El músico protagonizó anoche un agridulce concierto en el porteño estadio Luna Park. Gran performance aunque fue breve
El músico protagonizó anoche un agridulce concierto en el porteño estadio Luna Park. Gran performance aunque fue breve
En una nueva función del espectáculo «La Torre de Tesla», con el que retomó las actuaciones en público en febrero de 2018, el gran astro del rock argentino dio un correcto show, incluso con algunas gemas, en especial en el inicio; pero no llegó a mantener la intensidad y, cuando parecía que estaba a punto de despegar, tuvo un inesperado final.
Pero aunque los 55 minutos de música y la breve e improvisada versión de «Desarma y sangra», como único bis, pareciera haber dejado en el ambiente un clima de satisfacción musical, lo cierto es que la actuación del hombre del bigote bicolor apenas cumplió y tuvo algunos chispazos, pero no descolló en ningún momento.
La genialidad de la obra de Charly, su capacidad para captar el sentir del argentino en distintos momentos de la historia y la belleza de sus melodías son acaso los aliados que le permiten algunas licencias que el público sólo pareciera permitírselas a él.
Caso contrario, ¿en el concierto de qué artista el público toleraría menos de una hora de show, una paciente espera de 45 minutos por los bises, y un regreso al escenario del artista con una confusa versión de una preciosa composición, para luego dar por terminado el show ante la mirada atónita de sus propios músicos?
Ese podría ser el resumen más sencillo de lo ocurrido en el Luna Park, pero un artista de la dimensión de Charly García merece una descripción con detalles más precisos.
Bajo el título «La Torre de Tesla: Una analogía de la utopía», y en medio de un clima que había levantado temperatura con cánticos del público vivando al nuevo presidente Alberto Fernández, el concierto comenzó en un nivel muy alto con «No llores por mí, Argentina», tal vez una prueba de las certeras que pueden resultar las palabras de García en distintos momentos de nuestra historia.
La imágenes de fondo que combinaban escenas de la película «Gothic» con escenas de la Guerra de Malvinas, dejaron su paso al famoso segundo gol de Diego Maradona a los ingleses mientras se sucedía «Yendo de la cama al living», el segundo tema del show.
Hasta el momento, Charly demostraba grandes progresos en su canto en relación a las presentaciones anteriores y la banda, integrada por Fabián «El Zorrito» Quintiero, en teclados; Rosario Ortega, en coros; y el trío chileno que conforman Toño Silva, en batería, Carlos González, en bajo y Kiuge Hayashida; se mostraba ajustada, aunque contenida.
Estas características se mantuvieron hasta el final del concierto, al punto que la larga espera por un bis dio la sensación de que también llevara implícitala esperanza de que la banda explotase alguna vez.
A partir de allí, Charly optó por combinar canciones de su etapa Say No More, con algunos clásicos de su época de oro, como «Cerca de la revolución»; «Parte de la religión», con un final que recordó a «On Broadway», de George Benson; y «Canción del 2 por 3».
Intercaladas sonaron «In the city that never sleeps», a la que presentó como «una canción que compuse hace poco», aunque tenga más de diez años; «King Kong»; la celebrada «Asesíname»; y «El aguante».
También hubo algunas piezas de «Random», su más reciente trabajo, como «Rivalidad», «Otro» y «Lluvia», en donde ironizó sobre su famosa zambullida a una piscina desde un noveno piso al expresar: «Todos somos iguales ante la ley. ¡Sí! ¡Ante la ley de gravedad!».
Todo esto sonaba en medio de una escenografía en donde en el medio se erigía una réplica de la torre creada por Tesla y de fondo había una pantalla que proyectaba viejos filmes clásicos, como «Psicosis», «Toro salvaje» y «Los productores».
Para el final del concierto, Charly se reservó «Rezo por vos» y «Demoliendo hoteles», en dos vibrantes interpretaciones que parecían vaticinar una bisagra en el show entre una parte correcta y previsible, y otra con sorpresivos clásicos memorables y una banda desplegando su capacidad al máximo.
En cambio, lo que siguió fue un final abrupto, una espera calma que sólo tomó color cuando gran parte del estadio comenzó a cantar «La marcha peronista» (una rareza en un concierto de rock que, salvo en 1973, es difícil arriesgar si ocurrió alguna otra vez) y un tibio regreso.
«¿Todavía están ahí?», preguntó Charly, que con sus teclados intentó algunas variaciones sobre «Desarma y sangra», entonó una versión reducida y se retiró definitivamente del lugar, mientras el guitarrista, que en vano se había colgado su instrumento, miraba desconcertado, al igual que el baterista que ya había ocupado su banqueta. Sólo así, la gente comenzó a retirarse del estadio, sin quejas, como si hubiera sido eso lo que habían esperado tantos minutos, o como si a Charly se le perdonase todo.