Opinión

Violencia y delito: ¿hasta cuándo?


La violencia ha ganado las calles hace ya mucho tiempo y no hay respuestas por parte del Estado. Por Alberto Botto

La violencia ha ganado las calles hace ya mucho tiempo y no hay respuestas por parte del Estado

El secretario general del Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario, Alberto Botto, publicó una columna de opinión en el diario La Capital sobre hechos de violencia y delitos en Rosario. La reproducimos a continuación:

La sociedad está cansada de tanto delito y tantas muertes y no es para menos. La violencia ha ganado las calles hace ya mucho tiempo y no hay respuestas por parte del Estado, ni existen medidas que al menos atenúen una situación que provoca miedo y sume en el dolor más profundo a muchas familias.

Simplificar la causa de esta realidad a un factor, supone una omisión grave. La principal causa de la violencia y el delito son la desigualdad, la pobreza, la ausencia de educación y en definitiva la exclusión. Pero tampoco parece conducente que quien delinque se quede sin castigo, como así tampoco sin la posibilidad de reinsertarse en la sociedad luego de un período de conversión. Tal parece que al Estado no le interesa en general ni reducir la ola del delito, ni tener ambientes en donde el delincuente, sometido a un castigo por parte de la justicia, se eduque para una vida desarrollada en el marco de la ley, de la honestidad y de la dignidad. Nada de eso ocurre.

Nada de eso ocurre porque aquí la pobreza es histórica y poco y nada se ha hecho para terminar con ese flagelo en un país riquísimo habitado por pobres. Pobres en lo material, en lo intelectual, en lo moral y en lo espiritual. La violencia física y moral impera en todas partes.

Históricamente no ha habido políticas serias para combatir el delito y a veces hasta por omisión involuntariamente se lo ha fomentado. No es la primera vez que el periodismo argentino da cuenta de que malvivientes que deberían haber estado encerrados y ser pasibles no solo de un castigo, sino de un proceso reeducativo, se encuentran en libertad y dedicados a robar cuando no a violar o a matar. Las cárceles, que deberían cambiar ya su impronta y convertirse en centros en donde la persona acepta cambiar su vida, son centros indignos de perfeccionamientos en el «arte» de delinquir.

Alberto Botto

Y mientras todo esto ocurre, los ciudadanos comunes, paradójicamente, viven con miedo y enrejados en sus hogares, aunque esto no es garantía de nada. El triste hecho de Villa Gesell, en donde una manada de homicidas le quitó la vida, sin la más mínima pizca de misericordia, a Fernando Báez Sosa, marca un hito y además pone sobre el tapete una realidad: la violencia no la ejerce una clase social, sino que como una infección se ha apoderado de todas. Esta situación merece la atención no solo de los gobernantes, de quienes pertenecen a los tres poderes de la República, sino también de la misma sociedad.

Homicidios, robos, violaciones, grescas, una cantidad de femicidios apabullante, y en general todo tipo de violencia física se advierte en todas partes. No es casual ni es normal. Tampoco se trata solo de violencia física, sino también de violencia moral ejercida en diversos ámbitos, sin que las víctimas tengan la más mínima posibilidad de defenderse o de ser escuchadas. Anomia, indiferencia, cuando no complacencia o tolerancia con quienes están al margen de la ley o humillan al prójimo, están a la orden del día. La pregunta que se formulan muchos y que suena a hartazgo es: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo quedará sin escuchar, como ha sucedido históricamente, el clamor ciudadano que quiere soluciones a un problema gravísimo?