El papa Francisco encabezó este viernes su séptimo Vía Crucis como pontífice frente al Coliseo Romano, a donde llegó apenas pasadas las 16 hora argentina (21 de Roma), donde fue recibido por la alcaldesa local Virginia Raggi y una multitud de más de 20.000 personas, informó el Vaticano.
Durante la celebración, el papa pidió por los inmigrantes, los «hambrientos de pan y amor» y por la Tierra, al enumerar una serie de «cruces en el mundo».
«Ayúdanos a ver en tu cruz todas las cruces del mundo», dijo Francisco al celebrar la tradicional ceremonia de Viernes Santo, su séptima como pontífice, y antes de enumerar una serie de situaciones por las que pidió.
En sus pedidos, Jorge Bergoglio incluyó a «las personas hambrientas de pan y amor»; a «las personas solas y abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes», y a las (personas) «sedientas de justicia y de paz».
Uno de los ejes de su pontificado estuvo presente y reclamó entonces también por «los inmigrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de corazones blindados por los cálculos políticos».
Tras pedir por «la Iglesia que se siente continuamente asaltada desde dentro y desde fuera», el pontífice expresó su preocupación ambiental y reclamó por «nuestro hogar común que seriamente se marchita ante nuestros ojos egoístas y ciegos por la codicia y el poder».
Además, en lo que pareció una referencia implícita a la crisis de abusos que atraviesa la Iglesia, pidió por «los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza».
En un año en que el Vaticano ha tomado la inclusión de la mujer como eje, las meditaciones para el Vía Crucis fueron escritas por una monja italiana, Eugenia Bonetti, que centró su trabajo en la denuncia de la trata de personas y la condena especial a la prostitución.
«Pensemos en los niños de diversas partes del mundo que no pueden ir a la escuela y que, en cambio, son explotados en las minas, en los campos, en la pesca; vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos; abusados y explotados en nuestras calles por muchos, incluidos los cristianos, que han perdido el sentido de la sacralidad propia y de los demás», reclamó en esa línea en la sexta de las 14 estaciones en las que se dividió la celebración.
«Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche en Roma, a la que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse de ella», denunció el texto luego.
Las calles aledañas estaban vacías desde primera hora de la tarde, cuando se cerraron las estaciones de subte y se dispuso el anillo de seguridad que se extendía más de un kilómetro a cada lado del histórico símbolo de Roma. El pontífice recitará una oración al final de la ceremonia, luego de la lectura de las meditaciones tradicionales.
Francisco inició el Viernes Santo en la basílica de San Pedro, donde, postrado dos minutos en silencio en el piso, dio el primer paso para la celebración de la denominada «celebración del señor», que se caracteriza porque el Papa no predica sino que se limita a escuchar la homilía del predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, un capuchino de 84 años que también lo guía en sus ejercicios espirituales anuales.
Cantalamessa afirmó en su homilía que «la Iglesia ha recibido el mandato de su fundador de ponerse de la parte de los pobres y los débiles, de ser la voz de quien no tiene voz y, gracias a Dios, es lo que hace, sobre todo en su pastor supremo».
La oración completa del pontífice:
Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo;
la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de las personas solas y abandonadas por sus propios hijos y parientes;
la cruz de las personas sedientas de justicia y de paz;
la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;
la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la homicida ligereza del egoísmo;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente portar Tu luz en el mundo y que se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;
la cruz de los consagrados que en su caminar han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y buscando vivir según Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;
la cruz de Tu Iglesia que, fiel a Tu Evangelio, se fatiga para llevar Tu amor también entre los mismos bautizados;
la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente asaltada continuamente en lo interno y lo externo;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!