Las diseñadoras argentinas Jessica Balma, de Balma, y Yasmin Aguy, de Nadima, apuestan por la inclusión y dan sus respuestas
Detrás de la cuestión del diseño indumentario y la inclusión, hay aspectos más complejos de lo que parecen y que a su vez están profundamente arraigados a costumbres y prejuicios. En primer lugar, para hacer ropa para todos los cuerpos hace falta voluntad. Voluntad de dirigirse a un nicho que más que nicho es mayoría y que está ávido por elegir ropa en vez de conformarse con la poca oferta “pensada especialmente para su cuerpo” que hay. Y voluntad de aprender del ensayo y error y sentar precedentes, pues en la materia el camino andado todavía es mínimo.
Entonces, ¿qué hay detrás de un diseño que se considera para todos y todas? Para analizar las complejidades, Télam habló con dos emprendedoras: Jessica Balma, de Balma -ropa deportiva sin género y para todos los talles de producción semi industrial- y Yasmin Aguy, de Nadima -lencería hecha a medida para todos los tamaños y genitalidades-.
Una charla contra ese falso concepto de los “talles especiales”, contra la idea de que hay cuerpos para mostrar y otros para esconder, contra los prejuicios de género y contra la idea de que un cuerpo que se sale de la norma es un cuerpo que no debería elegir; a favor de la moda como forma de expresión para todas y todos.
Balma es un emprendimiento de ropa cómoda y colorida cuyo caballito de batalla son los joggins y las bikers, aunque también hace remeras y musculosas, buzos, poleras, rompevientos y hasta medias. Jessica, la diseñadora detrás de la marca, está a una tesis de grado de recibirse de filósofa.
“Mi publico más fiel son las femeneidades aunque mi proyecto es sin género. Y tengo un público bastante especial, que no necesariamente es el talle más grande de mi tabla, sino aqule que en primeras marcas no consigue talle o entra apenas en el último”, explica Yasmin. Balma existe desde 2019 pero fue en el 2020 que se estableció, según ella cree, por la creciente demanda de ropa cómoda durante los meses de aislamiento.
Por su parte, Yasmin Amuy es la encargada detrás de todas las partes del proceso de su firma: diseño, confección, compra de insumos e incluso redes sociales.
Hace lencería artesanal y a medida, para todas las genitalidades y todos los tamaños; ésto no solo incluye bombachas para personas con pene sino también corpiños y tops para personas sin mamas, que pueden ser usados desde por un hombre cis hasta por personas que se sometieron a una masectomía. “Tiene como enfoque que la lencería sea para todes, que la puedan disfrutar, que no haya tabúes y que cada uno la use para lo que quiera. Para estar cómode, para explorar, para sentirse sexy, para salir, para lo que sea”, define la creadora.
“Lo de hacer ropa interior para todas las genitalidades lo pensé como un derecho básico, que cada une pueda usar lo que quiera, desde siempre existieron las mujeres trans y tambien los varones cis peneportantes que les gusta usar ropa interior así”, sigue.
Por ahora y como está todavía en una etapa de crecimiento, todavía su público más grande son mujeres cis con vulva, aunque también tiene una clientela fiel de mujeres trans y hombres cis que usan lencería. También personas en transición que no pueden encontrar variedad: “sino tenés que ir a un sex shop, todo látex”, cuenta Amuy. “He tenido muchas devoluciones muy buenas”.
Moldería progresionada versus moldería adaptada
El desafío a la hora de diseñar para todos y todas no pasa por el tamaño de las prendas o la cantidad de tela sino por la proporción. Replicar la escala de las prendas pensadas para cuerpos europeos estandarizados, que dominan la tabla de talles industrial, no sirve. “No todos los cuerpos tienen estas proporciones de 20 o 30 centímetros de diferencia entre cintura y cadera”, explica Balma. “Hay veces que la cadera es más angosta que la cintura”. Éstas son las diferencias que determinan que una prenda, más allá de entrar, quede bien.
“Talles a los que les pongo bastante carga son el 4 y 5 de mi tabla: aproximadamente entre 110 y 130 de cadera. Son talles que vendo bastante”. Estas medidas no suelen encontrarse en marcas comerciales: y de ser así, es en talles arriba del XXL.
Por su parte, Amuy se puso a investigar emprendimientos de lencería en el país y en ese momento no encontró ni uno. También identificó que no había cursos ni capacitaciones para adaptar estos modelos de lencería. Para hacer bombachas para personas con pene, boxers para personas con vulva y corpiños para personas sin mamas primero tuvo, a falta de lugares que enseñaran, que estudiar las molderías estandarizadas y modificarlas a prueba de ensayo y error. “Son molderías completamente diferentes”, dice, al ser adaptadas. Entonces se largó sola: “depende de una también usar la imaginación y probar”.
