Opinión

Por Carlos Duclos

El problema argentino es cultural, moral y ético


Por Carlos Duclos

Las cosas están mal en Argentina, muy mal. En el aspecto económico el descalabro es tal que el año 2018 nos dejó como legado una de las economías más devastadas del mundo, una inflación histórica y una crisis social sin precedentes. Los economistas y la “casta” de dirigentes argentinos, cuyos representantes son siempre los mismos y por tal motivo no es posible aguardar cambios, históricamente repiten viejas y manidas ideas al proponer soluciones. Y esto es nada, absolutamente nada.

“Cambiemos es un desastre con investidura de decepción”, dice un señor en una charla de café y es cierto. Además de ausencia de cintura política en el gobierno actual, Cambiemos es el representante de un poder que está más allá de las fronteras argentinas por eso no se puede aguardar mucho más que decepción. Cambiemos es promesas para captar votos e incumplimiento de lo prometido para satisfacer las expectativas del poder real.

Pero sería un error pensar que la oposición en Argentina tiene la receta o va mucho mejor. Es cierto que para que exista Cambiemos son necesarios medios hegemónicos que publiquen verdades relativas o mentiras, que no hagan periodismo sino política bastarda y cruel; que hace falta el poder económico que respalde estas maldades, y es necesario un Poder Judicial grotesco y echado a perder que actúe. Pero Cambiemos no subsistiría sino existiera una oposición que, por acción u omisión, alimentó y alimenta al neoliberalismo con sus locuras, mediocridades, estupideces, mezquindades, corrupciones… y fanatismos. Una oposición penosa, incapaz o sin interés de despertar con habilidad y talento al soberano dormido.

Pero esta es una parte de la realidad; la otra es algo más compleja y profunda. Y es que en el fondo se erige y vive la “casta” política en general, esa *de uno y otro signo*, que sirve a los intereses propios y a aquellos que les son útiles. Y tras el cortinado del escenario político argentino, los actores de la castita en cuestión se saludan con abrazos. Son como esos jugadores amigotes que disputan un partido de fútbol, se pelean un poco en el campo de juego, algunas faltas, pero terminado el encuentro se toman un café juntos y hablan de contratos y comparten representantes.

Y para que exista esa “casta” y permanezca, es necesario alguien que la tolere y hasta que la mime (alentado por la ignorancia). Y ese alguien es una buena parte de la sociedad argentina que muestra con cierto orgullo su mente subdesarrollada ¿Cómo es esto? Se verá: no hay países subdesarrollados sin mentes subdesarrolladas. Y en Argentina abundan estas mentes: están en el empresariado, en las clases pobres, medias y ricas, entre señores con títulos universitarios, entre gremialistas, están en todas partes. Son subdesarrolladas porque aun cuando sean mentes inteligentes para ciertas cosas, están bloqueadas para comprender cuáles son las acciones necesarias para alcanzar el destino que ansían y que conviene a todos. Se han dejado anestesiar, hipnotizar, embelesar por la “casta” de un extremo y de otro. Y a partir de allí han hecho una cultura del subdesarrollo, de la colonización, de la esclavitud y también de la corrupción. Son mentes que se muestran absolutamente indiferentes, por ejemplo, cuando pasan un semáforo en rojo poniendo en riesgo la vida del prójimo, pero se quejan de Macri o de Cristina por sus actos de supuesta corrupción. Ejemplos abundan de estos “vivos criollos” y corruptos, a los que el poder político de todos los signos les regala la impunidad.

De esta mente nacional inescrupulosa, mezquina y mediocre se vale la “casta” para permanecer. Siempre las mismas caras, siempre las mismas recetas, siempre la misma angustia de muchísimos argentinos que “la tienen clara”, pero que no pueden hacer nada porque domina la corporación de la mano de los “vivos comunes”.
La dramática realidad argentina no es económica, ni política partidaria, es cultural. Argentina padece de una sociedad en donde así como hay una buena porción de gente buena, honesta, inteligente, inocente, trabajadora y con sentido común desarrollado, hay también una vasta porción con valores degradados o inexistentes.

Mediocridad, ignorancia, lamentable fanatismo, avidez por el poder a cualquier precio en su lugar de acción cotidiano, irrespetuosidad y descortesía son la constante. Sin contar, desde luego, los actos de corrupción diarios que provocan con sus desenfados. Porque la corrupción puede ser grande o pequeña, pero su naturaleza es siempre la misma. El señor que omite la senda peatonal con su vehículo y asusta al peatón con su actitud y pone en riesgo su vida, es tan corrupto como Lázaro Báez o Aranguren quien ha dicho la brutalidad de que la energía no es un derecho humano. Todo lo que contribuye al bienestar de la vida es un derecho humano.

En fin, que el problema argentino no es económico, ni político, es cultural, moral y ético y que, desafortunadamente, no parece que tienda a solucionarse con facilidad, al contrario.