Por Harumi Ozawa
Yuki Tatsumi era camarero en una taberna japonesa de Kioto cuando un día se vio sorprendido por el objeto que un cliente dejó en la mesa, un sobre de papel para los palillos plegado de forma abstracta. Y fue así como nació una colección de 15.000 piezas de origami.
Fueron creadas por clientes de restaurantes con el trozo de papel en el que se sirven los palillos de usar y tirar.
«Esta primera pieza bien hubiera podido acabar en la basura», recuerda el joven de 27 años. Pero le hizo reflexionar. «¿Y si era un mensaje que me enviaban los clientes? De repente, quitar las mesas se convirtió en algo divertido».
En Japón no es costumbre dejar monedas a los camareros, pero Tatsumi acabó por pensar que estas pequeñas obras de papel eran algo así como una propina «a la japonesa» y empezó a aguardar que llegaran más y más.
No tardó en constatar que existía una inmensa variedad de estas miniobras de arte dejadas por los comensales. Nada sorprendente en un país en el que al arte del origami (papel plegado) es un pasatiempo muy popular que incluso se enseña en el colegio.
«Descubrí que muchos de ellos tenían formas que en Japón traen buena suerte, como un abanico, una grulla o una tortuga», cuenta.
«Incluso vi una mesa transformada en acuario, con papeles plegados en forma de peces y de algas».
Encantado con estos hallazgos, decidió indagar en otras partes y le pidió a otros restaurantes que le dieran esos pequeños regalos dejados por los clientes.
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– ¿Una exposición en París? -.
En abril de 2016, se puso en camino para un periplo de un año por Japón, pidiendo a cientos de restaurantes, tabernas y puestos de tallarines que compartieran con él sus sobres plegados.
Hubo reacciones de todo tipo por parte de los dueños de los establecimientos, entre la curiosidad y el recelo. Al final, 185 negocios, desde la isla septentrional de Hokaido a las comarcas de Okinawa, en el sur, prometieron guardar todo lo que encontraran para enviárselo.
«Muchos dueños de restaurantes que me ayudaron me dijeron que ahora sentían que eso era mucho más gratificante que una propina con dinero», dijo Tatsumi.
En la actualidad, trabaja como investigador en un museo de arte de Kameoka, cerca de Kioto, y tiene unas 15.000 piezas, cada una de las cuales está guardada en una cajita de madera, como si de una joya se tratara.
Muchas son simples: un reposa-palillos de papel, por ejemplo.
Pero otras están mucho más elaboradas, como un pequeño vestido blanco y negro o un sobre azul doblado enrollado en forma de serpiente.
Ve en ello un medio de comunicación entre clientes y camareros y le inquieta el pensar que cada vez hay más restaurantes en los que el pedido se hace con un aparato.
«Entrar en un restaurante y tratar con una máquina, no creo que te dé ganas de fabricar objetos. Creo de verdad que solo se crean cuando la gente se comunica directamente», sostiene.
Tatsumi ya ha expuesto su colección de trofeos en Japón y prevé presentarla en París o Corea del Sur este año.
«Japón es un país muy rico, donde uno puede encontrar algo de comer en cualquier lado y a cualquier hora, pero tengo la impresión de que la gente siente menos gratitud que antes hacia lo que tienen y hacia quienes preparan los alimentos», considera.
«El dinero no es el único medio para expresar sentimientos positivos».