Sobre su proceso, Amuy cuenta que sólo en los casos de ciertos talles de lencería para personas con vulva puede usar la moldería con proporción estándar entre los talles y la entrepierna. En el caso de las personas con pene, el trabajo se vuelve mucho más personalizado ya que debe tomar medidas de todo: entrepierna, cintura y cadera.
Lo que no hace son corpiños con arco por una cuestión de insumos, que a su vez nuevamente se relaciona con la tiranía de la tabla de talles comercial : en Argentina entran solo hasta 120. “Y yo he hecho corpiños con tasa 170”, explica. Para trajes de baño usa exactamente las mismas molderías.
En el caso de Balma, por el tipo de ropa que hace y su medio de producción, la única dificultad real a nivel técnico que tiene para incluir a todos los géneros es con las calzas bikers, que deben tener tiro largo para poder albergar pene y testículos pero también quedar bien en vulvaportantes. Su verdadero desafío más que técnico fue estético, contra los prejuicios de roles de género tan profundamente arraigados. Porque nunca quiso caer en la convención de que la ropa sin género es simplemente ropa holgada y de colores oscuros: “Me parecía que si hacía algo descubierto o expuesto era tomado como una prenda feminina, porque a las prendas femeninas se las asocia a estar sexy, roles asignados a géneros en la historia del vestido. Por ejemplo la mujer como objeto, por lo tanto adornada, versus el hombre como proveedor, con ropa funcional, seria, con muchos bolsillos”.
Ninguna de las dos diseñadoras hace modelos especiales para el talle más grande o para cierto tipo de genitalidad, sino que todos sus diseños son pensados para todo tipo de cuerpo y, en el caso de Amuy que trabaja a pedido, pueden adaptarse.
En busca de la ropa anhelada
Otro desafío es llegar a un público que está acostumbrado a no ser target de ninguna marca y que en muchos casos tiene más asociado el comprar ropa a algo traumático que a algo feliz. “Usualmente cuando entran no se sienten cómodes porque no les gusta como les queda, porque se sienten expuestes de un lado o de otro, porque no sienten que el producto haya sido diseñado para sus cuerpos”, sigue Balma.
“La única manera de llegar a estxs compradorxs, porque estas personas están invisibilizadas y marginadas por el mundo de la moda, es a partir de la representación. Buscando influencers y modeles que comuniquen que tu producto es para ellxs. No hay otra forma que mostrando esos cuerpos, visibilizando que existen caderas de ese tamaño, panzas redondas, y que no es solamente una forma: Mostrando diversidad es la única manera de llegar a estas personas, y pidiendo feedback de este público: que se sientan incluídes, que no sienta que está la prenda pensada para el talle 1 y simplemente progresionada, que es agregar centímetros para llegar al talle. Ese fue el error que cometí yo cuando arranqué”.
¿Es más caro hacer ropa para todos los cuerpos?
Hacer ropa en Argentina siempre es un riesgo y los costos son muy altos, sobre todo si se pretende producir éticamente. “Lo que diferencia a la ropa es que puede llegar a ser considerado un bien descartable, efímero, en el que no hay que depositar tanto gasto”, reflexiona Balma. La ropa lleva un proceso productivo largo y desfilan muchas manos, máquinas, sabores y técnicas, al igual que en la mayoría de los productos industrializados: pero con el modelo de los gigantes de fast fashion extranjeros (que ni siquiera llegan al país) en mente, la gente muchas veces no le da a la ropa el valor que realmente tiene.
El precio de la ropa de diseño local, muy poco competitivo, siempre está bajo escrutinio, y lamentablemente es un sector pequeño de la sociedad el que puede acceder a diseño original, producido en el país y de calidad. Si al recorte económico se le suma la poca disponibilidad de talles, el sector que puede consumir diseño termina siendo más excluyente que otra cosa.
El espíritu de Balma cuando salió al mercado era “todos los joggins son distintos” y así se mantuvo hasta abril del 2020. Todas las piezas eran únicas y hechas a pedido. En aquel entonces sólo llegaba hasta el talle 6 de la tabla diseñada por ella. “En aquel entonces había entre cuatro y cinco colores para elegir como color predominante. Vos elegías el color de la base y para el resto yo te hacía una combinación especial. Fue una apuesta fuerte”. Esa era la condición para poder acceder a un joggin de primera calidad que, en aquel entonces, costaba la mitad que uno de primera marca. “Tuve la suerte de que para la mayoría de la gente excedió lo que esperaban”.
Si hoy en día producir ropa para todo tipo de cuerpo es más caro no es porque no haya demanda (al contrario) o por la cantidad de material que se usa: en el caso de la producción semi industrial, como Balma, tiene que ver simplemente con la cantidad de items que se necesita producir para cubrir la tabla.
