Opinión

Solo márketing y grotescas operaciones políticas


Por Carlos Duclos

Con márketing se puede alcanzar el poder, pero no se puede gobernar. Las técnicas de la publicidad sirven por un tiempo para imponer un producto, pero no para cambiar la realidad. El dólar se volvió loco y cotiza a casi 39 pesos y aún más en bancos privados; el euro ya supera los 45 pesos, la inflación de agosto estará en el 4 por ciento y la realidad para una gran porción de los argentinos es angustiante. Y esta porción es la clase media que debe soportarlo todo, incluso la pérdida de una vida digna. Este es el efecto de un gobierno que creyó que con promesas y hablando de la herencia podría navegar en el mar de la realidad social argentina.

Una nación no es una empresa, ni un club de fútbol, ni siquiera una ciudad. Dirigir los destinos de una nación requiere inteligencia, amplio conocimiento, sabiduría y, sobre todo, grandeza. Todas estas virtudes no las tiene el actual gobierno, que no sabe para dónde ir hoy en medio de una tormenta sin precedentes que está enmarcada por una triste realidad: desde la creación del peso argentino, la moneda nacional vale menos que un peso uruguayo ¡Tristemente inédito!

Este comentario no supone la defensa del pasado, sino concluir en que el futuro no se construye mirando permanentemente atrás, sino haciendo en el presente, haciendo de verdad y no con meras expresiones. Lamentablemente, el gobierno de Macri no supo o no quiso hacer las cosas como se debía y los resultados están a la vista. Solo un fanático, un encendido por la pasión del odio puede no ver esta realidad.

Macri debió, desde un primer momento, llamar a los mejores de todos los sectores para conformar un gobierno de coalición que comenzara de una vez por todas a sacar a este país del pozo en que se encuentra desde hace muchos, muchos años. Por soberbia, mezquindad, rencor o intereses no lo hizo y los efectos son visibles.

Si el pasado pecó de violencia moral, soberbia y demás, el actual gobierno pecó de lo mismo. Y los que pagan las consecuencias siempre son los actores de siempre en esta degradada escena argentina. No son los pobres históricos, para quienes nada significa la devaluación de la moneda, porque no la tienen; no son los muy ricos, a quienes seguramente la devaluación beneficia. Los que pagan el pato, dígase así, vulgarmente, son los ciudadanos de la clase media que son exprimidos por un Estado voraz, angurriento y despiadado, cuyos agentes se parecen más a los señores feudales del medioevo que a funcionarios que bregan por el bien común.

El país se encuentra el borde del abismo, el riesgo país aumenta, los mercados no confían en un gobierno que, según parece, cree en sus delirios efecto de la fiebre del no saber qué hacer, excepción hecha del márketing y de grotescas operaciones políticas.