En la segunda parte de su entrevista con CLG, el científico español Ceferino Maestú habla sobre el impacto de las ondas electromagnéticas en el cuerpo humano y la ineficacia de las normas que las regulan
Por Santiago Ceron
Hace ya varios años que las redes inalámbricas forman parte de nuestra vida cotidiana, pero con el correr del tiempo se han vuelto cada vez más masivas, hasta llegar al punto de que es prácticamente imposible estar aislado de ellas en una ciudad. Sin embargo, una parte de la comunidad científica advierte que estas tecnologías, que para muchos parecen inofensivas, están teniendo un efecto en el cuerpo humano.
Se trata de la «contaminación electromagnética» que producen redes inalámbricas como el Wi-Fi, el Bluetooth, las redes móviles y otras tecnologías que están constantemente presente en nuestras vidas. Según científicos, la creciente exposición a estas ondas electromagnéticas tiene consecuencias en la biología del cuerpo humano y advierten que las normas regulatorias quedaron obsoletas ante las nuevas tecnologías.
En la segunda parte de una extensa charla con CLG, el científico y doctor en medicina español Ceferino Maestú, uno de los investigadores más relevantes impacto de los campos electromagnéticos artificiales (CEM), da su visión sobre nuestra constante y creciente exposición a las ondas electromagnéticas a raíz de la tecnología inalámbrica: las normas existentes que las regulan, los cambios que las intensifican y sus posibles efectos en el cuerpo humano.
- La primera parte de la entrevista con Ceferino Maestú: «La llegada del 5G: «Toda la población se ha convertido en un conejillo de Indias»«
«Hay que tener en cuenta que nuestro sistema biológico y el de los animales es un sistema bioeléctrico», comienza explicando el director general del Laboratorio de Bioelectromagnetismo del Centro de Tecnología Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid. «Esto quiere decir que tenemos una capacidad de influencia de los campos electromagnéticos que nos rodean muy importante, porque nuestra comunicación celular está mediada por pequeños impulsos eléctricos. Esto quiere decir que desde el punto de vista biológico, nuestra relación con el campo electromagnético es evidente, la vida sobre la Tierra no podría existir sin esos campos», continua.
Esta primera pequeña explicación es lo que da pie a estudiar la influencia de las tecnologías en nuestro cuerpo: «Sobre esta base hay que pensar que la emisión al medio de campos electromagnéticos podría interactuar con nuestros propios campos electromagnéticos y podría cambiar las condiciones en las que estos se producen».
Las normas que regulan la emisión de ondas electromagnéticas, ¿ineficientes?
Así como explica Maestú, en el mundo existen órganos internacionales que establecen leyes y normas que establecen los límites en la emisión de campos electromagnéticos: «Desde los años 50 e incluso antes muchos gobiernos y científicos han desarrollado una gran cantidad de investigaciones relacionadas a la posibilidad de que haya influencia de estas ondas en nuestro cuerpo. A partir de ello, se ha determinado que hay ciertas limitaciones en campos electromagnéticos a las que no se puede exponer a los seres vivos porque sí influiría en su comportamiento normal».
«Los campos electromagnéticos que difundimos al medio están tasados por dos comisiones internacionales: Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos (FCC) y la Comisión Internacional de Protección de Radiación No Ionizante (ICNIRP). Estas instituciones han tomado una serie de principios sobre las que se basan esas normas, y el principio único que ellos han considerado que está comprobado es el efecto térmico, es decir, la capacidad de las ondas electromagnéticas en forma de microondas para producir calentamiento de los tejidos. Por ejemplo, cuando ponemos el celular en nuestra oreja, al tiempo notamos que nuestra piel se calienta. Este es el elemento angular en el que se basa toda la normativa. Allí empiezan los problemas. Se supone que no se han probado otros efectos que no sea el del calentamiento de los tejidos», argumenta Maestú.
«Algunos piensan que las normas actuales protegen suficientemente a la población de esa emisión de campos electromagnéticos. Otros científicos que han hecho muchas investigaciones suponen que esos límites no son suficientes y que realmente no estamos midiendo las consecuencias», agrega.
Allí es donde entra en juego el trabajo de Ceferino: «Llevo casi 20 años investigando en este campo, y los que lo hacemos vemos que efectivamente el sistema es muy sensible a muchos parámetros. Básicamente, una onda electromagnética se define por cuatro parámetros: intensidad, frecuencia, forma de onda y tiempo de exposición. Uno ve que cambios pequeños en alguno de esos parámetros cambia por completo la respuesta en el sistema biológico».
En ese sentido, Maestú criticó que el único parámetro que se tome para determinar las normas sea el térmico: «Hay muchos efectos que se producen a un nivel inferior que el térmico. Son muchos fenómenos que se están estudiando hace muchos años y que todavía conocemos muy mal». Y añadió: «La frecuencia es uno de los parámetros más definitorios, y yo diría que es el más importante de todos, y los reguladores internacionales sólo se han fijado en la intensidad».
