Opinión

Síndrome pulmonar por hantavirus: la enfermedad que se relaciona con los ratones


No existen vacunas ni tratamientos específicos, por lo que la prevención del contagio es la principal estrategia para evitar la muerte

Por María Busch, doctora en Ciencias Biológicas María Busch, profesora asociada del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigadora principal del CONICET.

El síndrome pulmonar por hantavirus (SPH) es una enfermedad emergente cuyos síntomas iniciales son similares a una gripe, con fiebre, mialgias y afecciones gastrointestinales pero que en los casos graves llega a un síndrome cardio respiratorio que puede terminar con la muerte. Su letalidad puede llegar hasta el 50%, disminuyendo cuando se diagnostica temprano y se aplica una terapia de sostén. No existen vacunas ni tratamientos específicos, por lo que la prevención del contagio es la principal estrategia para evitar la muerte.

En Argentina se han producido 683 casos entre 2013 y 2019, distribuidos en 4 zonas: Noroeste (principalmente Salta y Jujuy), Central (Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe), Noreste (Misiones, Chaco y Formosa) y Sur (Río Negro, Chubut y Neuquén), con un promedio aproximado de 110 casos por año, 46 % en la zona noroeste, 42,2 % en la zona central y 11 % en el sur. La mortalidad hasta 2018 fue del 18,6%, con mayor incidencia en el sur (30%).

El principal agente causal en Argentina es el orthohantavirus Andes (ANDV), asociado a roedores sigmodontinos que actúan como reservorios, permitiendo al virus sobrevivir y multiplicarse en la naturaleza, sin ser afectados. Distintos tipos del virus ANDV se asocian a distintas especies de roedores, pero los patogénicos están relacionados con especies del género Oligoryzomys (colilargos).

La forma más frecuente de contagio es por inhalación del virus en aerosoles con partículas de saliva, heces u orina de roedores en ambientes contaminados. Se ha comprobado, tanto en el sur como en la provincia de Buenos Aires, que, aunque poco frecuente, puede darse el contagio entre seres humanos. Los reservorios viven en ambientes naturales, por lo que el riesgo de contagio está relacionado con actividades realizadas en ambientes silvestres y rurales, aunque las transformaciones del ambiente pueden provocar movimientos de roedores hacia áreas urbanas y peridomésticas.

Los casos son más frecuentes entre primavera y otoño, con un pico en verano, debido a una mayor probabilidad de contacto por las actividades humanas, ya que en esa época los roedores no son tan abundantes. El virus eliminado por un roedor infectado permanece vivo en el ambiente durante cierto tiempo, durante el cual puede infectar a otros roedores o a seres humanos. Los riesgos de infección son mayores al ingresar en ambientes cerrados, como viviendas que estuvieron cerradas pero que alojaban roedores. Debido a que el virus penetra junto con aerosoles, cuando se detectan roedores, heces u orina, se debe ventilar el ambiente y humedecer las superficies, rociando con lavandina o detergente. En caso de detectar roedores muertos, para retirarlos es necesario cubrirse las manos con guantes, o en su defecto, bolsas de nylon. Para evitar la presencia de roedores, NO se aconseja colocar trampas, ya que son una fuente de contaminación y deben ser utilizadas por personal especializado.

Debido a la importancia del diagnóstico temprano y como medida de prevención, las personas que muestren síntomas febriles luego de haber realizado actividades en un área posiblemente infestada con roedores, deben consultar a un médico. En áreas de circulación del virus y ante la presencia de síntomas compatibles con hantavirus, el personal médico debe recabar datos acerca de las actividades realizadas durante los dos meses anteriores (ya que el período de incubación va de pocos hasta 40 días) y si el paciente detectó roedores o signos en su entorno.