El próximo martes se cumplen 500 años de la llegada de Hernán Cortés y sus tropas a la imponente ciudad de Tenochtitlan, capital del imperio mexica, cuyas majestuosas edificaciones y amplios canales hicieron dudar a los conquistadores si deberían mantenerlas o erigir una nueva urbe al más puro estilo europeo.
Según describen las crónicas del siglo XVI, el territorio que hoy ocupa parte de Ciudad de México era percibido como la Venecia de América, con edificios de culto de hasta 40 metros de altura, dimensiones que pocas construcciones del mundo alcanzaban en esa época.
«Tuvo que ser difícil decidir entre destruirlo o hacer algo nuevo. Hernán Cortés vivió un gran conflicto emocional», explicó a EFE la arquitecta María Bustamante, cronista de Ciudad de México.
A pesar de esto, pronto se dieron cuenta de que una población que basaba su organización urbanística en templos y construcciones sagradas y que relegaba los espacios habitables a un segundo plano no podría cumplir los requisitos de una ciudad europea.
Lo mismo pudieron pensar sobre el territorio donde los mexicas decidieron establecerse en 1325: un pequeño islote inhóspito que no había sido habitado en siglos, rodeado de lagos y terrenos húmedos. Todo lo contrario a lo que podrían imaginarse los europeos como origen de un imperio.
Sin embargo, precisamente eso vieron los mexicas, un lugar profético donde poder construir una ciudad a su manera.
«Lo que vieron fue esa concepción de haber encontrado el lugar, la profecía. Y, habilidosos, encuentran cómo hacer que el islote sea habitable», señaló Bustamante.
En 200 años, desde su llegada hasta la entrada de los españoles, los mexicas construyeron un Tenochtitlan muy desarrollado, «muy curioso urbanísticamente», según el periodista y también cronista de Ciudad de México Jorge Pedro Uribe.
Los habitantes de la ciudad habían adquirido un gran dominio de los lagos que rodeaban el islote, pues algunos eran de agua salada y otros de agua dulce.
Por eso debieron conseguir que el agua salada no anegase la ciudad y canalizar el agua potable para consumo humano.
«Tenían una gran ingeniería hidráulica, muy adaptada a lo natural; podríamos decir que fueron los primeros urbanistas sustentables», dijo Bustamante.
Fue precisamente este desarrollo uno de los que los conquistadores españoles intentaron perpetuar, junto con el trazado urbano reticular, basado en la cosmogonía, o la división en cuatro parcialidades.
Sin embargo, en los siguientes siglos se fue perdiendo el conocimiento y el control del agua debido a las «malas decisiones relacionadas con intentar sobreponerse a la naturaleza», entre ellas secar los lagos que rodeaban lo que ahora es el centro histórico de Ciudad de México.
«Fue la peor decisión pero era necesaria (…), porque casi cada década se inundaba la ciudad con tres metros de agua por uno o dos años; resultaba difícil de habitar», explicó Bustamante.
Cada año, la zona donde estaba ubicada Tenochtitlan se hunde entre cuatro y cinco centímetros, y hay investigadores que aseguran que desde la conquista el nivel del suelo ha bajado hasta 40 metros.