El organismo científico hizo público un informe sobre la repercusión en la sociedad de los primeros días de la cuarentena: conceptos erróneos y temor al contagio
Este lunes el Conicet hizo público un informe realizado por un grupo de investigadores durante los primeros días del aislamiento social preventivo y obligatorio, para medir su impacto social. El estudio mostró que durante el comienzo de la cuarentena en la población hubo conceptos erróneos sobre la enfermedad, como así también temor ante los posibles contagios.
Dicho informe, que en su momento fue elevado al gobierno nacional para informar sobre las repercusiones de las medidas ante la pandemia, fue realizado «a contrarreloj», según señalaron desde el organismo. Se formó una comisión, que envió cuestionarios a informantes claves de universidades de todas las provincias, para realizar un relevamiento del efecto de la cuarentena.
A partir de las entrevistas con los informantes claves de cada provincia, los científicos pudieron sacar diferentes conclusiones. Por empezar, identificaron que en aquellos primeros días había distintas dificultades para cumplir la cuarentena y adherir a las pautas de cuidado según la zona. “Vimos, sobre todo, que había una creencia generalizada de que la enfermedad era algo más relativo a las clases altas y no a las clases bajas”, señala Gabriel Kessler, sociólogo del Instituto en Humanidades y Ciencias Sociales (IDHICS) del Conicet y profesor de IDAES-Unsam.
También observaron que en esos primeros días había grupos con enfermedades crónicas específicas que manifestaban preocupación por la posible cancelación de turnos médicos. Y notaron una alta presencia de la enfermedad del Dengue. “Había también una cuestión que fue cambiando: una confusión muy grande sobre las formas de contagio y las medidas de prevención. Y una gran preocupación por la cuestión central del acceso a jabón, lavandina, alcohol, y los riesgos ligados a la falta de espacio”, apunta Kessler.
Otras de las cuestiones que se subrayaron en el informe fueron: la percepción de aumento de precios en los locales barriales, la dificultad en relación a los servicios de bancos y en la llegada a los comedores. “Ya se empezaban a ver temores de las personas con sufrimientos de salud mental –continúa explicando el investigador-. Y en relación con la policía se señalaba la necesidad de que cuenten con buena información, con medios técnicos para poder difundirla, con protección para ellos y las personas con las que interactuaban en su accionar y se alertaba ya sobre la necesidad de control ya que el informe señala casos de abusos y maltratos en varias provincias”.
Los científicos también relevaron la situación de la población carcelaria: “Pudimos ver que estaban muy asustados, con toda razón, por la cuestión del contagio y por no tener información”. Además, llegaron a sondear al entorno de las trabajadoras sexuales. “Mostraban una dificultad de acceder a formas de cuidado y temor por falta de acceso a medicamentos ”, apunta Kessler. Con toda esa información, los científicos de la Comisión de Ciencias Sociales hicieron una serie de sugerencias y también un racconto de las mejores prácticas que encontraron en cada provincia, “porque rápidamente se activaron formas de solidaridad. Encontramos el lugar de las aplicaciones y sobre todo WhatsApp como forma de comunicación y solidaridad”.
Por los comentarios que recibieron, el informe “tuvo muy buena recepción para servir a las políticas públicas implementadas”, dice Kessler. Además, con la experiencia del relevamiento, los integrantes de la Comisión de Ciencias Sociales sintieron que se transmitió cómo desde sus disciplinas pueden aportar conocimiento a las problemáticas que emergen de la pandemia. “Si bien ahora los más consultados son los epidemiólogos y después está la pregunta de qué va a pasar económicamente, hay una cuestión central y peculiar de esta epidemia, y es que más allá de la expectativa por encontrar una vacuna, ahora las formas de evitar el contagio son las de las pandemias históricas: el aislamiento, la cuarentena, la distancia física. En todo eso, las Ciencias Sociales tienen mucho que decir”, asegura Kessler.
“Nosotros estudiamos circulación, distancia, transporte, cómo se mueven distintas aglomeraciones humanas. Hay muchas aristas en las que las Ciencias Sociales y Humanas son importantes para el durante, no solo para el después. Es un trabajo fino, sutil, territorial, que es necesario pensar y calibrar desde nuestra experiencia. Y eso se vio en este informe: en dos días logramos movilizar a miles de personas y producir información con impacto”.
¿Cómo se realizó?
El mismo día en que se decretó el aislamiento social y preventivo para frenar la expansión del coronavirus, la Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad COVID-19 (MinCyT, CONICET, Agencia), coordinada por Kessler, fue convocada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación para relevar la respuesta de los diversos sectores sociales a aquellos primeros días de confinamiento. Menos de una semana después del llamado, tuvieron listo un informe de más de cien páginas que fue elevado al gobierno nacional y sirvió como base científica para analizar las políticas públicas implementadas.
“Nos convocaron de urgencia y ese mismo día armamos rápidamente una comisión con colegas e ideamos un relevamiento”, comenta Kessler. La comisión se completó con el vicepresidente de Asuntos Científicos del CONICET Mario Pecheny y los investigadores Marcela Cerrutti, Ariel Wilkis, Natalia Bermúdez, Georgina Binstock y Juan Ignacio Piovani. Cada uno desde su cuarentena, diseñaron en conjunto una metodología que, sin violar el aislamiento, les permitiera tener rápidamente y de manera federal una mirada sobre los posibles problemas generados a raíz del acatamiento a la medida.
La estrategia desplegada por los científicos se basó en contactar a informantes clave de las universidades –referentes académicos de Sociología, Antropología, Trabajo Social, Ciencias Políticas, Educación, entre otras disciplinas- que tuvieran a su vez vínculos con referentes locales -gente que viva en el territorio, líderes políticos, sociales, religiosos, indígenas-. A todos ellos les enviaron un cuestionario sobre los principales problemas surgidos a partir del confinamiento: les consultaron si las personas tenían la información adecuada, qué problemas podían prever si la cuarentena se extendía y también señalaban las buenas prácticas que la sociedad ya hubiera generando. “El objetivo –apunta Kessler- era ver cómo lo estaban afrontando distintos sectores, qué significaba la medida en términos económicos, sanitarios, de seguridad”.
La respuesta fue casi inmediata: más de ochocientos académicos y académicas contactaron a 1600 referentes locales que respondieron el cuestionario. En paralelo, casi cuarenta becarios del CONICET coordinados por el investigador Gonzalo Asussa se encargaron de diseñar una matriz para volcar los datos obtenidos a un Excel que permitió tener un análisis muy rápido de los datos obtenidos. “Fue un trabajo increíble”, dice Kessler, “en dos días pudimos armar un informe por provincia y, a su vez, un informe general”.
El documento final, de 140 páginas de extensión, contiene resúmenes ejecutivos y un capítulo por provincia en cuya redacción participaron más de veinte investigadores del CONICET y de universidades nacionales de todo el país. Enumera los problemas, soluciones y buenas prácticas que se desprenden de los primeros días de aislamiento social. Funcionó como una radiografía federal y social del momento y fue elevado al Poder Ejecutivo, que lo tuvo entre sus insumos durante las primeras reuniones en la quinta de Olivos, días después de decretada la medida. “Fue una verdadera gesta. Un trabajo que se hizo solo con nuestros medios, sin otro presupuesto, y mostró una capacidad de coordinación y compromiso y de trabajo de las Ciencias Sociales y Humanas muy impresionante”, asegura Kessler. “Ahora estamos planificando cómo puede eso seguir”.
*Para acceder al informe completo haga click aquí.
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