Opinión

Debe llegar el momento de la cordura


Por Pablo Daniel Blanco*

Como opositor siempre he sido crítico de los oficialismos de turno. Pero no porque esté en mi ánimo ser una persona negativa sino, más bien, exigente.

Raúl Alfonsín me enseñó que, desde el poder, hay que tratar de hacer las cosas de la mejor manera posible; y esto implica seriedad, sobriedad, transparencia, búsqueda de la mayor eficacia posible en la gestión y resultados positivos para la sociedad.

Ser opositor no significa necesariamente ser un «anti-todo» o un oportunista a la espera de un error no forzado del oficialismo que lo beneficie. Menos aún ser un propiciador de errores, un engranaje más en la «máquina de impedir» o un negacionista total.

Por eso, como opositor señalo errores con la intención de que se corrijan, intento mantener diálogo abierto con quienes son mis ocasionales opositores y busco siempre los caminos que lleven a soluciones por la vía del intercambio de ideas y la implementación de políticas de consenso. Las decisiones «de prepo» o autoritarias no se llevan bien con la gente ni con la democracia.

Ser opositor es cumplir con una función de representación crítica ya que no toda una sociedad piensa o actúa de la misma manera. Así como gracias a Dios hay diversidad y no hay uniformidad absoluta, a los opositores nos toca representar transitoriamente a una parcialidad que no concuerda en líneas básicas y fundamentales con la orientación que el oficialismo de turno le imprime a su gestión.

Creo sinceramente que el enfrentamiento radicalizado basado en la ideología del rencor (cualquiera fuere su signo) sólo congela o retrasa las posibilidades de mejorar y de crecer.

Desde el encono resulta imposible construir y es por ello que, como Senador de la Nación, vengo bregando para que los argentinos –y especialmente los dirigentes políticos– tengamos la humildad de encontrar acuerdos mínimos comunes para superar la grieta en la que buena parte del país está inmersa, que amenaza con transformarse en un abismo.

No se puede vivir en un país donde para que una mitad «gane» la otra debe estar irremediablemente condenada a «perder» y viceversa.

Nada bueno puede surgir de una lógica cruzada donde todo lo que supuestamente unos conquistan es la resultante de un ultraje y no el fruto de una organización y división equitativa y progresiva del esfuerzo de todos.

Hecha esta salvedad (es decir sin dejar de ser opositor) quería destacar el gran progreso que ha tenido el gobierno de mi provincia en materia sanitaria con la organización local, logística e implementación del Plan de Vacunación.

En Tierra del Fuego no se han registrado vacunatorios VIP.

Es verdad que al principio hubo desorden y descuidos lamentables en el control del contacto social de las personas positivas que debían haber guardado estrictos 14 días de aislamiento que dispararon los casos en 2020, pero también es cierto que todo aquello se ajustó, la expansión del virus se frenó bastante y pudo ponerse bajo control.

Se amplió la capacidad de camas, se ayudó a concientizar a la gente, se retomaron las clases con protocolos como corresponde y la provincia marcha hacia una nueva normalidad que esperemos vaya terminando a un ritmo de vacunación que resulta más que aceptable si nos comparamos con otros distritos.

Quizá sea esta una de las ventajas de ser menos y vivir en una isla. Pero también hay que reconocerle mérito al gobierno y a toda nuestra población.
Seguramente faltan ajustes en los aeropuertos y terminales de transporte de pasajeros para ponerle una barrera más estricta al Covid, pero creo que eso, al ser focalizado, se puede mejorar con rapidez y eficiencia.

Creo también que vivimos tiempos de angustia, dolor y desesperación. Me refiero a la vida individual, a la salud y a la actividad económica que vemos intentar adaptarse y sobrevivir en medio de un derrumbe de magnitud mundial.

Necesitamos reconvertir todo esto de forma positiva y tenemos que hacerlo juntos. Oposición y oficialismo, a nivel nacional, no pueden más enfrascarse en discusiones absurdas por liderazgos de ocasión, búsqueda de impunidad que anule a la Justicia o protagonismos sectarios. Lo que nos pasa, nos pasa a todos los argentinos. Y entre todos lo tenemos que arreglar.

Nadie puede ser considerado «lastre» en un país que necesita la imaginación, el esfuerzo, la buena fe y el respeto a las instituciones democráticas por parte de todos.

Yo quiero un país federal y no un montón de provincias fantaseando con la idea de su propia independencia. No puede ser que al coronavirus tengamos que sumarle una crisis política que, por la vía del enfrentamiento y de las facciones que buscan la sumisión o la supresión del otro, aparezcan atisbos de disolución nacional o nubarrones antidemocráticos como la pretensión de eliminar las PASO o alterar el cronograma electoral nacional.

En el Senado de la Nación, el bloque que integro, presentó más de un centenar de proyectos diseñados exclusivamente para enfrentar la crisis que desató el COVID. No son proyectos alocados ni destituyentes; son iniciativas prácticas y posibles de implementar.

El oficialismo los ignoró y los ignora simplemente porque no son propios. No es esta una buena manera de gobernar y menos en una crisis. Por eso, pedimos participación y diálogo que sistemáticamente se nos ha negado.

Personalmente quiero terminar con esta lógica de la construcción y la deconstrucción. No puede ser que cada gobierno que llega eche por tierra todo lo anterior y funde su propia república. Tiene que haber continuidad en políticas básicas y este es el objeto central que quiero transmitir en esta nota.

Creo que en el abrazo Balbín-Perón estuvo y está una de las claves. Como decía Perón: «Al país lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie». Y como decía Balbín: «El diálogo construye y la coincidencia levanta, así el porvenir se afirma».

(*) Senador nacional de la UCR por la provincia de Tierra del Fuego.