El Santo Padre ha presidido este Viernes Santo, a las 21:15 horas, la meditación de las 14 estaciones del Vía Crucis en el Coliseo de Roma, meditaciones escritas por un grupo de jóvenes y luego impartió su bendición apostólica.
La Oficina de Prensa del Vaticano ha informado de que 20.000 fieles han participado en la oración de la contemplación de la Pasión del Señor.
En la meditación del Vía Crucis, Francisco ha orado: “Señor Jesús, nuestra mirada se dirige a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza”.
Ante tu supremo amor –ha continuado reflexionando el Papa– nos invade la vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados: la vergüenza por haber huido ante la prueba a pesar de haberte dicho miles de veces: “incluso si todos te dejan, yo no te dejaré jamás”, ha orado el Pontífice según señala ‘Vatican News’ en español.
“La vergüenza de haber elegido a Barrabas y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dios dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad; la vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón, cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: `¡si tú eres el mesías, sálvate y nosotros creeremos!´; la vergüenza porque tantas personas, e incluso algunos de tus ministros, se han dejado
engañar por la ambición y por la vanagloria perdiendo su dignidad y su primer amor; la vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, os ancianos son marginados; la vergüenza de haber perdido la vergüenza; ¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!”, ha orado el Obispo de Roma en el Coliseo.
Un rayo de esperanza
Francisco ha meditado entre los jóvenes, contemplando la Pasión del Señor en el Vía Crucis: “Ante tu suprema majestad se enciende, en las tinieblas de nuestra desesperación, un rayo de esperanza porque sabemos que tu única medida de amarnos es aquella de amarnos sin medida; la esperanza para que tu mensaje continúe inspirando, incluso hoy, a tantas personas y pueblos a que sólo el bien puede derrotar al mal y la maldad, sólo el perdón puede abatir el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo al otro; la esperanza para que tu sacrificio continúe, también hoy, emanando el perfume de amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrando sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este nuestro mundo devorado por la lógica del provecho y de la ganancia fácil; la esperanza para que tantos misioneros y misioneras continúen, también hoy, desafiando la dormida conciencia de la humanidad arriesgando la vida para servirte en los pobres, en los descartados, en los emarginados, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos y en los encarcelados; la esperanza para que tu Iglesia, santa y hecha de pecadores, continúe, también hoy, no obstante todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumina, anima, alivia, y testimonia tu amor ilimitado a la humanidad, un modelo de altruismo, una arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad; la esperanza porque de tu cruz, fruto de la avidez y cobardía de tantos doctores de la Ley e hipócritas, ha surgido la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el esplendor del alba del Domingo sin ocaso, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa esperanza!”
Despojarnos de la arrogancia
“Ayúdanos, Hijo del hombre –ha pedido el Pontífice– a despojarnos de la arrogancia del ladrón colocado a tu izquierda y de los miopes y de los corruptos, que han visto en ti una oportunidad para aprovechar, un condenado por criticar, un derrotado para burlarse, otra ocasión para echar sobre los demás, e incluso sobre Dios, sus propias culpas.
Te pedimos en cambio, Hijo de Dios, de identificarnos con el buen ladrón que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente derrota la divina victoria y así se ha arrodillado ante tu misericordia y con honestidad ha robado el paraíso. ¡Amen!”
Fuente: Zenit