Análisis

¿Sobre quién caerá el peso de financiar la salida de la crisis?


Por Diego Añaños

Por Diego Añaños

A fines de 2019, el economista Nouriel Roubini, famoso por haber anticipado la crisis financiera de 2008, pronosticó una crisis para 2020. No era la primera vez que lanzaba un pronóstico desde su acierto. A mediados de 2012, publicó un artículo en el portal Project Syndicate en el que afirmaba que el mundo avanzaba inexorablemente hacia una tormenta perfecta. Según el autor, tanto la eurozona, como China y los EEUU serían seriamente afectados por la inestabilidad financiera, la carga de una creciente deuda soberana y las dificultades de sus sistemas productivos para crecer consistentemente. Nada de lo predicho sucedió. Pero es así, los economistas sienten que son una suerte de centro delanteros sociales, y como “goles son amores”, viven pendientes de la posibilidad de anotar un pleno. Podemos sospechar que fue la presión del gol lo que llevó a Roubini a lanzar una nueva profecía: 2020 será un año de crisis, pero de crisis de cisnes blancos. Es decir, ningún acontecimiento inesperado era necesario para inducir una crisis global, ya que el mismo deterioro natural de las condiciones económicas, financieras y comerciales, llevaría al mundo a una hecatombe. Si nos retrotraemos al panorama internacional de fines del año pasado, recordaremos que las economías europeas venían en tres cilindros, que la guerra comercial entre EEUU y China amenazaba el normal funcionamiento del sistema comercial mundial, que el estancamiento del crecimiento de la economía china había producido un amesetamiento del crecimiento de la demanda global, y que el conflicto petrolero entre Rusia y Arabia Saudita estaba en sus prolegómenos. Si bien la crisis no estaba en los titulares, empezaba a asomar en los bordes de los radares de los analistas económicos. Después se desató la pandemia, y desapareció la lógica, al menos la lógica que venía prevaleciendo hasta ese momento.

El mundo está ciertamente en un lío. Los pronósticos de los analistas, tanto privados, como de los funcionarios de los gobiernos o de los organismos financieros internacionales, no dejan de empeorar. La crisis es global, con un nivel de virulencia que probablemente no haya tenido ninguna crisis, ni siquiera la crisis del 30, tanto por su alcance como por la gravedad de la caída. La Argentina, por su parte, está en un lío. Viene arrastrando una recesión desde hace, al menos dos años y medio, está en default con el FMI y la pandemia no hizo más que profundizar una caída del nivel de actividad de dimensiones críticas. Vale recordar que, incluso antes de la crisis sanitaria, el principal objetivo del equipo económico fue claramente expresado por el ministro de Economía: frenar la caída. Ahí apuntaban todos los cañones, a frenar la caída, no a saltar hacia adelante, repito: frenar la caída.

Hoy el arsenal de políticas públicas es muy limitado. Cuando Guzmán abre la caja de herramientas, hay muy pocas que le aporten soluciones, incluso si las herramientas son buenas, porque no hay recursos para ponerlas en acción. Seguramente todas las administraciones, en todos los niveles del Estado, están redirigiendo partidas para concentrarlas, en primer término en el área Salud, luego hacia Desarrollo Social, y con suerte, algunos recursos a la obra pública. En un contexto de fuerte caída del nivel de actividad y alta inflación, los recursos del Estado también flaquean, ya que la recaudación impositiva se ve deteriorada por la falta de pago y por la pérdida de valor de los impuestos que se perciben, con suerte, con un mes de delay. No van quedando muchas más respuestas que abrir la canilla monetaria e inundar de pesos los mercados. Eso por un lado evita que la capacidad de compra de la oferta monetaria total caiga en picada, y por otro mantiene domadas las tasas de interés.

Sinceramente, si me preguntan qué más se puede hacer, no sabría qué decir. Algunos sostienen que sincerando el tipo de cambio para los exportadores, se podría acelerar la liquidación de las cosechas, lo cual permitiría suavizar la presión sobre el tipo de cambio. En decir, permitir que perciban algo más de los aprox $55 por dólar liquidado bajando las retenciones, de modo de achicar la brecha entre el dólar que reciben y el dólar al que pagan los insumos. Probablemente podría ayudar, pero sabemos lo complejo de este tipo de acuerdos. De todos modos, da la impresión de que, se haga lo que se haga, hoy la única política posible es aquella que permita morigerar los colaterales, y no mucho más.

Ahora, si queremos ir más allá, la solución es más compleja, porque nos toca decidir quién va a poner los recursos para acomodar el barco, tan simple, y tan complejo como eso. Desde algunos sectores proponen una fuerte devaluación. En países como la Argentina todos sabemos los efectos de corto plazo de una devaluación: recesión y más inflación. En definitiva, los que piden una deva, lo que están proponiendo es que el precio de la salida lo paguen los trabajadores. La otra solución es aumentar los impuestos a los sectores más favorecidos, no a través de una contribución por única vez, sino como un mecanismo de transferencia de recursos permanente de los que más tienen a los que menos tienen. La tercera es endeudarse para financiar a la salida, lo cual parece poco probable en momentos como los que estamos atravesando. Son sólo tres opciones, a menos que creamos que existe algún mecanismo esotérico que haga llover recursos desde los cielos.