, al encuentro cuidadoso con otros y con la distancia adecuada, o a trabajar también en un después; apostemos a que sea entonces desplegando dignamente esa fuerza pulsional que imprime el sello distintivo de cada uno.

De eso se trata una salida. Sello único y singular que pervivirá, cuál niño para cada quien.