Y enumera las razones por las que, en su caso, el costo es más alto: porque el modelista tiene que hacer más talles sobre la base y cada talle sale el 50% del molde; “lo de la cantidad de tela es obvio pero no es lo primordial. El tema es que al tener diversidad de talles -cubrir desde una cadera 87 a una 155-, el costo de cada prenda aumenta. Si de un rollo de tela tengo que sacar tres talles de pantalón, el costo asignado de tela para cada pantalón es menor que si tengo que sacar nueve talles porque de nueve talles me salen menos pantalones. Es una cuestión matemática”, explica.
Balma señala que es un riesgo que vale la pena tomar incluso desde lo económico porque una vez alcanzada la clientela es mucho más fiel; alguien que por fin encontró un talle 8 que le queda bien posiblemente compre de a varias prendas por vez. “Mucha gente de talle grande apuesta por vos porque sabe que le quedó bien, entonces vuelve, a diferencia de alguien talle 1 que tiene mucha más oferta”, explica.
En el caso de Nadima y con su sistema de producción, el encarecimiento de la prenda no pasa por las medidas ni los tamaños sino por el tipo de material que quiera usar: calidades en géneros y elásticos. El hacer a medida también es lo que encarece la prenda, sin importar el tamaño; lleva otro tiempo y otro tipo de inversión. Pero no le resulta más caro, ni cambia el precio de venta, si es una bombacha para penes o para vulvas, o un corpiño M o XS.
Todo lo que hace es a pedido. Es su diferencial, la ropa hecha a medida. Su marca no puede ser pensada de otra manera: “No puedo hacer modelos con igual tasa y espalda porque ya entraría en el talle industrial y es algo que quiero evitar”. También le gusta hacer a pedido por una cuestión de consumo consciente, no le interesa que le sobre producción y tener que entrar en el círculo de las ofertas y los hot sales; “Me gusta que la clienta tenga una consciencia de consumo sobre lo que es un emprendimiento artesanal”, cuenta Yasmin. Sin embargo, su producto, para el nivel de trabajo personalizado y calidad de materias primas que involucra, sigue siendo perfectamente pagable al compararlo con las marcas masivas de lencería populares.
El talle como cuestión ideológica
En 2018, AnyBody Argentina, la organización detrás de la ley de talles, publicó los resultados de una encuesta realizada en todo el país: el 60% no conseguía talle de pantalón. “Esto me quedó grabado a fuego”, cuenta Balma. “La tabla de medidas que está vigente ahora está basada en los cuerpos europeos. La diferencia principal que tenemos a nivel forma con les europees es que nosotres les latines tenemos cadera”.
El tema de los costos puede ser algo que detenga a pymes pero no a las grandes marcas. Entonces, identifica, el problema es político. “Esto puede ser un escollo para alguien que recién empieza, para un emprendedor. Ahora, en el caso de las grandes marcas que están establecidas hace un montón y tienen una infraestructura mayor y llegan a más gente, ¿cuál es la excusa para no hacer talles? ¿No quieren venderle a esa gente? ¿No quieren venderle al 60% que dice no encontrar pantalón? Es una locura”.
Balma señala que si estas marcas con todos los recursos a su disposición igual eligen no hacerlo es porque entre patriarcado y capitalismo hay una relación muy perversa: algunos deben quedar afuera para que otros tengan más. Para la diseñadora, “es como lo que pasó con Lacoste y los Wachiturros. Se sabe que la empresa le pagó al grupo musical para que dejaran de usar sus chombas porque les bajaba el target. Que pibes de origen humilde se vistieran con chombas de señores de clase media alta a Lacoste le bajaba el valor de su producto. Esta misma es la razón por la cual las grandes marcas eligen no hacer talles porque consideran que hacer talles grandes disminuye el valor de su producto”. Y también hay una cuestión de género: “El 80% de les trabajadores de la moda son mujeres. O sea que se somete mujeres para venderles un producto que también las somete. Es siniestro”, dice la diseñadora.
Al fin y al cabo, en hacer ropa para todes hay algo profundamente combativo y vocacional que trasciende a las trabas del mercado. Y ahí, más allá de lo económico, está la gratificación.
“En ese primer momento Balma los acercaba a un mundo distinto en donde la sorpresa era un factor. Y en el caso de los cuerpos que no consiguen talles les estaba ofreciendo la posibilidad de comprar ropa más moderna, más canchera, más jovial y en colores que nunca se habían puesto. Tengo la enorme satisfacción de que me hayan dicho que el Balma es el primer pantalón de colores que tuvieron en su vida y que se sintieron cómodes. Esa afirmación excede lo económico, es impagable”.
Y en palabras de Yasmin Amuy, “sinceramente me hace muy feliz que une pueda encontrar la prenda que le gusta y divertirse, y encontrarse. No hay mayor satisfacción que esa posibilidad de poder elegir y me gusta ofrecer esa libertad».