Por Dra. María del Pilar Bueno (*)
Los fenómenos hidrológicos extremos, como las inundaciones que ocurren en nuestro país, se encuentran relacionados con el cambio climático. Esta afirmación no desestima que algunas regiones posean condiciones preexistentes que puedan provocar una permeabilidad más lenta. A dichas particularidades se suman los efectos de las actividades productivas desarrolladas en las regiones más afectadas, cuyo impacto sobre los suelos es ampliamente conocido.
Asimismo, son sabidos los problemas de infraestructura, incluyendo la necesidad de obras de canalización, los terraplenes, rutas y caminos sin drenajes que obstaculizan la circulación del agua y los canales clandestinos.
No son menos relevantes los aspectos hidro-geográficos al tratarse de zonas rodeadas por ríos y las dificultades para articular políticas a nivel nacional y regional en esta materia.
Ahora bien, el cambio climático está provocando que los eventos extremos se intensifiquen. Como fue anunciado por la Organización Meteorológica Mundial, los últimos cuatro años fueron los más cálidos registrados.
La temperatura media global de la superficie de la tierra en 2018 fue 1ºC por encima de la temperatura pre-industrial (1850-1900). Hay una clara relación entre el calor extremo en el polo sur y el frío polar en el norte. Los impactos del cambio climático en los polos están provocando transformaciones en los patrones climáticos que llevan, entre otros, a que los ciclos de sequía y precipitación en nuestro país se vean impactados.
Además, el reciente informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) sobre el impacto del incremento de la temperatura media global en 1.5ºC a niveles pre-industriales muestra que no es lo mismo que la temperatura se incremente 2ºC que 1.5ºC. Lograr que dicho incremento se mantenga en 1.5ºC prevendría, entre otros, un aumento de 10 cm en el nivel del mar, que el Ártico se quedara sin hielo en verano y que los arrecifes de coral se extinguieran.
El hecho de que se plantee que los eventos extremos se recrudecen por el cambio climático no significa que las políticas públicas no sean un factor clave.
Por el contrario, sin acciones urgentes, las pérdidas y daños económicos y no económicos serán irremediables.
La acción política frente al cambio climático incluye medidas para reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, así como adaptarnos a sus efectos adversos. El desarrollo de estas políticas es multiescalar, envuelve las negociaciones internacionales en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), con la adopción del Acuerdo de París (2015) y el libro de reglas para su implementación en Katowice (2018). Pero también, conlleva la ejecución de medidas en todos los niveles políticos y jurisdiccionales acordes con la ciencia climática y los compromisos internacionales contraídos.
Si este panorama suena alarmista, basta revisar las imágenes recientes de nuestro país incluyendo personas desplazadas, animales ahogados y muertos por las altas temperaturas.
La adaptación al cambio climático no puede esperar y no debemos olvidar que se trata de una política de desarrollo. Para identificar las acciones de adaptación más aptas es imperativa la participación de todos los actores y sectores. El libro de reglas del Acuerdo de París y otras decisiones muestran un camino que incluye la elaboración de planes de adaptación y comunicaciones de adaptación para fortalecer la acción y movilizar el apoyo financiero internacional.
2019 es un año clave, no solo por ser un año electoral en Argentina, sino porque integra la pequeña ventana de oportunidad de la acción climática señalada por la ciencia climática para que los daños no sean, en su mayoría, irreversibles.
(*) Investigadora de CONICET. Negociadora de adaptación por Argentina en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC). Presidenta del Comité de Adaptación de la CMNUCC.