Por Esteban Magnani, periodista especializado en tecnología, director de la carrera de Medios Audiovisuales y Digitales de la Universidad Nacional de Rafaela.
Hace quince años Jack Dorsey, el CEO de Twitter, estrenó su red social con un: «simplemente instalando mi twtte». Quince años después ese tuit fue subastado por dos millones y medio de dólares. La compradora se llevaría un certificado digital y un registro en blockchain ratificando su propiedad.
De cierta manera estos dos extremos de la historia de Twitter representan fielmente lo que ocurrió en esta década y media con internet: de un comienzo que prometía igualar las posibilidades de expresarnos en un camino hacia la democracia perfecta, por fuera de los Estado o el mercado, a una actualidad donde (al menos en occidente) un puñado de cinco empresas domina desde las búsquedas en internet, hasta el e-commerce, de la publicidad al negocio de la nube. La lógica financiera metió la cola y los sueños utópicos se trocaron en pesadilla. Para peor, Twitter ni siquiera se cuenta entre el selecto grupo de ganadores.
En el año 2020 la empresa generó ingresos por más de 3.700 millones de dólares, pero terminó perdiendo más de 1.135 millones, aunque la mayor parte fueron por impuestos únicos. La empresa solo obtuvo ganancias en el período que va desde el primer trimestre de 2018 y el primero de 2020, con un pico en el segundo de 2019. En el resto solo tuvo pérdidas. Es que la empresa no logra consolidar su modelo de negocios, sobre todo publicitario, pese a tener 152 millones de usuarios «monetizables» por mes en el último trimestre de ese año, número alto pero muy inferior al de Facebook que supera los dos mil ochocientos millones de usuarios mensuales. Por eso en las últimas semanas anunció una serie de novedades que le permitirían (¿ahora sí?) tomar la senda de la rentabilidad: Spaces, para audios en vivo; Fleets, algo parecido a la historias de Instagram; Super Follows, que permitirían hacer pago a los creadores. También adquirió Revue, un sistema para hacer newsletters.
Así es que la quinceañera debe enfrentar dos variables que se afectan mutuamente: la necesidad de encontrar un modelo de negocios y de desintoxicar sus redes. Cuantas más purgas realiza para quitar bots y trols o reducir las campañas de desinformación, más dudas surgen sobre cuánta actividad genuina hay en Twitter y qué alcance tiene, algo determinante para los anunciantes.
Así las cosas, el sueño democrático se ha trastocado en una pesadilla con grupos de interés, fanáticos, acosos, campañas de desinformación, manipulación política y hasta el presidente de la nación más poderosa del mundo que aprovechan la irregularidad de los filtros para lanzar mensajes tóxicos a la sociedad seduciendo, horrorizando y, sobre todo, polarizando. Cabe preguntarse si son mayoría este tipo de mensajes, pero lo que es seguro es que se usan para instalar, junto a un ecosistema complejo, «lo que dice la gente». Lo que antes hacían unos pocos medios para «crear realidad», aunque con algunos límites, ahora se disputa en las redes sociales entre quienes tienen el dinero y el poder tecnológico necesarios para llevarlo adelante. No es un feliz cumpleaños.