Por Carlos Duclos
(Opinión con videos referenciales)
Algunas cuestiones que hacen a la vida cotidiana de las personas y que dependen de ciertos personajes, no pueden ser tratadas con el protocolo periodístico y el decoro que las formas de la comunicación requieren. Tales sucesos, no merecen sino que se aparte de ellos el acartonamiento y el purismo, para ser considerados a la luz de la indignación social, del enojo y del repudio completo y sin vueltas como suele tratarse en las mesas de los bares estos temas, porque a los cambalaches no les cabe otra cosa que la cambalacheada.
Y para ser precisos y no perdernos en las introducciones, vayamos al punto: un empresario de Puerto Madero trata de ahorcar hace unos días a una joven mujer y los representantes de la justicia argentina ordenan apenas la “prisión domiciliaria” para el peligroso y adinerado agresor; pero eso sí, una mujer que estaba fumando en la estación de trenes de Constitución besa a su pareja, también mujer, en un andén y es maltratada por la policía, detenida, procesada y condenada a un año de prisión en suspenso por resistencia a la autoridad y lesiones.
Los dos sucesos, que tienen cartel profuso en las últimas horas, dan cuenta de la degradación en que se encuentra la justicia argentina por responsabilidad de jueces y funcionarios que ocupan cargos nomás que por poseer un título, pero a quienes les falta sentido común y abonan con su mediocridad esta degradación que afecta a los poderes de la República (y a buena parte de la sociedad). Argentina, por obra y gracia de sus dirigentes, ha pasado a ser una republiqueta al mando con frecuencia de incapaces, corruptos, vagos, o faltos de la sensatez necesaria para liderar el destino de millones de seres.
Detener y condenar a una mujer por estar fumando y besar a otra, es tan indignante como permitir que un señor con plata, que maltrató a una mujer al punto de querer ahorcarla, transcurra su detención en su suntuoso departamento mientras su víctima, toda golpeada y con signos en su rostro, tiembla de miedo por lo que pudiera ocurrirle. Como bien dijo alguien no hace mucho: “las serpientes cuando muerden inoculan su veneno a los que están descalzos, no a los que usan botas de alta gama”.
Así está la Argentina de nuestros días, entre la compra-venta de las convicciones políticas, ofreciéndose los dirigentes al mejor postor, saltando como langostas de un espacio a otro, o montando el caballo que parece ganador. Una Argentina con una justicia de la que muchos ciudadanos dudan, porque quienes deben impartirla se ajustan al frío molde de la norma (o de la imbecilidad), pero les falta empatía, capacidad de comprensión y, sobre todo, sentido común para dictar sentencias.
En este contexto cabe recordar el caso reciente de la libertad de un violador en la provincia del Chaco, que a las pocas horas abusa de una bebé de un año y cuatro meses que finalmente muere por hermorragias. Esta es una justicia muchas veces deshonrada, a la que a partir de una famosa servilleta algunos han politizado y que concede muchas dudas sobre si ciertas investigaciones y causas son serias o solo se constituyen en meras operaciones hechas por servicios de inteligencia, pseudo periodistas o agentes al servicio de oscuros poderes.
Algo huele mal en Argentina y son algunas instituciones en donde la infección focalizada amenaza con convertirse en septicemia. Triste.