Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
Normalmente se suele creer o, al menos sostener, que las fortunas de las personas se deben fundamentalmente al esfuerzo y la constancia, sin embargo la evidencia empírica dice todo lo contrario. Se le adjudica al premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz la siguiente frase: “El 90% de los que nacen pobres mueren pobres por más inteligentes y trabajadores que sean, y el 90% de los que nacen ricos mueren ricos por más idiotas y haraganes que sean. Por eso deducimos que la ‘meritocracia’ no tiene ningún valor”.
La evidencia emírica comprueba los dichos de Stiglitz. El multimillonario Warren Buffet suele decir que es rico gracias a que vive en un sistema que premia desproporcionadamente a algunas actividades. Es evidente que si Buffet hubiera aplicado el mismo esfuerzo y dedicación a un trabajo cualquiera durante toda su vida, digamos por ejemplo, vendedor de hotdogs en las calles de New York, seguramente hoy sería pobre.
Cualquiera de nosotros conoce historias del 10% que, viniendo de la nada, totalmente desprovisto de capital económico, social y cultural, se transformó en un exitoso hombre o mujer de negocios. Sin embargo, deberíamos recordar el 90% restante. Es muy probable que muchos de ellos se hayan esforzado durante toda su vida, y sólo hayan conseguido no caer por debajo de dónde arrancaron.
Otro prejuicio habitual sostiene que las retribuciones de los trabadores (desde operarios hasta CEOs), están relacionadas con la capacidad y el rendimiento que pueden desarrollar en su tarea. Es decir, se reconoce la existencia de una gran brecha salarial, pero se adjudica a la complejidad de los diversos trabajos: mayor complejidad, mayor remuneración. Sin embargo, esto tampoco es tan así. En el año 2010 pasé diez días en San Pablo en un seminario de Macroeconomía Heterodoxa organizado por la Universidad de Cambridge, que tuvo lugar en el edificio de la Fundación Getulio Vargas. Allí tuve oportunidad de escuchar y conocer al famoso economista coreano Ha-Joon Chang.
Precisamente ese mismo año, Chang publicó un muy recomendable libro titulado 23 cosas que no te cuentan sobre el Capitalismo. El capítulo 3 del texto se titula: En los países ricos la mayoría de la gente cobra demasiado. Allí cuenta que un conductor de colectivos indio (vamos a llamarlo Deepak) cobraba unas 18 rupias por hora, mientras que un conductor sueco (Chang lo llama Sven) cobraba unas 130 coronas, lo cual en el verano de 2009 equivalía a 870 rupias. Es decir, el conductor sueco cobraba casi 50 veces más que el conductor indio. Como decíamos antes, si aceptamos el principio de que el rendimiento del trabajador define su retribución, debemos concluir que el conductor sueco es 50 veces más productivo que el conductor indio. Dice Chang, incluso si el conductor sueco fuera Lewis Hamilton, es difícil imaginar que pueda existir una brecha de tal magnitud entre las capacidades de uno y otro. Además, es de esperar que la tarea del conductor indio sea mucho más compleja, teniendo en cuenta el desorden del tránsito en la India. Imaginen, haciendo slalom entre vacas, bicicletas, rickshaws, y calles atestadas de negocios callejeros y peatones imprudentes. El conductor sueco sólo tiene el desafío de manejar en línea recta, en medio de un tráfico escrupulosamente ordenado. Según la lógica del rendimiento y la productividad, Deepak debería ganar mucho más que Sven. Pero no es así.
Recientemente nos enteramos de que tanto Gabriel Batistuta, como Carlos Tevez, Diego Placente o Christian Bassedas, entre otros muchos claro, recurrieron a la Justicia para evitar pagar el mal llamado Impuesto a la Riqueza. No caben dudas de que todos ellos han recibido una retribución desproporcionada por lo que hicieron. La cuestión, es que necesitaron de un colectivo social para hacerlo. A ver, no hay modo de que Robinson Crusoe, trabajando 18 horas por día durante toda su vida, lograra prosperar y acumular una fortuna similar a la de los ricos que hoy se niegan a pagar. Y esto es así porque nadie se hace rico solo, depende de los demás para conseguirlo. Entonces, en circunstancias como las actuales, no parece un delirio que paguen más los que pueden (y que además pueden porque la sociedad en su conjunto fue la que los premió de un modo extraordinariamente asimétrico).
Tal vez los muchachos estén preocupados por lo que el Estado les quite a la herencia de sus hijos. En ese caso, sería bueno que recuerden la importancia del mérito que tanto pregonan como motor del éxito: si nadie debe recibir nada sin trabajar, tampoco sus hijos. En síntesis, que los millonarios donen su herencia, que sus hijos se la ganen solos, y hagan la experiencia de intentar demostrarle al mundo qué fácil es hacerse rico saliendo de abajo.