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A pulmón y corazón, y con 71 años, le da de comer a 80 familias


Fotos: Facebook (Marina Gonzalez)

El amor, el trabajo incansable y el empuje de Marina llevan adelante desde hace casi treinta años un merendero que ofrece comida en el barrio Alvear

Por Gina Verona Muzzio

Pocos imaginarían que en un cuerpo de un metro cincuenta y cinco centímetros y 71 años podría entrar un corazón tan grande como el de Marina. El amor, el trabajo incansable y el empuje de una mujer llevan adelante desde hace casi treinta años un merendero que, actualmente, ofrece una comida diaria a 80 familias de barrio Alvear y alrededores. Muchas veces, esa merienda es la última comida del día para quienes asisten al lugar. Por eso, una vez por semana o cuando cuenta con los alimentos, también prepara algo para que cada uno pueda llevarse y cenar. De lunes a viernes, las puertas del Centro Comunitario Sagrado Corazón, que funciona en su casa, se abren a las 16 y reciben con los brazos abiertos a todos los niños que se acercan.

“El 20 de agosto de 1991 empecé con uno, dos o tres chiquitos y hoy tengo 80 familias. De lunes a viernes les damos la merienda y, cuando podemos, algo para hacer un arroz con pollo, una comida una vez por semana”, relató la mujer a Con La Gente. Y añadió: “En el barrio pasa de todo, hay que tratar de superarlo”. El merendero cuenta con aportes del Estado provincial y municipal, pero no alcanzan a cubrir la gran demanda, por lo que también se reciben donaciones.

Marina González dialoga con CLG desde su humilde vivienda de Pasaje Hutchison al 4200, a la altura de Garibaldi al 2300. Cuenta que comparte el terreno con su familia, pero que el garaje, que convirtió en centro comunitario, es suyo.

Nació en el norte de la provincia, en la zona de La Forestal, casi en el límite con Chaco, por eso algunos la llaman “la Chaqueñita”. Vivió en carne propia muchas de las carencias que los chicos del barrio sufren cada día. “Yo soy del campo, criada entre la basura, el algodón, descalza. Cuando conocí a mi marido tenía 13 años y fue la primera vez que me puse unas zapatillas nuevas, nunca había tenido”, recordó.

La emprendedora mujer trabajó como portera en la escuela Nº 799 Anastasio Escudero durante 35 años. Poco antes de cumplir los 40 sufrió una caída y convulsionó. Así fue que le diagnosticaron epilepsia y de a poco tuvo que retirarse del trabajo. Angustiada, se decía a sí misma “no voy a servir más”. Sin embargo, desde entonces trabaja más que nunca. ¿Será el destino que la hizo nacer un 1º de mayo?

Con el tiempo, pudo cumplir su sueño de tener una copa de leche, pero tiene uno aún mayor: “Yo cerraría los ojos y pediría que el día de mañana, que yo no esté más o no pueda servirles a mis nenitos, que se terminen los merenderos, que se terminen los comedores, que los chicos puedan comer en la mesa de sus casas. Yo crié cuatro hijos de forma muy humilde, pero gracias a Dios mis hijos estaban sentados en una mesa. Eso le pediría a Dios”.

Cómo empezó todo

Remontándose a cuando empezó a hacer realidad su sueño de tener un merendero, Marina rememora: “Había una familia, Paniagua, en la que la mamá había quedado sola con cuatro varones. En la escuela hablábamos en los recreos, en el comedor con la mamá y yo le pregunté si cuando salíamos me dejaba llevarlos a merendar a casa. La primera vez fueron dos, la semana entrante traje los cuatro y así nunca paré. Y se armó el merendero”.

González recuerda también que el nombre lo eligieron con quien en ese entonces era director de la escuela. “Bolzicco me dijo que si llegaba a poner una copa de leche, como era mi sueño, le pusiera Sagrada Familia. Y ahí quedó”.

“Hacemos 40 litros de leche por día. Antes de la leche preparamos mamaderas para las mamás que vienen con sus bebés y esperan a los chicos en la puerta. Algunas vienen desde lejos, yo no las puedo hacer ir y venir. Estamos viviendo tan mal, que tenemos que entendernos y ayudarnos entre nosotros. A mí me dan y yo les doy a ustedes lo que me dan, es una cadena”, afirmó Marina.

Al servir la leche cada día, el alma del merendero Sagrado Corazón, que cuenta también con voluntarios del barrio y otros lugares de la ciudad, no olvida sus orígenes: “Me crié sin papá, sin nada y deseaba sentarme en una mesa a comer con mi familia. Yo nunca perdí la esperanza. Tengo el corazón grande. Soy feliz con lo que hago. Yo no soy una víctima, soy feliz”.

“Aprendí que pedir no es pecado, yo mangueo, pongo que no me alcanzó para la leche, ahora tengo las garrafas vacías. Aparece la gente y aparecen las cosas”, cuenta entre risas. Pero se pone seria al narrar la situación que se vive en el barrio: “Me cuesta a la tarde cuando llegan esos inocentes y no alcanzan a entrar que quieren pan, bizcochos. Yo estoy a dos cuadras de la escuela, comen bien al mediodía ahí, vienen al merendero y se van a dormir con lo que comen acá”.

Ampliar el espacio y el corazón

Con la gran cantidad de niños que se fueron sumando en los últimos tiempos, el espacio del merendero está quedando chico. “Estamos entrando re amontonados”, dice Marina. Por eso, un grupo de voluntarios está emprendiendo una serie de reformas y arreglos para que los chicos puedan seguir yendo a merendar en las mejores condiciones posibles. “Están arreglando el baño, que tiene 50 años, se va a hacer uno nuevo para los chicos, una cocina”, explicó la mujer.

“Es como un garaje, tiene 19 metros de largo por 4 metros más o menos de ancho. Van a tumbar paredes y hacer más grande el lugar, porque ya no entramos”, agregó.

Por eso, todo aquel que pueda colaborar puede contactar a la entrañable Marina a través de Facebook o Instagram, o acercarse al centro comunitario, donde siempre será bienvenido con un mate cocido calentito.