Joe Wolek y Christoffer Persson, dos extranjeros que sufrieron en carne propia la inseguridad argentina durante durante su estadía en el país, debieron pasar por sus manos
Por Belén Corvalán
El doctor Yamil Ponce no cree en las casualidades. Y es por eso que está convencido de que Joe Wolek y Christoffer Persson llegaron a su vida por algo. Ambos extranjeros estaban de visita en Buenos Aires cuando, en diferentes circunstancias y siendo víctimas de la inseguridad, fueron agredidos salvajemente y cayeron en sus manos, debiendo ser operados de urgencia. “Creo que tenía que suceder porque tengo un mensaje para dar a mi país, y es que terminemos con tanta violencia. Tenemos que frenar esto”, dice a CLG el cirujano cardiovascular que operó a los dos turistas, en ambos casos con éxito.
El 8 de diciembre de 2017 el norteamericano Joe Wolek recorría el barrio de La Boca cuando al ser atracado por dos motochorros recibió más de diez puñaladas. El caso no sólo quedó ahí, sino que los días posteriores tuvo su repercusión mediática y desencadenó en la polémica sobre Chocobar, el policía que disparó a uno de los asaltantes al momento del robo. A poco más de cumplirse un año de aquel hecho, el turista sueco Christoffer Persson, de 36 años, perdió una pierna tras recibir un balazo en un asalto a una cuadra de la avenida 9 de Julio. Ambos lamentables sucesos confluyen en un solo nombre: Yamil Ponce, el médico que en el Hospital Argerich los intervino para salvarles la vida.
“Christoffer está con una actitud increíblemente positiva. Ya está pensando en cómo va a hacer para ponerse una prótesis. En un momento me dijo que a lo mejor se quedaba unos días más en Argentina. No tengo dudas de que una persona con esas ganas y ese coraje va a salir a flote ante cualquier adversidad”, confiesa a este medio el médico nacido en la provincia de Entre Ríos, en la primera entrevista que concede tras la vorágine mediática que vivió estas últimas semanas luego de haber operado al turista sueco.
Aunque asume que no lograba hallar una respuesta para entender por qué le había pasado esto dos veces, hoy el acertijo parece haber encontrado su razón, y es dar un mensaje a la sociedad: “Falta espiritualidad y amor”, dice. “Es muy fácil echarle la culpa a todo lo que nos rodea, pero todavía no nos dimos cuenta que la causa principal de la violencia somos nosotros mismos. Si esa energía que tenemos como ciudadanos no la aplicamos a un cambio y no la transformamos en un protagonismo, se convierte en violencia. En vez de discutir cómo hacemos para ayudar, discutimos contra el otro porque piensa diferente. El argentino tiene muy buenas intenciones y es muy apasionado, pero siempre se queda ahí”, agrega.
Cuando el poder de la fe y la ciencia se unen
“Yo no me imagino haciendo este trabajo sin transmitir la espiritualidad. Para mí la ciencia y la religión van de la mano. Yo creo que siempre hay una esperanza, incluso cuando médicamente uno no encuentra la respuesta”, sostiene Ponce, quien es adventista del Séptimo Día. “Siempre trato de dar una esperanza a los pacientes cuando estoy por operar y, si están de acuerdo, hacemos una plegaria juntos previamente».
Es que abrazarse a la fe es lo que lo acompañó a lo largo de toda su vida e hizo que todos sus logros sean posibles. “Cuando tenía cuatro años yo ya sabía que quería ser médico”, afirma Yamil, entrerriano y criado en San Nicolás de los Arroyos. Sin embargo, aunque mostraba mucha seguridad, sabía también con la misma claridad que el camino no iba a ser fácil. “Yo vengo de una familia muy humilde. Mis padres no hicieron ninguna carrera universitaria», cuenta. Una vez que arrancó con los estudios en su Entre Ríos natal, todos los meses aparecía la incertidumbre de no saber si iba a poder continuarlos. “Tenía que hacer malabares. Pero mi mamá me decía que si había tenido la capacidad de haberlo soñado, seguramente iba a tener la capacidad de lograrlo. No fue fácil, pero con empeño y dedicación se puede”, asevera.
Son tantos los momentos gratificantes que la medicina le ha brindado que asegura no poder elegir solo uno. “Los mejores recuerdos que tengo como médico no son los premios que recibí ni las menciones que tengo, sino una mirada, una sonrisa, cuando me puedo abrazar con el paciente y festejar la vida”, resalta. Asimismo, los tristes también existen: “Me golpea mucho cuando intentamos hacer todo para salvar a un paciente y este fallece, pero yo creo que estamos en esta vida para elegir a dónde queremos ir. Acá no se termina todo. Lo lamento y lo lloro, pero sé que nos vamos a volver a ver, y eso me renueva. Me da esperanza”, concluye.