La muerte de su esposa e hijos, la idea del suicidio y un concepto inculcado por su padre que siempre se impuso en el andar del dirigente demócrata: “Levántate”
“Levántate”, fue el lema que Joe Biden aprendió de su padre, sin imaginarse que iba a tener que usarlo tantas veces en su vida. Lo dijo cuando luchaba contra su tartamudez en su niñez y adolescencia. Se convenció de repetirlo cuando murieron su esposa y su hija en 1972, o cuando falleció su hijo en 2015. También cuando se recuperaba de los aneurismas cerebrales que sufrió, o cuando pensó en suicidarse. El dirigente demócrata se quedó con la presidencia de los Estados Unidos, pero antes tuvo que transitar una vida plagada de tragedias y de ejemplar resiliencia. “Dios me iluminó”, repite el hombre criado en una familia de clase trabajadora y de creencia católica.
Las desgracias que carga sobre sus hombros, dicen, forjaron su personalidad y moldearon su carácter. Un 18 de diciembre de 1972, con Biden recién elegido como senador y días antes de ocupar su escaño, su primera esposa Neilia sufrió un accidente de coche cuando se dirigía con sus tres hijos a comprar un árbol de Navidad. Murieron ella y la pequeña Naomi, de poco más de un año, mientras que sus otros dos niños resultaron heridos. Cada noche y hasta recibieron el alta, Biden tomaba el tren para ir al hospital a ver a sus hijos y allí juró su cargo, mientras cuidaba de ellos.
Cinco años después de aquel accidente, Biden se casó con Jill Jacobs, entonces estudiante de la Universidad de Delaware y más tarde también profesora de inglés, primero en Wilmington y luego, en la universidad. Con ella tuvo una niña a la que llamaron Ashley Blazer. Pero la alegría no duraría mucho tiempo.
En 1988, tras unos meses de frecuentes y fuertes dolores de cabeza, los médicos le detectaron dos aneurismas cerebrales que necesitaban ser operados de urgencia. En su libro, explica cómo cambió su postura frente a la muerte. “Tal vez debería haber tenido miedo, pero estaba en calma. Estaba como flotando en el mar. Me sorprendió, pero no tenía miedo de morir. Hace mucho tiempo había aceptado que la vida no garantiza un trato a todos por igual”.
Sin embargo, décadas más tarde, cuando era vicepresidente (2009-2017) con Barack Obama, murió su hijo mayor, Beau, en 2015. El ex fiscal general de Delaware falleció por un cáncer cerebral detectado dos años antes. Tenía 46. «Prométeme que estarás bien, papá», le dijo antes de partir. Desde ese día, todos los domingos Biden acude a la parroquia de San José. Allí en un cementerio descansan sus padres, su primera esposa, su hija fallecida y Beau, bajo una lápida decorada con una pequeña bandera estadounidense. «Cada mañana me levanto (…) y me pregunto: ¿Estaría orgulloso de mí?», contó en una entrevista de campaña con el presentador Jimmy Kimmel.
«Levántate, levántate después de haber sido derribado».
El propio Biden, contó más tarde, llegó a dudar de si podría seguir hacia adelante. Llegó a entender porqué alguien podía pensar en suicidarse. «Sentí que Dios me había estafado y yo estaba enfadado», contó. «Me sentía atrapado en un vértigo constante», explicó
«Empecé a comprender cómo la desesperación lleva a la gente a acabar con todo. Pero miraba a Beau y Hunter dormidos y me preguntaba quién les explicaría mi ausencia. Y supe que no tenía más elección que luchar para seguir vivo». Juró el cargo de senador en la habitación del hospital, junto a sus hijos. Se volcó en ellos y en el trabajo.
En su familia se enfrentó también a otros problemas, como las adicciones a las drogas y el alcohol de su hijo Hunter. Este siempre se apoyó en su hermano Beau. Cuando falleció vivió un romance con la viuda, su cuñada, durante dos años. Las adicciones familiares también afectaron al hermano y el padre de Biden; ambos tuvieron problemas con el alcohol.
Sin embargo, el aspirante demócrata sabe de resiliencia; del mantra que le inculcaron sus padres: «Levántate, levántate después de haber sido derribado».