Entonces, apuntó contra las grandes empresas: «Las autoridades han tomado una vía a partir de las presiones de las industrias, las telecomunicaciones representan uno de los negocios más importantes y por lo tanto presionan mucho a los organismos reguladores. Esa presión se traduce en que no se tengan en cuenta determinados aspectos que corresponden a la investigación».
Una exposición cada vez más masiva
Las redes inalámbricas forman parte de nuestra vida desde hace varios años, pero cada vez con mayor intensidad a partir de la aparición de nuevas tecnologías y la dependencia que se crea sobre ellas: «Hemos vivido durante muchos años sin sistemas inalámbricos de comunicación, sólo con radio y las ondas de la televisión, con densidad media muy baja. La llegada de las comunicaciones inalámbricas, fundamentalmente de las móviles o la telefonía celular, cambió por completo el mundo en el que nos movemos».
En ese sentido, hizo referencia al desarrollo de las redes móviles: «Nos han metido en una nueva sopa de radiofrecuencias tremenda con gran cantidad de nuevas radiaciones. Los primeros sistemas 1G y 2G tenían poca dimensión, el 3G creció mucho y el 4G ya fue un incremento grandísimo en las comunicaciones. Ahora viene el 5G, que va a multiplicar todo aún más». En la primera parte de esta entrevista, Maestú hizo un extenso análisis de la llegada del 5G y la falta de investigaciones sobre el mismo.
«Ese crecimiento de los sistemas ha hecho que se genere una necesidad de uso de tecnologías de este tipo en nuestra vida diaria, y no sólo para las comunicaciones. Allí aparecen los ‘sistemas outdoor’ y los ‘sistemas indoor’. Los sistemas outdoor son todos los repetidores de antenas que tenemos encima de las casas, y los sistemas indoor son aquellos que tenemos conectados por sistema inalámbrico como el Wi-Fi o el Bluetooth. La necesidad fue creciendo lentamente hasta convertirse en algo que parece imprescindible en este mundo interconectado masivamente. Uno puede preguntarse si esa necesidad es real o si está inventada», expresó.
El Wi-Fi, ¿dañino?
Internet se ha convertido en una herramienta indispensable para el ser humano, y si hablamos de Internet, hablamos de Wi-Fi, el cual está presente en prácticamente todos los hogares del mundo. Sin embargo, Maestú tiene fuertes reservas con este sistema: «El Wi-Fi es un sistema muy primitivo en cuanto a protocolo de comunicación, no es muy eficaz, pero se ha desarrollado de forma brutal en todos lados».
Pero las reservas no pasan sólo por la eficacia, sino por los efectos que puede tener en el organismo: «Lo curioso es que la frecuencia fundamental utilizada en el Wi-Fi es de 2,45GHz, la cual es la frecuencia de resonancia del hidrógeno y a su vez la misma frecuencia que utilizan los microondas de nuestros hogares. Esa misma frecuencia que utilizamos para calentar la leche por la mañana, resulta que es la que utilizamos todos los días para comunicarnos a través de Wi-Fi».
«Es una frecuencia que inicialmente debería estar prohibida para el uso biológico porque calienta las moléculas de agua, y nosotros estamos hechos en un 70% de agua. Lo mismo sucede con el Bluetooth, que tiene la misma frecuencia», agregó.
Entonces, esto despierta inquietudes en muchos: ¿el router que tengo en mi habitación me está haciendo daño? «Ahora han desarrollado nuevos Wi-Fi que aumentan la frecuencia a 3,6 o 5GHz porque el actual está agotado», señaló el español.
¿Qué dice la OMS sobre Wi-Fi y salud?
Al igual que los organismos que determinan las normas para la emisión de ondas electromagnéticas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) incide también en este aspecto al considerar que la principal consecuencia de la interacción entre la energía radioeléctrica y el cuerpo humano sería el calentamiento de los tejidos, alegando que no existe base científica para relacionar la exposición a campos electromagnéticos con otros síntomas.
Los efectos en el cuerpo humano
Finalmente, llegamos a las consecuencias que puede tener una gran exposición a los campos electromagnéticos. A lo largo de su extensa carrera, Ceferino Maestú ha hecho numerosas investigaciones al respecto y en CLG habló sobre ensayos que realizó recientemente con su equipo: «Hemos hecho un estudio en un barrio de Madrid donde pusimos un aparato muy caro que mide todas las frecuencias y la intensidad de cada una de ellas, y tratamos de correlacionarlo con las patologías de la gente».
Entonces, se encontraron con distintas afecciones: «Los problemas más importantes no parecen estar relacionados con el cáncer, sino, por ejemplo, con los trastornos del sueño. La Asociación Española de Neurología está hablando de que el 40% de los españoles tienen problemas de sueño». Y agregó: «Otro problema relacionado son los dolores de cabeza, que no están explicados por ninguna patología y, según hemos visto, tienen una relación directa con la intensidad de determinadas frecuencias».
«También hemos registrados problemas de fatigas y, una nueva patología, que le llamamos hipersensibilidad electromagnética. Se trata de un grupo de personas que no responde normalmente, sino que están respondiendo de forma patológica, su vida ya no puede ser normal en presencia de campos electromagnéticos. Esta patología no es reconocida por la OMS», indicó.