Se trata de la científica Silvina Arrossi, quien destacó que la convocatoria a escribir este Manual fue “un reconocimiento a ese trabajo colectivo que se hizo en Argentina"
La científica argentina Silvina Arrossi fue una de las integrantes del grupo de 27 referentes internacionales liderados por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud (IARC) que, tras realizar un exhaustivo análisis de la evidencia, publicaron el Manual para la la prevención de cáncer cervicouterino, que constituye la posición oficial de esa institución sobre la temática.
El trabajo es el volumen 18 de los Manuales de Prevención del Cáncer (Handbooks of Cancer Prevention 2021), que son evaluaciones de la evidencia científica elaboradas por la IARC, y sus principales conclusiones fueron publicadas recientemente en la revista New England Journal of Medicine (NEJM).
“La importancia de este Manual es que constituye la posición oficial de la Organización Mundial de la Salud acerca de cómo prevenir el cáncer cérvico-uterino en base a una rigurosa revisión que realizamos expertos de todo el mundo”, describió hoy a Télam Arrossi, Investigadora Principal del Conicet en el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes).
La científica dijo que lo que se estableció «es que la citología cervical (conocida como papanicolau), la inspección visual y el test de VPH previenen el cáncer cérvico-uterino con distinto nivel de evidencia; por ejemplo, la inspección visual tiene un menor nivel de evidencia”.
Arrossi explicó que los tres tipos incluyen inspección ginecológica aunque en la citología y en el test de VPH hay toma de muestra y en la inspección es sólo observación del cuello del útero.
“La diferencia entre los distintos tipos de prueba está en relación a la sensibilidad; por ejemplo, la proporción de falsos negativos y la evidencia en la reducción en la incidencia y mortalidad de este cáncer”, señaló.
En ese sentido, «el método que funciona mejor es el test de VPH en comparación con la citología y la inspección visual porque es el que tiene mayor sensibilidad y tiene una gran evidencia en la reducción de incidencia y mortalidad».
«Pero sobre todo permite la autotoma, lo que genera un gran impacto en la reducción de barreras de acceso al tamizaje que es una de las principales causas que hacen que las mujeres se sigan muriendo de cáncer cérvico-uterino», sostuvo.
Arrossi, quien lideró una investigación para evaluar el impacto del test de VPH con poblaciones de mujeres de Jujuy en 2012, detalló que «al poder tomarse la muestra por sí mismas, se logran traspasar barreras como desigualdades sociales, de género y de acceso a la salud que son las causas fundamentales que dificultan el acceso a las pruebas».
“El problema de la citología, además, es que es una técnica subjetiva porque depende de la calidad de la toma realizada y del entrenamiento y controles de calidad que tiene el laboratorio que procesa la muestra porque lo que se observa son los cambios en la morfología de la célula a través de un microscopio, y eso depende de las habilidades o circunstancias del profesional de salud que lo realiza”, añadió.
En cambio, el test de VPH lo que identifica es el ADN del virus del VPH en un proceso que es automático o semiautomático, por lo que no depende de la habilidad o capacitación de quien la realice.
La investigadora señaló que «por eso en el artículo se explica que la alta evidencia de la reducción del cáncer de la citología aplica a lugares donde los procesos de toma de muestra y análisis están sujetos a altos niveles de control de calidad, lo cual no siempre ocurre en los países menos desarrollados».
En ese contexto, la utilización del test de VPH como forma de tamizaje es la estrategia más efectiva.
«Todas las mujeres de 30 años o más deberían realizar ese test. Si la prueba da negativa, la mujer repite el test en cinco años. Si da positiva, se les hace entonces un Pap, para saber si además de estar infectada con el VPH, la mujer tiene una lesión precancerosa», describió.
Arrossi explicó que «las mujeres positivas en el test de VPH, pero negativas en el Pap, tienen que volver a realizarse un test de VPH a los dieciocho meses».
La autotoma con test de VPH se introdujo en Argentina en 2012 a través del proyecto que llevó adelante esta científica en Jujuy, que fue publicado en The Lancet unos años después.
«Fue un modelo de implementación para el resto del mundo, de hecho está citado en este reciente artículo en NEJM», describió.
Para la investigadora, la convocatoria a escribir este Manual fue “un reconocimiento a ese trabajo colectivo que se hizo en Argentina y que tuve la oportunidad de liderar desde que llegué como científica repatriada en 2007″.
Se estima que el ochenta por ciento de la población del mundo, hombres y mujeres, estarán en contacto con el virus VPH en algún momento de su vida.
Su prevalencia es particularmente alta en edades jóvenes, cercana al inicio de la actividad sexual, pero en la mayoría de los casos con la edad esa curva de la prevalencia desciende y el virus desaparece. La mayoría de las personas lo elimina a través de su sistema inmune de manera espontánea antes de los treinta años.
Sin embargo, una parte de esa infección que las personas no logran eliminar, se vuelve persistente, y esa situación si no se trata en el transcurso de los años, puede producir una lesión y terminar en un cáncer cervicouterino.
En el país, la vacunación contra el VPH se aplica a todos los adolescentes (varones y mujeres) a los 11 años, y esa inoculación está incluida en el Calendario Nacional de Vacunación para los varones nacidos en el año 2006 y para las mujeres nacidas a partir del año 2000.
“El cáncer cervicouterino es inadmisible en el siglo veintiuno: no tiene razón de ser. Se asemeja a enfermedades antiguas como el cólera. Es el cáncer de la pobreza, de mujeres socialmente vulnerables, porque es el único que se puede prevenir de manera completa, incluso antes de que sea cáncer”, concluyó Arrossi.