Científicos del Conicet, Malbrán y Leloir junto a la Prefectura Naval Argentina hallaron una elevada cantidad de dos virus que no se habían detectado antes en el país
Científicos del Conicet, Malbrán y Leloir junto a la Prefectura Naval Argentina (PNA) encontraron en la Cuenca Matanza-Riachuelo una elevada cantidad de dos virus que no se habían detectado antes en el país, lo que implica una «alta circulación silenciosa» de estos patógenos que hasta el momento provocan infecciones asintomáticas en la mayoría de los casos y no han generado epidemias en otras partes del mundo.
Se trata de dos picornavirus, el Cosavirus y el CardiovirusSaffold -integrantes de una familia muy amplia de virus con genoma de ARN que también incluye al virus de la polio, los enterovirus causantes de brotes de meningitis y el virus de la hepatitis A, entre otros-, los cuales fueron hallados en 274 muestras de agua recolectadas entre 2005 y 2015 en esta cuenca.
«Estos virus ya se habían encontrado en otras partes del mundo, de hecho son virus globalizados, pero en Argentina todavía no se habían detectado en el medio ambiente», indicó a Télam el doctor en Bioquímica y Virología Daniel Cisterna, líder de la investigación e integrante del Servicio de Neurovirosis, del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas (INEI)-ANLIS Malbrán.
Cisterna dijo que «en los reportes que tenemos de estos virus de otros lugares, como Brasil o Venezuela, se encuentran asociados a enfermedades respiratorias o diarreas y un trabajo reciente en Irán vinculó al Cosavirus con meningitis y encefalitis, es decir con enfermedades neurológicas».
El investigador señaló que de la evidencia científica internacional actual no surge que estos virus hayan producido brotes de enfermedades importantes, y que en la mayoría de los casos las personas son asintomáticas.
No obstante, hay un dato que inquieta a los investigadores: «La presencia continua del virus en las muestras nos está diciendo que ese virus está circulando continuamente en forma silenciosa en la población, porque de otro modo no lo podríamos haber detectado ya que los virus tienen una vida muy corta fuera del hospedador (en este caso las personas)», explicó Cisterna.
«Tal como aprendimos con el coronavirus, cada vez que los virus pasan de una persona a otra mutan, y las mutaciones son azarosas; puede ser que en algún momento se produzca una mutación hacia una forma más virulenta provocando más enfermedad que hasta ahora», agregó.
El estudio, publicado en «TheJournal of Food and EnvironmentalVirology», es parte de un trabajo de vigilancia de los poliovirus que el laboratorio dirigido por Cisterna –que funciona en el Malbrán– realiza del Cono Sur y Bolivia para la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El investigador señaló que «a nivel general la importancia de este tipo de hallazgos es conocer que esos virus circulan en la población, tener las herramientas de detección e identificación y poder investigar su asociación a patologías que son muy importantes para la comunidad».
En el caso concreto de este trabajo, apuntó que «la mayor parte de las diarreas están causadas por rotavirus, norovirus, entre otros, pero queda un porcentaje de casos, entre el 30 y 40 por ciento, sin diagnóstico y lo mismo sucede en las enfermedades respiratorias».
«A partir de esta detección lo que se puede hacer es ver si estos virus tienen algún impacto en las diarreas, enfermedades respiratorias o neurológicas que hasta el momento no tenían diagnóstico del origen y en eso estamos trabajando», detalló.
El investigador explicó que «si se demuestra que esos virus tienen algún impacto en alguna de estas enfermedades luego se puede incorporar el virus a los paneles de diagnóstico de rutina de los hospitales».
Finalmente, el virólogo indicó a la Agencia CyTA-Leloir que «la contaminación humana de los cursos de agua puede atenuarse a través del tratamiento de los efluentes cloacales».
«Adicionalmente debería disminuirse la intervención antrópica (de las personas) de las orillas de río, característica de los ecosistemas acuáticos urbanos, que implica una disminución de su flujo, erosión de sus márgenes y pérdida de vegetación ribereña, que evita el proceso de autodepuración del río», subrayó.
En el estudio colaboraron Gabriela Riviello López y Laura Freyre de la PNA, que desde el 2005 realiza un muestreo sistemático del rio Riachuelo para medir diversas variables ambientales; Leila Marina Martinez, María Cecilia Freire y Sara Vladimirsky, del INEI-ANLIS Malbrán; y Alejandro Rabossi, del Conicet y del Instituto Leloir.