Por: Diego Añaños
Por Diego Añaños
Uno de los grandes caballitos de batalla del gobierno de Mauricio Macri era la idea de que era necesario volver al mundo. No quedaba muy claro cuándo nos habíamos ido, si siquiera si nos habíamos ido, pero sonaba bien. Por eso nos sorprendimos tanto cuando nos enteramos de que el gobierno de Cambiemos, ni bien Susana Malcorra fue derrotada en su intento de transformarse en la Secretaria General de las Naciones Unidas, suspendió los pagos a los organismos internacionales y regionales (ONU, Mercosur y UNASUR). Los compromisos internacionales en mora ascienden hoy a 151 millones de dólares. De hecho, en caso de que los pagos no se hagan efectivos, corre peligro el voto de la Argentina en la Asamblea General de la ONU, ya que 106 de los 151 se le deben al organismo.
Pero, si es que alguno vez nos fuimos, a qué mundo deberíamos volver? Hay un hecho incontrastable, la supuesta integración al mundo no le sirvió a la Argentina para resolver ninguno de sus problemas. De hecho todos los números durante la gestión de Macri se pulverizaron. Si EEUU, o el mundo, quisieran ayudar a los países emergentes, pondrían en marcha algo así como un Plan Marshall, y no un diseño de políticas recesivas como se imponen desde comienzos de la década del 80. Lo hemos dicho en ocasiones anteriores, desde que se llevan adelante programas de reformas estructurales (aquello que se llama habitualmente políticas neoliberales), es posible observar los siguientes fenómenos:
- el mundo crece a la mitad del ritmo del que venía creciendo, de hecho sobre fines de 2019 se publicó el dato de la OCDE que daba cuenta de que el crecimiento mundial sería el más bajo en una década.
- el mundo se ha vuelto más injusto esto es, la distribución del ingreso ha empeorado sensiblemente. Hay cada vez menos ricos más ricos y más pobres mucho más pobres: sólo el 1% de la población mundial posee más del 80% de la riqueza global, y el 50% de la población posee sólo el 1% de la riqueza.
- el mundo se ha vuelto más inestable, ya que acumulación de crisis bancarias, financieras y de deuda en los últimos 40 años es la más alta de la historia de la humanidad. En efecto, la volatilidad económica es una característica inmanente del mundo al que algunos quieren volver. Para muestra basta un botón: Trump mata a un dirigente en Iraq y los mercados internacionales se desploman
El gobierno de Alberto Fernández se fijó como primer objetivo atender la situación de los argentinos en condiciones de mayor vulnerabilidad. Luego, pero solapando acciones, se dedicó a instrumentar un conjunto de medidas tendientes a estabilizar la economía. Como dijo el ministro Guzmán, primero frenar la caída de la actividad, luego acomodar las demás variables. Posteriormente vendrá el diseño de un plan económico y a continuación la renegociación de las deudas. Incluso en el mientras tanto, tendrá que ocuparse de gestionar el día a día de la administración nacional. Esta semana 5 provincias (Tucumán, Chubut, Chaco, Río Negro y Santa Cruz) solicitaron asistencia por $5.600 para hacer frente a sus compromisos urgentes, a cambio de lo cual deberán renunciar a una parte de las partidas que les corresponden por Coparticipación de Impuestos. También la extensión del Programa Precios Cuidados, o la negociación con las automotrices por la crisis de sector, forman parte de la agenda cotidiana de la conducción económica
Sin embargo, y más temprano que tarde, tendrá que dedicarse a trabajar sobre dos cuestiones estratégicas. Una es el Acuerdo UE-Mercosur, que registra algunos avances, pero que requiere de que las legislaturas de los países miembros lo aprueben. Incluso aún más importante: todavía no ha sido redactada la letra chica del mismo. La otra, se vincula con discusión de la rebaja del Arancel Externo Común del Mercosur. El tema fue impulsado por Brasil en la Cumbre de presidentes que se realizó el 5 de diciembre pasado en Brasilia, pero no consiguió que avanzara. Uruguay y Paraguay acompañan en general la idea de rebajar el arancel a la mitad. Será cuestión de otra charla, pero más allá de si no quisieron, no pudieron, o no supieron, ninguno de ambos países tiene un desarrollo industrial considerable, y obviamente la reducción de aranceles les permitiría bajar el costo de sus importaciones. Brasil y Argentina, sin embargo son casos más complejos, dado el fuerte desarrollo relativo de su industria.
Decimos que Brasil y Argentina acompañaban la idea, pero deberíamos haber dicho que las duplas Bolsonaro-Guedes y Macri-Lacunza lo hacían. Tanto los industriales argentinos de la UIA como los brasileños de la FIESP (Federación de Industrias del Estado de San Pablo) y de la CNI (Confederación Nacional de la Industria) miran con preocupación una medida que los sometería a una exposición inesperada. Visto en función de la coyuntura internacional, parece un suicidio abrir las fronteras a un mundo que ha tomado exactamente el camino inverso: la protección de los sistemas productivos nacionales. Está claro que el tema no aparece en la tapa de todos los medios pero es, sin dudas, una de las discusiones más relevantes de los próximos tiempos.