Opinión

Un 2017 que muere y uno que aguarda para irrumpir en la historia del tiempo


Por Candi

En “París era una Fiesta”, Hemingway recuerda en una parte del libro la primavera parisina y dice: “A veces, las espesas lluvias frías la echaban otra vez y parecía que nunca iba a volver, y que uno perdía una estación de la vida.

Eran los únicos períodos de verdadera tristeza en París, porque eran contra naturaleza. Ya se sabía que el otoño tenía que ser triste. Cada año se le iba a uno parte de sí mismo con las hojas que caían de los árboles, a medida que las ramas se quedaban desnudas frente al viento y a la luz fría del invierno. Pero siempre pensaba uno que la primavera volvería, igual que sabías que fluiría otra vez el río aunque se helara. En cambio, cuando las lluvias persistían y mataban la primavera, era como si una persona joven muriera sin razón”.

Estas líneas son de una belleza, de una verdad incontrastable. En ellas, que son poesía en prosa, se refleja la misma vida, los ciclos que ella ofrece y que están hechos de otoños y de primaveras. Es decir de tristezas y de alegrías.

Este año 2017 que está en el umbral de su tumba, ha sido para muchos hermoso, pues han podido concretar sus anhelos, han logrado avanzar un poco más en sus propósitos y se han sentido más cerca de esa realización a la que todo ser humano aspira. Sin embargo, para otros la primavera de la vida no ha llegado, el año fue un otoño, o peor aún un invierno crudo. Lejos de haber habido sueños cumplidos, se han adentrado en el corazón circunstancias tóxicas que lo han contraído, le han disminuido los latidos al pobre a veces hasta casi la muerte, que en el aspecto metafórico significa la desesperación ante la realidad.

Pobres que queriendo salir de la pobreza no han podido, no pobres devenidos pobres porque se han quedado sin empleo, enfermos, traicionados, abandonados. Es decir, sufrimientos por diversas causas y a veces sufrimiento porque otros (amados) sufren.

Gente que habiendo esperado la primavera de la vida en este 2017, solo ha recibido un invierno feroz, un golpe que deja al alma turbada, confundida, y solo con fuerzas para preguntarse: ¿por qué?

Del por qué los buenos, los inocentes, sufren se ha dicho mucho, pero todo se resume en una sola verdad: el sufrimiento del hombre, cuando no es el efecto de normas del orden natural, es por causa del mismo hombre. No es Dios, ni el azar, siempre es el resultado de las acciones del hombre. Cuando un hombre bueno sufre, es porque otro u otros hombres le han ocasionado tal sufrimiento o se lo ha hecho él mismo con una acción equivocada. Incluso muchas muertes jóvenes, prematuras, son responsabilidad de hombres que envenenaron el planeta y han despertado al monstruo de la enfermedad con la contaminación y los experimentos fatales.

Sin embargo, aunque parezca un perogrullo para los sufrientes, aun cuando muestre el moño de una estupidez para conformar, siempre la primavera de la vida vuelve, aun cuando hay heridas que no cerrarán del todo en ciertos casos. Pero la primavera vuelve, es así. Vuelve, claro, si el ser humano bueno está dispuesto a ser justo, a ser afable con ella y le abre su corazón. Dicho de otro modo, aun cuando se esté en el invierno de la existencia el corazón herido no pierde la esperanza, la fe y el amor; ese amor no solo por muchos que necesitan a ese corazón sufriente, sino por uno mismo. Amor que proviene de un Orden Superior que algunos llamamos Dios.

El presente, sea cual sea la condición de la persona, es apenas un punto en el que está el péndulo de la vida que tiene movimiento constante y que, en consecuencia, a medida que transcurre el tiempo se traslada hacia otros puntos: otros sentimientos, otras realidades. Lo que hoy es, mañana no será y así sucesivamente.

Hemingway termina la idea diciendo lo siguiente: “En aquellos días, de todos modos, al fin volvía siempre la primavera…”.