En un nuevo aniversario del histórico suceso que movilizó a la ciudad durante varios días, CLG dialogó con un testigo del episodio
«Obreros y estudiantes, unidos y adelante».
Juan Carlos Onganía llevaba 1.051 días empotrado en el sillón presidencial cuando, el jueves 15 de mayo de 1969, en Corrientes, la policía reprimió una marcha estudiantil que se dirigía al rectorado de la Universidad Nacional del Nordeste. Ese jueves, las balas de los uniformados se cobraron la vida del estudiante de Medicina Juan José Cabral. El militar a cargo del gobierno no sabía que, a partir de ese momento, en una espiral imposible de detener, sus días al frente de la autodenominada Revolución Argentina estaban contados. La agonía de su gobierno comenzaría el viernes 16 de mayo nada más y nada menos que en las calles de Rosario, de la mano de una generación de estudiantes y obreros con un alto grado de formación intelectual, muy consustanciados con el Mayo Francés. Es que en aquella época el mundo vivía tiempos convulsionados. Un año antes -también en mayo, pero en París- la imaginación había intentado sin suerte tomar el poder, jaqueando al gobierno del libertador de Francia, Charles De Gaulle.
El asesinato de Cabral en Corrientes desató asambleas y protestas en casi todas las universidades públicas del país. El viernes 16 de mayo, en la Universidad Nacional de Rosario, el rector José Luis Valentín Cantini intentó frenar las asambleas en las facultades con la suspensión de las clases durante tres días. Resultó ser un tiro por la culata: los estudiantes de todas las facultades, lejos de desmovilizarse, confluyeron en el comedor universitario –ubicado en avenida Corrientes al 700- que seguía abierto. Después de la asamblea, cerca de medio millar marchó por las calles céntricas de la ciudad.
“Fue la primera gran protesta que se produjo en la ciudad de Rosario y en el país. Y fue también la primera gran unión entre estudiantes y trabajadores. Porque si bien fueron los estudiantes de Medicina quienes comenzaron con las manifestaciones, inmediatamente se sumaron los trabajadores”, indicó a CLG un testigo de aquella histórica protesta. “A tal punto llegó la unidad que los periodistas que cubrían el acontecimiento regresaban a las redacciones asombrados por la unidad y organización”, agregó.
Incluso, el testigo recordó la gran sentada de los manifestantes en lo que hoy es la peatonal Córdoba, como una forma de resistir a las fuerzas de seguridad. “Los cánticos en las calles eran ‘Obreros y estudiantes, unidos y adelante’”, recordó en diálogo con este medio.
“También participaron reconocidos profesionales de la ciudad de Rosario, entre ellos el abogado Israel Esterkin a quien se lo veía acompañando a trabajadores y estudiantes en calle Córdoba. Él y otros profesionales también fueron parte de esa gesta importantísima que marcó un antes y un después en la política social de la República Argentina”, profundizó.
Al día siguiente, el 17 de mayo, pese a que era sábado, casi quinientos estudiantes volvieron a reunirse frente al comedor. La asamblea transcurrió de manera pacífica, aunque bajo una intimidante presencia policial. Cuando los jóvenes se movilizaron e hicieron estallar algunos petardos frente al Banco Alemán Transatlántico, se desató una represión desmesurada, en la que no faltaron los disparos con armas de fuego.
Al escuchar los tiros, los manifestantes intentaron dispersarse. Un grupo que corría por Corrientes trataba de escapar doblando por la calle Córdoba se encontró con que la policía estaba esperándolos. Algunos lograron sortear a las fuerzas represivas, aunque la mayoría, junto con no pocos transeúntes -entre ellos varios chicos – trataron de refugiarse en la galería Melipal.
El testigo y participante de aquellas protestas, describió que «cuando la policía de a caballo cargaba contra los manifestantes a menudo lo hacía sable en mano y no pocos recibían planazos en sus espaldas». Y añadió: «Recuerdo que parte de la represión estuvo a cargo de policías a caballo y los estudiantes se habían provisto de bolitas para hacer resbalar a los caballos y que la policía no pudiera seguirlos. En aquellos días surgió el dicho caballos de dos pisos”, rememoró el hombre.
Disparos y muerte en la Galería Melipal
La encerrona resultó mortal. La policía ingresó a palazos a la galería, donde a la hora de repartir golpes no diferenció entre estudiantes y desprevenidos transeúntes. En medio de la batahola, uno de los jefes del operativo, el oficial inspector Juan Agustín Lezcano, desenfundó su arma reglamentaria e hizo un disparo.
