Editorial
Cuesta creer que el Coronavirus no provoque grandes daños en el país, cuando se asiste a noticias que dan cuenta de que en la Panamericana, por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires, este miércoles por la mañana había colas de más de cuatro kilómetros de automóviles que pugnaban por entrar a Capital Federal ¿Todo ellos tenían necesidad imprescindible de movilizarse?
En esas mismas y fenomenales como cuestionables colas y taponamientos, había personal de salud que debía concurrir a cumplir tareas determinantes y se demoró más de cuatro horas en llegar a sus destinos. Un verdadero disparate, una cosa reprochable desde todo punto de vista.
Cuesta creer, por otra parte, que haya provincias y ciudades (como Santa Fe y Rosario) que no sean blindadas, en donde los controles son pocos, malos o ninguno, que no se adopten medidas drásticas con el propósito de resguardar a la población.
Tal vez algunos gobernantes crean que al virus lo van a combatir con gacetillas de prensa, con medidas insuficientes, o tal vez estén esperando para despabilarse que la pandemia cause estragos, lo que será demasiado tarde.
Es cierto que hay una parte de la población que no colabora, que no entra en razones, que no tiene ningún respeto por la salud y la vida, pero no es menos cierto que si las autoridades no actúan como se debe, el futuro podría ser de lamentar.
La indicación de no circular debe ser drástica, acompañada de medidas severas para quien no acate las normas; las excepciones son demasiadas y el sentido común dice que si dos millones de personas circulan como si nada, hacen posible contraer el virus y ese virus viajará al hogar con lo que ello significa.
Mención aparte merece la falta de escrúpulos de muchos formadores de precios, quiene aprovechándose de la situación aumentan precios al amparo de un Estado (no solo del nivel nacional, sino provincial y municipal) que no es riguroso en la adopción de medidas ejemplificadoras.