Por Gisela Gentile
Barrios olvidados, basurales a cielo abierto, casas precarias y un sinfín de sueños que parecen truncarse ante semejante abandono. Los políticos miran hacia otro lado, como dando por sentado que eso está allí y es parte del paisaje que los rodea. Parecería que no se hace nada desde arriba para cambiar la realidad de aquellos que cada mañana de lluvia ven como el barro se cuela entre sus dedos.
De esta manera describiría Mariana Inés Segurado lo que simboliza llevar adelante el proyecto NIDOS, desarrollado en Empalme Graneros y el asentamiento Cullen.
Pero a veces el error es buscar respuestas en quienes si quiera los han visto. Los verdaderos cambios provienen de otro lado. De aquellos anónimos sin rostro conocido, que día a día se esfuerzan desde lo económico, y anteponiendo el amor para transformar un poquito la realidad de los más vulnerables.
Con la Gente dialogó con Mariana Inés Segurado, parte de la Asociación Civil NIDOS (Núcleos, Inclusivos de Desarrollo Óptimo) con el fin de dar a conocer esta valiosa obra llevada a cabo en Empalme Graneros y el asentamiento Cullen de nuestra ciudad.
De las situaciones más difíciles afloran los grandes cambios: “A los treinta años sufro un cáncer de útero que me impide volver a ser mamá. Desde que tuve que atravesar esa enfermedad comienza un replanteo de lo que quiero para mi vida si lograba superarla. Con otra mentalidad, espíritu y un concepto muy diferente de valoración por la vida, comienzo a concurrir a una iglesia de Zona Norte. Es allí donde un día llega un joven que había estado preso en la cárcel de Coronda y cuenta su experiencia de vida. Esto nos hace saber que Empalme estaba en llamas, muy olvidado, y que necesitaba de nuestra ayuda”, recordó Mariana.
“Imaginate esas historias contadas a señoras paquetas de Zona Norte, cada vez que venía este chico no sabíamos qué hacer. El no conocer y el prejuicio al principio nos jugaron una mala pasada, pero de a poco fuimos conociéndolo para en poco tiempo terminar conociendo su barrio, Empalme Graneros, más precisamente al asentamiento que ahora se denomina Cullen. Para nosotros fue un inframundo ese lugar, el barro, las casas tan precarias, siempre lo veíamos desde el puente de Sorrento pero nunca en profundidad. Allí me di cuenta de que era mi lugar en el mundo y ahí me quería quedar”, indicó.
“La iglesia no nos acompañó, pero de igual manera pudimos alquilarle otra a un pastor. Estar allí me enseñó mucho, imagínate que ni sabía lo que era un bunker, me fui haciendo del barrio y aprendiendo a sobrevivir. La manera de ingresar a los núcleos familiares de esa zona fue mediante una campaña de entrega de termómetros. Obviamente entendíamos que para ellos también era un tema aceptarnos, ya que sabemos del prejuicio al que están sometidos. Pero realmente lo que sucedió con esa campaña fue mágico, los repartimos casa por casa y así fuimos conociéndolos y contándoles que íbamos a empezar a trabajar en el barrio. La apertura de la gente fue fenomenal, al concurrir al barrio con “Cachilo” el ex convicto, todos nos abrían sus puertas”, contó entusiasmada Segurado.
“Realizamos muchas actividades como meriendas especiales, actuaciones, canto, cine en la casita de Fraga y Olive, estuvimos bastante hasta que el pastor que nos alquilaba consiguió a inquilinos que le pagaron más y tuvimos que irnos. Igualmente sabíamos que nuestra misión estaba allí y seguimos trabajando en la calle. Mi amiga tenía una moto y en varios viajes, llevábamos termos y lo que necesitáramos para seguir con lo que veníamos realizando. Pasamos frío, calor, pero no íbamos a movernos de allí», continuó.
“Comenzamos a llevar fichas de los chicos que venían a las actividades y realmente aprendimos mucho de ellos. Convivimos y mutuamente nos enseñábamos cosas, lo que empezó con mucho desorden finalizó con mucho respeto y aceptando las diferencias de cada uno. Fue tan increíble lo que pasó ahí que logramos que un bunker que estaba al lado nuestro dejara de vender las dos horas que hacíamos las actividades. Así estábamos tranquilos y sin situaciones tensas. Sin querer también convivimos con ellos porque fuimos nosotras quienes ocupamos el barrio”, enfatizó Mariana.
“Fuimos realizando eventos como comienzo de clases, pascuas, día del niño, vacaciones y diferentes actividades recreativas. Contamos con las donaciones de la gente, uno de mis sueldos va íntegramente a estas obras. Recién este año el estado nos donó pan dulce y budines”, añadió.
La realidad invisible se esconde en muchos barrios de la ciudad: “Cuando parecía que habíamos visto la pobreza a flor de piel, ingresamos a siete cuadras a un asentamiento que nos dejó estupefactas. Basurero a cielo abierto, chicos revolviendo basura, caballos muertos, niños enfermos, narcos por todos lados. Esa navidad empezamos a conocer ese lugar, a su gente y dijimos tenemos que estar acá también”, comentó la docente.
Ya en Garzón y Sorrento, “tuvimos que enfrentarnos a esa cruel realidad, un lugar olvidado, muchas veces extraño para quienes no éramos de allí, pero junto a Cachilo nos sentíamos seguras, el quería cambiar la situación del barrio. Fue así cuando comenzamos hacer las mismas meriendas, actividades en ambos lugares, hasta que una mamá nos abrió las puertas de su patio para trabajar más cómodos. De a poquito pudimos ir haciendo pequeños cambios para trasformar apenas la realidad que vivían. Chicos que eran soldaditos se escapaban para venir y jugar con nosotras”, manifestó.
El nombre de este importante proyecto de amor proviene de un lugar muy profundo: “Una mamá de allí nos dijo un día, que junto a los chicos parecíamos las gallinas con sus pollitos. Esa frase nos quedó y nos pareció que “nido” era una palabra que nos representaba y hablaba mucho de nosotras. El hecho de cobijar y dar amor a chicos y grandes era nuestro fin. Mi vientre no me dio más hijos, pero esta actividad me llenó de otros tantos y me hace muy feliz”, contó emocionada.
“Ahora finalmente pudimos invertir en una casa que se vendía, la compra fue sin papeles, pero corrimos el riesgo. Allí nos quedamos y empezamos a tener un espacio más nuestro, realizamos día a día una labor muy grande con las mamás en concientización y prevención de drogas. Improvisamos un jardincito para niños, alfabetizábamos a 50 familias hasta que tomen conciencia de llevarlos a la escuela. Luego los adultos también lo demandaban ya que los padres tampoco sabían leer y escribir, creamos jugaderos libres de violencia y todo lo que esté a nuestro alcance”, aseveró.
Cuando el robo no hace diferencia alguna: “Lamentablemente nos entraron a robar en tres oportunidades, allí tenemos comedor y merendero, fuimos a educar y ahora damos de comer. El cambio de gobierno caló muy hondo, pero pese a los hurtos no vamos a parar. Seguimos y seguimos con una frase que es nuestro lema, “Mas fuerte que la muerte es el amor”, y continuaremos dando pelea ya que somos felices haciéndolo. Junto a mis grandes compañeros Fernando Alonso y Erica Navarro seguiremos escribiendo esta historia”, concluyó Mariana.