Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
La dura derrota que sufrió el oficialismo en las elecciones del domingo pasado sigue resonando. Habrá que esperar que baje un poco la espuma para tener un diagnóstico más acabado de lo que sucedió, pero como les gusta decir a los analistas, los que ganan o pierden las elecciones son los oficialismos. La crisis política derivada de los resultados pone sobre la mesa la necesidad de una definición clara del rumbo del gobierno de Alberto Fernández.
Cuando uno revisa los números hacia atrás se encuentra con que Juntos por el cambio no tuvo una performance notable. De hecho, en las elecciones en las que se presentó siempre rondó el 40%. Es decir, desde que el electorado refractario al peronismo encontró un canal único para expresarse electoralmente, los votos han ido sistemáticamente en ese sentido. En otros momentos de la historia argentina, ese voto estaba disperso en dos o más fuerzas, y no lograba consolidar una oposición consistente. Con la aparición del pan PRO, los votos provenientes del conservadurismo y el liberalismo clásico, las derechas del radicalismo y el peronisto, confluyeron en una oferta electoral unificada que, al menos hasta el momento, se muestra sólida. Sin embargo, cuando buceamos un poco más en la historia, ese 40% aparece enfrentando a Cámpora en marzo del 73´, y baja levemente al 36,61 unos meses después, en esa elección histórica donde Perón saca casi el 62% de los votos. Tal vez el piso pueda encontrarse en la primera vuelta de 2015, con el 34,15% de Macri, aunque estaban a mano la opción de Massa (que hizo una tremenda elección con más del 21%) y Stolbizer, con un 2,51%. Si sólo sumamos a Stolbizer, nos encontramos con el mismo 36,6 de septiembre del 73´. Ahí está el fondo de la olla, el voto antiperonista, que siempre crece a partir de ese número, pero que nunca va por debajo.
El gobierno se enfrenta a una encrucijada. El adversario gana 1 a 0 y se florea. Tira sombreros, tira caños, y el periodismo lo aplaude. Juntos por el Cambio no necesita hacer nada extraordinario para repetir la elección. Sin embargo, está claro que van a seguir presionando para intentar mejorar el resultado. Dentro del oficialismo se enfrentan dos posiciones. Aquellos que proponen seguir haciendo lo mismo, tal vez un poco más aceleradamente, y aquellos que proponen un cambio de timón. Por el momento parece ir ganando la postura más prudente. Una versión más albertista que cristinista. Las medidas que se anuncian, como aumento de salarios, aumento de jubilaciones, bonos extraordinarios para trabajadores registrados, etc, no son distintas a las que se vienen implementando. Incluso las primeras versiones del presupuesto 2022 que se filtran no marcan un cambio de rumbo.
La baja de la inflación de agosto llegó tarde y es insuficiente. Si bien es cierto que conseguir perforar el piso del 3% mensual es una buena noticia, no es menos cierto que está muy lejos de las expectativas que tenía el equipo económico a comienzos de años. El ministro Guzmán, a comienzos de abril, afirmó que el gobierno había concentrado la mayor parte de la devaluación prevista para 2021 en el primer trimestre del año, por lo cual no estaban preocupados por el incremento del índice general de precios en ese tramo del año. El titular de Hacienda sostuvo que la idea era que lentamente se fuera convergiendo hacia el 2% en los meses subsiguientes. Está claro que eso no ocurrió, y que la inflación estará muy por encima de lo previsto en el presupuesto. Un dato a favor del gobierno es que hoy la pelea contra la inflación se da desde las paritarias libres. Un dato en contra es que hay una gran parte de los trabajadores en la economía informal, que no consiguen pelear en igualdad de condiciones. Esto le hace perder sustentación en una parte fundamental de su electorado.
Hoy Alberto Fernández se enfrenta a una disyuntiva muy compleja, pero los caminos que se le abren son muy claros: o cede a la presión de la entente opositora, representada por Juntos por el Cambio y los medios masivos de comunicación, o decide saltar hacia adelante con algún movimiento audaz. Está claro que algunas cuestiones que se le achacan son ciertas, como el cumpleaños en Olivos en plena cuarentena estricta, pero algunas son profundamente injustas, como cargarle la responsabilidad de la pandemia. Algo tiene que quedar claro, la disputa no es por la razón, sino por el sentido, y hoy es una disputa que el gobierno viene perdiendo. Las opciones están a la vista: entregarse a dos años de deriva sin futuro, o improvisar un movimiento inesperado y creativo, que lo ponga nuevamente en carrera, y le devuelva a la gestión la centralidad de la iniciativa política.