Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
El gobierno nacional festeja tímidamente en medio de un tembladeral de dimensiones, y no es para menos. La cumbre entre Alberto Fernández y Lula trajo buenas noticias para la Argentina. El acuerdo que se encaminan a firmar ambos países, permitirá excluir al dólar como moneda de pago del comercio exterior, lo que le quitará presión al Banco Central ya que disminuirá la demanda de dólares para el financiamiento de las importaciones. Según se informó a través de la comunicación oficial, se estableció que las importadoras argentinas podrán abonar sus pagos en pesos, pesos que luego el Banco Central Brasileño transformará en reales. En realidad el SML (Sistema de Pagos en Moneda Local) ya existe desde hace 15 años, pero por diversas razones sólo representa sólo una pequeña porción de las operaciones que se realizan. El gobierno brasileño, por su parte, se comprometió también a abrir una línea de crédito para empresas que comercien con nuestro país. Todavía falta definir cuestiones fundamentales, como los costos financieros de las operaciones, el tipo de garantía requeridas, y el monto total que implicará la medida. Sin embargo, representa una importante decisión, que se suma al acuerdo de intercambio de monedas con China. Pensemos que el gigante asiático y Brasil representan los dos países con los que Argentina registra el mayor déficit comercial (unos U$S2.000 millones en el primer bimestre de 2023) y la suma del déficit con ambos, supera por U$S300 millones a la suma de los cinco mayores superávits comerciales del país (que son Chile, Perú, Indonesia, Colombia e India). Sólo con Brasil, el déficit bilateral del año pasado fue de U$S2.260 millones. Si sumamos además el déficit con China, que fue de U$S9.500 millones, llegamos a U$S11.760 millones.
Es cierto que existen simpatías políticas entre el gobierno brasileño y el argentino (Lula habla de Alberto Fernández como “mi amigo”), sin embargo nunca debemos olvidar que en el mundo de las relaciones internacionales los intereses nacionales están muy por encima de cualquier relación personal. Recordemos que Mauricio Macri jugaba al golf con Donald Trump, pero cuando el presidente norteamericano tuvo que elevar desmesuradamente los aranceles de importación para el biodiesel argentino, no le tembló la mano ni un segundo. Entonces, hay que entender los acontecimientos dentro del contexto en el cual tienen lugar. A ver, Lula ganó las elecciones en octubre pasado en un ballotage muy ajustado por sobre Jair Bolsonaro. Asumió en un contexto de extrema polarización política, perdiendo las principales gobernaciones y en franca minoría en el Congreso. Además, su alianza política es tan amplia que incluye expresiones de la más tradicional derecha brasileña, por lo que su margen de acción política es extremadamente limitado. La Argentina es el cuarto socio comercial global (luego de China, la UE y EEUU), y claramente el principal socio comercial de la región. Lo último que necesita Lula es una Argentina con problemas. En ese registro deberíamos estar leyendo el acuerdo con Brasil.
Así también se entiende la intervención del presidente brasileño cuando se comprometió a interceder ante el FMI para “quitarle el cuchillo del cuello a la Argentina”. El primer mandatario dijo textualmente: “El FMI sabe cómo se endeudó Argentina, sabe a quién le prestó dinero, por tanto no puede seguir presionando a un país que solo quiere crecer, generar empleos y mejorar la vida del pueblo”. Lula interpreta, y creo que interpreta correctamente, que el programa de Facilidades Extendidas que se firmó con el Fondo tiene consecuencias recesivas, y una economía en crisis es un pésimo cliente para las empresas brasileñas. No perdamos de vista que a Alberto Fernández le quedan meses de gestión, y Lula recién está iniciando la suya. Independientemente de quién gane en la Argentina este año, Brasil necesita que su principal socio regional mejore sensiblemente sus perspectivas de desempeño económico.
Es evidente que el programa con el FMI sigue estando en el centro de la escena, básicamente porque se trata de un nuevo fracaso del organismo. La rediscusión de las metas está encaminada, y ya es un hecho de que se viene una nueva versión. Durante el discurso de Cristina en el Teatro Argentino de La Plata, sugirió que sería importante atar los compromisos de pago al organismo a la evolución de la balanza comercial. Es un planteamiento que el kirchnerismo tiene como bandera: “Crecer para pagar”, sin crecimiento no hay deudores en condiciones de cumplir con sus compromisos. O, como dijo Néstor Kirchner ante la Asamblea de las Naciones Unidas en 2003: “Los muertos no pagan deudas”. Bueno, parece que las palabras de la vice presidenta llegaron a Washington, desde donde el ex encargado del Fondo para el Hemisferio Occidental, Alejandro Werner, calificó a la propuesta de descabellada. Por supuesto la respuesta de Cristina no se hizo esperar. “Descabellado fue haberle dado un préstamos político por 45.000 millones de dólares (en realidad fueron U$S57.000) al gobierno de Mauricio Macri para que ganara las elecciones como reconocieron de los dos lados del mostrador, Mauricio Claver Carone, ex presidente del BID y Carlos Melconián, ex presidente del Banco Nación”. A continuación, subió a sus redes sociales, los videos en los cuales tanto Claver Carone, como Melconián, reconocían que el FMI otorgó el préstamo para evitar la caída del macrismo, dejando en evidencia el carácter político de la decisión. Por lo cual, y como reza el principio del Derecho: “A confesión de parte, relevo de pruebas”.