Por Juan Manuel Abal Medina*
El pasado martes 27 de octubre se cumplió el décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. En el marco de los diversos homenajes que recibió se recordaron diversos aspectos de su obra, especialmente como presidente de la Nación.
Sin embargo, se hizo escasa referencia a lo que Kirchner logró como secretario general de la Unasur, pese a que el homenaje central fue el traslado de la estatua que esta organización había emplazado en su sede central.
Esta omisión es entendible, los cuatro años y medio que Kirchner ocupó la presidencia argentina están tan plagados de logros que su sola enumeración demandaría muchísimo tiempo.
Le guste a quien le guste la presidencia de Néstor Kirchner medida por cualquier indicador (calidad institucional, desarrollo económico, mejoras sociales, etcétera, etcétera) merece ocupar el podio de las mejores de nuestra historia.
Pero en momentos como estos en los que coordinación y cooperación global, e incluso regional, frente al inmenso desafío que representa la pandemia del Covid-19 son prácticamente inexistentes, es bueno recordar los poco más de seis meses que Kirchner presidió la Unasur
Néstor Kirchner fue designado secretario general de la Unión de Naciones Sudamericanas el 4 de mayo de 2010 y ocupó el cargo hasta su muerte el 27 de octubre de ese mismo año. Es decir, fueron apenas 207 días en los cuales logró avances importantísimos tanto en la consolidación de la institución como en la defensa de la democracia y la paz en la región.
Al momento de asumir Kirchner algunos de los Congresos de los Estados Miembros, los de Chile y Paraguay especialmente, se negaban a ratificar el tratado de la UNASUR por considerarla una entidad «ideológica».
Frente a esto el flamante secretario general viajó inmediatamente a ambos países donde mantuvo reuniones con todos los bloques parlamentarios convenciéndolos de que la UNASUR jamás debía ser un grupo de dirigentes políticamente cercanos sino una verdadera unión de Estados que afianzara el comercio, la amistad y el desarrollo de sus pueblos.
Recuerdo, por ejemplo, lo productiva que fueron las reuniones con los bloques de la derecha chilena o con los colorados opositores al presidente Lugo en Paraguay.
Al concluir los encuentros ambos bloques, como todos los demás, confirmaron que iban a ratificar el tratado, cosa que hicieron en breve.
En el mismo sentido fue la Cumbre de Presidentes convocada de urgencia por la UNASUR en Buenos Aires a iniciativa de Cristina Fernández de Kirchner frente al intento de golpe contra el presidente Rafael Correa en Ecuador.
El unánime repudio a las intenciones golpistas firmado por mandatarios de todas las ideologías políticas fue un contundente mensaje que fortaleció la institucionalidad democrática ecuatoriana.
Pero sin ninguna duda el hecho que marcó la breve gestión de Kirchner en la UNASUR fue el acuerdo de Santa Marta firmado el 10 de agosto de 2010 por los presidentes de Colombia y Venezuela, Juan Manuel Santos y Hugo Chávez.
Este acuerdo significó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, poniendo fin así a cinco años de una crisis recurrente que había escalado hasta tal punto que muchos preveían el inicio de un conflicto bélico.
Este acuerdo, que fue considerado «histórico» por la prensa internacional y celebrado por la Unión Europea, los Estados Unidos y todos los gobiernos latinoamericanos, se alcanzó en gran medida por las acciones realizados por el flamante secretario general de la Unasur Néstor Kirchner, que llevaba apenas tres meses en el cargo.
No debemos olvidar que el Acuerdo de Santa Marta implicó a los dirigentes que en ese momento se veían como los más antagónicos e irreconciliables de la región.
Chávez llevaba más de diez años en la Presidencia y acababa de ser fuertemente legitimado por la victoria en el plebiscito por la reforma constitucional que lo habilitaba a un nuevo mandato que no fue cuestionado por sus opositores.
Santos venía de ganar ampliamente las elecciones después de haber sido, como ministro de Defensa de Uribe, uno de los críticos más duros al chavismo.
Y fue precisamente Santos quien, a través de su canciller María Ángela Holguín, solicitó a Kirchner que realizara esa gestión cuyo buen resultado parecía por entonces casi imposible.
Me llevaría un libro entero contar los sucesos que vivimos esos días que van desde la reunión de Kirchner con Santos, aún como presidente electo, el 25 de julio en la embajada de Colombia en la Argentina a la firma del acuerdo en la ciudad colombiana de Santa Marta quince días después, las intrigas geopolíticas, los aliados que inesperadamente, al menos para mí, conspiraron en contra del acuerdo, los problemas de las vanidades siempre presentes en la llamada diplomacia presidencial, pero lo cierto es que Néstor Kirchner pudo sortear todos los obstáculos y con la confianza que ya le tenía Chávez y la que rápidamente construyo con Santos logró la firma de ese acuerdo.
No me olvidaré nunca cuando después de recibir a la futura canciller Olguín y escuchar la idea que nos traía del presidente electo, fui a verlo a Néstor repleto de dudas sobre la posibilidad de encarar tamaño desafío.
Por entonces, en realidad, la Unasur éramos apenas seis personas que trabajamos ad honorem junto a Néstor y deberíamos lidiar con un tema en el que intervenían las principales cancillerías del planeta.
Al plantearle al flamante secretario general la propuesta colombiana, él no dudó un segundo y me dijo, «Deciles que sí y empezamos a fijar las fechas para viajar y cerrarlo».
Y así fue. Me parece importante recordar estos hechos para poner en su justa dimensión a Néstor Kirchner, alguien que junto a una inmensa voluntad que nadie le niega demostró también una enorme capacidad de diálogo, acuerdo y escucha que suelen esconder sus detractores vernáculos.
A su capacidad política para tensionar la realidad al extremo, corriendo siempre los límites de lo que se creía posible para lograr lo que parecía imposible, Kirchner agregaba la capacidad de articular intereses diversos, de encontrar puntos en común, de hallar soluciones, de imaginarse alternativas que a primera vista no estaban presentes.
Para concluir me gustaría cerrar con el recuerdo de un hecho poco conocido el 23 de septiembre Kirchner se reunió con Bill Clinton en Nueva York y ahí para sorpresa del expresidente estadounidense Kirchner, después de relatarle lo ocurrido en Santa Marta, le propuso que ambos se reunieran con Chávez en Caracas para comenzar una gestión que ayudara a mejorar la difícil relación entre los dos países.
Se comunicaron con el presidente venezolano y empezaron a programar una reunión que sería en diciembre de ese año.
Lamentablemente la muerte de Kirchner frustró ese encuentro.
Es imposible hacer historia contrafáctica, pero podemos imaginar que quizá de haber tenido lugar esa reunión la historia de nuestro continente hubiese sido distinta.
(*) – Ex senador y jefe de Gabinete de la Nación. Doctor en Ciencia Política, profesor titular de la UBA, investigador del CONICET y politólogo.