Por Liliana Nartallo
“Mi amiga de la vejez”
Este martes, los medios daban a conocer el fallecimiento de la reconocida pediatra y terapeuta familiar, Mirta Guelman de Javkin. Los titulares y las notas hacían mención a su trayectoria, a los libros que había escrito y a su lucha incansable por los derechos de los niños y adolescentes. Todos halagos merecidos por su labor continua y por su mente brillante. Este escrito es un poco personal, quiero hablar de otra Mirta, de la que cada tanto se encontraba conmigo a tomar un café o su agua tónica con limón y me decía que la nuestra era una amistad de la vejez, ya que la entablamos hace unos años intercambiando opiniones y libros y de allí en más el lazo que se creó fue de un gran cariño mutuo.
Quiero hablar de esa mujer que estaba atenta a lo que necesitaba su marido y en medio de la charla le recordaba alguna cosa o le decía que ya estábamos por terminar que lo esperaba ahí y me comentaba que a esta edad el compañerismo era tal que se cuidaban mutuamente. Quiero hablar de esa madre y abuela orgullosa de sus hijos y de sus nietos que en más de una ocasión me habló del trabajo silencioso de Natia a favor de los chicos del jardín o de su nieto adolescente que componía música, entre otras cosas.
También quiero recordar su especial sensibilidad cuando me contó que sus padres la sentaron a ella y a sus hermanos para explicarles que ese día era muy especial porque se había aprobado la “Declaración de los derechos del niño”, desde muy chica se apasionó por todo lo relacionado a la defensa de la niñez. Con mucho amor me habló del nacimiento de su hermana Elen y su cabello rubio, de la muerte de su hermano Julio a quien adoraba y por supuesto charlamos sobre su madre y su padre, don Marcos Guelman y del memorable discurso que dio, ya siendo abuelo, con motivo del 75 aniversario de la escuela Pestalozzi a la que había asistido, que tengo guardado, y que le valió la felicitación de la Ministra de Educación. También supe de su preocupación por los cartoneros que pasaban por su casa a buscar revistas y de su aprecio por Petrona a la que consideraba parte de su familia y no su empleada. Muchas más cosas podría recordar pero las lágrimas juegan una mala pasada y los ojos se nublan.
Querida Mirta, te voy a extrañar, gracias por el tiempo que me dedicaste a mi y a mi hija Juliana, nuestra última charla fue por teléfono el 21 de setiembre pasado y me contaste lo que te estaba pasando y dijiste “no te enojes si no te contesto por un tiempo los mensajes”, a lo que te respondí “nunca me enojaría con vos, te quiero mucho amiga de la vejez…”.
Tu paso por este plano existencial sembró semillas que vivirán en los frutos, marcaste una huella indeleble con tu amor, tus consejos, tu ayuda y tu sabiduría, hasta siempre Mirta y como en este universo nada se pierde, todo se transforma, seguro que ya sos luz que nos ilumina desde la eternidad.