Por Guillermo Carmona, secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur de la Cancillería.
El 20 de noviembre recordamos la Batalla de la Vuelta de Obligado ocurrida en 1845, ocasión en la que las fuerzas de la Confederación Argentina resistieron el embate de una poderosa flota anglo-francesa que, en un acto de agresión militar, buscaba imponer la libre navegación del Río Paraná y el consiguiente control del comercio en la región. La historia de la batalla es bastante conocida por las particulares circunstancias en que se produjo. La batalla se trató de una victoria pírrica, ya que poco después, en 1847, el gobierno británico debió levantar el bloqueo y reconocer la navegación del Río Paraná como una navegación interior de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus leyes y reglamentos. Aquella gesta heroica de resistencia frente a la agresión militar extranjera dio lugar a que, desde 1974, cada 20 de noviembre celebremos el Día de la Soberanía Nacional.
En el sentimiento popular se encuentran ligados aquel acontecimiento histórico con nuestra reafirmación de los derechos soberanos argentinos sobre Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes. Y aunque aquella resistencia en el Río de la Plata y el Paraná no haya tenido una vinculación directa con Malvinas existe, sin embargo, un hilo conductor que debe ser destacado para comprender mejor la historia de agresiones militares extranjeras padecidas en estas tierras.
Repasar esas agresiones contra el territorio argentino adquiere especial significado en momentos en los que se pretende poner al pueblo y gobierno argentinos en el lugar de agresor por parte de altos funcionarios británicos o ilegítimos funcionarios en las islas que, con un lenguaje muchas veces belicista y abiertamente descalificatorio, pretenden transformar a la víctima de la vulneración de la integridad territorial en victimario. Como ejemplo podemos citar los dichos de la representante de la corona británica en Malvinas, Alison Blake, quien dijo que “persiste entre el pueblo de las islas el temor de la constante amenaza por parte de Argentina”, afirmando que las islas “sufren de una persistente y grosera presencia argentina nada amistosa, presencia que se encargan de resaltar”. Estas expresiones inadmisibles no solo se contradicen con la exorbitante y amenazante militarización del archipiélago por el gobierno británico, sino también con la historia.
Las tierras suramericanas bajo la dependencia de Buenos Aires fueron codiciadas por Gran Bretaña desde el periodo colonial español. En 1749, España logró desbaratar el intento de envío de una expedición que había planeado ocupar las islas Malvinas. Las circunstancias del plan de ocupación fueron conocidas por el embajador español en Londres y dieron lugar a una dura protesta española que dejó en claro, sin que el gobierno británico expresara observación alguna, que esos territorios correspondían a la soberanía de España.
El apetito británico por esas lejanas islas volvió a manifestarse en Londres cuando en 1765 se ordenó fundar un fuerte en Puerto Egmont, al oeste de la isla Gran Malvina. Se trató de una acción invasora británica a un territorio español. Los británicos fueron desalojados por una expedición militar española. Luego de un tenso conflicto diplomático, las negociaciones derivaron en una vuelta de los británicos a ese sitio, en 1771, para luego abandonarlo definitivamente en 1774.
En 1806 y 1807 la política expansionista del imperialismo británico se dirigió hacia Buenos Aires, generando una reacción popular que dio lugar a la recuperación de la ciudad en dos oportunidades. Sin embargo, tales invasiones no serían las últimas. En 1833 ocurriría una nueva invasión cuando John James Onslow, al mando de la corbeta HMS Clio y de una dotación militar, tomará por la fuerza a Puerto Soledad, sitio en el cual el coronel David Jewett había realizado años antes la toma de posesión en nombre del gobierno argentino e izado el pabellón nacional en 1820, donde se había asentado población argentina y lugar en el que desde 1829 se emplazaba la Comandancia Política y Militar a cargo de Luis Vernet. Esta cuarta invasión por parte de la corona británica desalojó a las autoridades argentinas y dio lugar al reemplazo en breve lapso de los residentes civiles expulsados por una población de origen británico. El carácter violento de ese acto de fuerza quedó claramente reflejado en la inmediata protesta del gobierno de Buenos Aires que calificó a la acción de Onslow como de “agresión y violento despojo” y “el abuso más chocante de la fuerza”. Ese despojo persiste hasta nuestros días.
Los hechos que conmemoramos este 20 de noviembre fueron parte de esta secuencia de acciones imperialistas que, apelando al uso de la fuerza militar, tuvieron como protagonista al mismo Estado que se apoderó ilegítimamente de Malvinas, vulnerando de manera flagrante a nuestra soberanía nacional e integridad territorial.
Los tiempos cambiaron, nuestras convicciones soberanas subsisten. Llegará el momento en el que el triunfo del derecho y la justicia permitirá la recuperación del ejercicio pleno de la soberanía de Argentina en la Cuestión Malvinas. Y que los tiempos están cambiando lo demuestra palmariamente el caso Chagos, en el que el gobierno británico expresaba exactamente lo mismo que sostiene para Malvinas: la convicción de no tener dudas sobre la soberanía británica sobre esos territorios. Días atrás se hizo pública la decisión del gobierno británico de iniciar las negociaciones de soberanía con la República de Mauricio, en lo que representa un extraordinario giro de la política exterior británica. No tengo dudas que también llegará la oportunidad para la Argentina por razones sencillas: el derecho está de nuestra parte y es inadmisible el colonialismo en el siglo XXI.
Por eso, seguimos instando al Reino Unido a respetar el derecho internacional y a cumplir con el mandato de la Asamblea General de la ONU, que en relación con la Cuestión Malvinas imponen sus resoluciones en favor de una solución pacífica y negociada de la disputa de soberanía.