Minutos después, cuando los policías se retiraron hacia la entrada de la galería y la mayoría de los manifestantes se había refugiado en los pisos superiores, al pie de una escalera pudo verse a un joven tirado en el piso: se llamaba Adolfo Bello, era estudiante de Ciencias Económicas y tenía un balazo en la cabeza.
Bello murió pocas horas después en un hospital. En los tres días que siguieron, el lugar donde había caído se transformó en un santuario, donde estudiantes y vecinos dejaban flores. Mientras tanto, en Rosario seguían creciendo las protestas, esta vez bajo la forma de «actos relámpago» para zafar de brutalidad policial. La CGT de los Argentinos, conducida a nivel nacional por Raimundo Ongaro, se solidarizó con los estudiantes y organizó una olla popular para contrarrestar el cierre del comedor universitario.
Rosario estalla
La mañana del miércoles 21 de mayo el aire se cortaba con un cuchillo en Rosario. Unos 4.000 estudiantes secundarios y universitarios, a los que se sumaron obreros convocados por la CGT de los Argentinos, se reunieron cerca de la intendencia para realizar una «marcha del silencio».
La policía provincial intentó reprimirlos nuevamente, pero fue avasallada. Rosario estalló. De inmediato, la Gendarmería y la Policía Federal se sumaron a la represión, pero los obreros y los estudiantes – juntos en la lucha callejera – armaron barricadas, quemaron autos y trolebuses, y los hicieron retroceder. La ciudad queda en manos de los manifestantes.
Desde la Casa Rosada, Onganía ordenó al jefe del Segundo Cuerpo del Ejército, Roberto Fonseca, que se hiciera cargo de la represión, pero la escalada de violencia no se detuvo y los enfrentamientos se multiplicaron en las calles. Cerca de los estudios de LT 8, donde los manifestantes intentaron pasar una proclama, cayó herido de bala el estudiante secundario y aprendiz metalúrgico Luis Blanco, de 15 años. Fue el segundo muerto del Rosariazo.
El general Fonseca declaró el estado de sitio en la ciudad, impuso la justicia militar y la pena de muerte. Pese a eso, la CGT convocó a un paro activo para el viernes 23 que incluía acciones de sabotaje. La agitación era tal que un grupo de sacerdotes santafesinos se rebeló contra el obispo Guillermo Bolatti, a quien acusaron de insensibilidad social, y se sumaron a la protesta de los obreros y los estudiantes.
El entierro del adolescente Blanco fue multitudinario y se transformó en una marcha de repudio a gobierno nacional y a la represión. Pese a la presencia amenazante de las tropas, más de siete mil personas acompañaron a pie el ataúd con los restos del pibe Blanco a lo largo de las 87 cuadras que separaban la casa del joven asesinado – donde se realizó el velatorio – hasta el cementerio.
Frente a la tumba, desobedeciendo las órdenes del obispo Bolatti, el párroco Federico Parenti pronunció una oración flamígera: «Que esta sangre vertida, que esta sangre que llega al cielo, no sea en vano, que ella lleve la liberación que ansiamos, el instante de justicia que está reclamando el mundo, Dios dio su sangre por la liberación del hombre, para que el hombre se despoje de su esclavitud».
Obreros, estudiantes y curas
En el Rosariazo entraron en escena, por primera vez juntos, todos los actores que marcarían a fuego los próximos años de la vida argentina. «En Rosario se hace efectiva, en los hechos, la unidad obrero estudiantil y emergen los sacerdotes del Tercer Mundo. Los jefes militares por su parte primero definieron estas luchas como ‘protagonizadas por extremistas’, a los que luego llamó subversivos», escribió la historiadora Beba Balvé, coautora de Lucha de calles, lucha de clases, quizás el mejor libro escrito sobre las protestas populares de 1969.
Finalmente, el Ejército recuperó el control de la ciudad, pero las protestas no se detuvieron. El domingo 25 de mayo, tanto en Rosario como en muchas localidades vecinas, los sacerdotes se negaron a oficiar el tradicional tedeum oficial.
Con el correr de los meses, Argentina ya no sería la misma: ni la armas ni la feroz represión pudo doblegar la protesta social que inició el Rosariazo y los métodos autoritarios implementados por el gobierno de facto, con el correr del tiempo, dieron lugar a una convocatoria electoral donde ganó el peronismo tras casi 18 años de proscripción.