Opinión

Aprovechemos de día que el virus duerme


Por Carlos Duclos

Está claro que ni el presidente Fernández, ni el gobernador Perotti, ni el intendente Javkin, ni los científicos que los asesoran, son responsables de la aparición de este virus que ha dado vuelta la vida de todos en el mundo. Virus que para algunos no es ni más ni menos que el resultado de una acción u omisión cuanto menos “rara”. Esa cuestión es al margen. Pero está claro también que, como otros gobernantes a lo largo y ancho del planeta, tienen la obligación de poner en práctica acciones para atenuar (de ningún modo poner fin, sino solo atenuar) los peligrosos efectos de este flagelo.

En estas circunstancias, y ante el desconcierto e ignorancia de los mismos científicos que desconocen muchos aspectos de este virus, los gobernantes han tratado de hacer algo. Hacer algo con los escasos recursos que se tienen en cuanto a logística y conocimiento del comportamiento viral y a la espera de una vacuna que salve a la humanidad de este desastre.

En el mientras tanto, en Argentina, en Santa Fe, en Rosario, se han adoptado algunas medidas como la llamada “cuarentena” o aislamiento social, y algunas otras que, está visto, son insuficientes o no dan los resultados deseados, pero que en algún punto han servido. Por ejemplo: no se puede negar que el aislamiento era necesario, aunque deba debatirse sobre la extensión del mismo y el momento de su aplicación. En defensa de las autoridades, debería expresarse que apostaron, tuvieron la esperanza, de que una prevención temprana reduciría los efectos del virus. Es posible que así sucediera, es posible que sin aislamiento temprano hoy los argentinos debieran lamentar más casos, más muertes. Eso de que el aislamiento permitió poner al día el sistema sanitario tiene poca contundencia, porque lo mismo se hubiera podido realizar tal cometido con mayor flexibilización. Mayor flexibilización no es “vale todo”.

En defensa de todas las autoridades, debe decirse que el comportamiento de cierta parte de la población no fue el requerido: no se respetó el aislamiento, ni la distancia social, ni el uso de barbijos, ni muchas de las medidas sugeridas y aconsejadas para atenuar la fiereza del virus. Pero aquí comienza otra historia: ¿qué hicieron las autoridades de cada distrito, de cada municipio en tal sentido?

La flexibilización del aislamiento, necesario para una economía que se derrumba y que se traga comercios, pequeñas industrias, profesiones y fuentes de trabajo, requería y requiere el respeto de protocolos para mitigar (de nuevo mitigar y no poner punto final) los efectos del virus. Pero estos protocolos en muchos casos no se respetaron y las autoridades no los hicieron respetar. Se ha visto y se ve, en la ciudad de Rosario, grupos de personas, a veces numerosos, en los parques, en las calles, que no respetan la distancia social; ha ingresado a la ciudad gente proveniente de otras provincias altamente contaminadas sin filtro alguno; se ha visto y se ve deambular a personas sin barbijo o mal colocado y otras irresponsabilidades sociales que no han contado con el control y la firmeza del Estado para impedirlas. No ha habido en su momento suficientes testeos para detectar casos y neutralizar la propagación.

Ahora, ante esta situación que comienza a alarmar en la ciudad de Rosario,  se adoptan medidas, por parte de los gobiernos provincial y municipal, que, la verdad sea dicha, parecen más para mostrar que se hace algo que para tratar de dar solución a este problema que, hay que remarcarlo, solo una vacuna (ojalá así sea) le pondrá fin ¿De veras que el cierre de toda actividad a las 19.30 horas va a atenuar los efectos del virus? ¿Es que acaso el virus tiene hábitos nocturnos y durante el día duerme? Estas medidas, que sin lugar a dudas afectan al rubro gastronómico en estado de coma y que terminará muriéndose con la pérdida de miles de fuentes de trabajo, poco o nada significan a la hora de los resultados.

Lo increíble, en una situación crítica sanitaria y mucho más crítica económicamente, es que los Estados provincial y municipal salgan a hacer inspecciones para ver si los comercios o empresas (tambaleantes algunos y otros caídos), tienen sus papeles en regla. Lo increíble es que se clausuren comercios, se apliquen multas a quienes están asfixiados y al borde de la extinción. Las únicas inspecciones que amerita este desastre hoy, es el cumplimiento efectivo de protocolos de higiene y seguridad que evite enfermedad y muerte. Salir a inspeccionar sobre si un quiosquero o un pequeño comercio, en este instante desastroso económicamente hablando, tiene provisoriamente un empleado informal, o se le venció un papel que no reviste ninguna importancia, es contraproducente, casi falto de sentido común. Lo curioso, lo increíble, es que el “Estado inspector”, es el mismo que incumple con las normas pagándole a sus empleados fuera de término, o negándoles el derecho a los trabajadores estatales a paritarias, a mejoras salariales conforme a la urgencia. Es el “Estado inspector” que desde hace años tiene a trabajadores en calidad de contratados, sin que puedan acceder, luego de tiempo dedicado a su labor, a un empleo estable y digno.

Por otra parte cabe una pregunta: ¿con la misma prontitud y celo con el que se restringen actividades y clausuran comercios, se eximen de pagar impuestos tales como Ingresos Brutos, Derecho de Registro e Inspección y otros, al comerciante y al pequeño empresario de rubros que están al borde de la desaparición? ¿O el Estado siempre está presto para recaudar y nada más?

No se trata de convalidar lo ilegal, lo contrario a la norma, ni de permitir lo que sea, se trata de ser flexibles, de comprender que hay un estado de la economía excepcional y que arrastra a comerciantes, pequeños empresarios y trabajadores a la depresión, a otro tipo de muerte.

El virus no sólo trabaja de noche y el cierre de toda actividad a las 19.30 no parece ser la solución. Se necesita más compromiso social y especialmente más control del Estado no sobre cuestiones superfluas en esta trágica realidad, sino sobre aquello que importa: respeto de distancia social, uso de barbijo, elementos de bioseguridad, no aglomeraciones, testeos, etcétera. Es decir eso de lo que hasta ahora hubo poco y nada, aunque las gacetillas de prensa quieran decir otra cosa.

En fin, como dijo mordazmente un vecino: «aprovechemos a salir de día que para la autoridades  parece que el virus en esas horas duerme».