El comportamiento de la sociedad está directamente ligado con su sistema de valores. A lo largo de la historia, muy especialmente a partir de la Revolución Industrial, los valores se han mantenido alejados de preservación del ambiente.
Pero en las últimas décadas, al advertir la sociedad los múltiples daños al ecosistema y, por ende, a su calidad de vida, las ciencias sociales como la economía han retomado la ética como resorte de la ecología. Así, abren su horizonte de mediano y largo plazo; reconocen, entonces, las restricciones a imponerse en pos del desarrollo sustentable. La palabra «desarrollo» expresa un compromiso de equidad y el adjetivo «sustentable» implica perduración y futuro, según informó Infobae.
Queda patente, de esta forma, la necesidad de modificar el «paradigma» de la maximización de beneficios, predominante en la ciencia económica.
En nuestro país, de a poco se va tomando conciencia sobre el problema. Al menos, hoy la sociedad sabe, aunque por encima, que los problemas ambientales más graves se expresan en el cambio climático, la contaminación del agua, el manejo y disposición de los desechos sólidos , la deforestación y la necesidad de aplicar una política económica para la explotación del agro de forma sustentable. Es interesante remarcar lo expresado por la OCDE (2019) en su trabajo Políticas Agrícolas en Argentina: «…la política debería centrarse más en la sustentabilidad ambiental y la innovación agrícola en todas las regiones».
Un ejemplo. Según el Censo de Basura Costera En el año 2017, el 82% de los residuos recolectados en la costa de Buenos Aires fueron materiales plásticos como botellas y sorbetes. En promedio, cada argentino consume 42 kilos de plástico por año. Únicamente el 25% es reciclado. El resto va a dar al mar. Terrible… ¿no? Frente a este cuadro, varias empresas se han comprometido a limpiar las aguas y generar conciencia sobre esta cuestión.
A su vez, a nivel mundial cerca doscientas cincuenta organizaciones firmaron, a fines del año pasado, el Compromiso Global por una Nueva Economía de los Plásticos, con el apoyo de la ONU Medio Ambiente.
Las ciencias sociales, como la economía, vienen avanzando en la importancia del ambiente. Una vez comenzado el siglo, el criterio de maximización de beneficios comenzó un proceso de subordinación a la ética y, por ende, a la sustentabilidad ambiental. Amartya Kumar Sen, en Sobre ética y economía, expresa: «La economía puede hacerse más productiva prestando una atención mayor y más explícita a las condiciones éticas que conforman el comportamiento y el juicio humano».
La explotación de recursos (finitos) y la aparición de desechos son problemas biofísicos que requieren de la ecología. No se trata sólo de problemas de eficiencia económica. Las ciencias sociales como la economía no pueden asignar recursos en el contexto de un sistema global que desconoce.
Juan Pablo II advierte que es imprescindible un cambio profundo en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad». En otras palabras: se necesita el desarrollo de instituciones de producción y consumo que sometan los deseos y aspiraciones de los hombres a determinadas vías de acción en el marco de la ética y la ecología.
La crisis ambiental exige que, cada vez más, las ciencias sociales tomen en cuenta la ética y la ecología a través de un sistema de valores donde la integralidad del hombre se desarrolle en armonía con el medio donde se desenvuelve. En tal sentido, disciplinas como el marketing deben incentivar la conciencia ambientalista del consumidor a fin de que éste demande productos y servicios amigables con la naturaleza. Y además, la educación debe promover hábitos de consumo con estrecha relación con el medio.