Una deportista austriaca vivió la semana pasada una situación de extrema violencia, de la que salió gracias a su empatía y su conocimiento sobre orquídeas. Ese día comenzó como cualquier otro, pero concluyó como el más angustioso de su vida. Catherine Birli, de 27 años, salió a pasear en su bicicleta por los bosques de Kumberg, cerca de Graz, en el sur de Austria. Lo había hecho muchas veces antes, ya que es ciclista profesional y los entrenamientos son una rutina. Cuando sufrió el lamentable incidente había sido madre primeriza hacía poco tiempo. A su vuelta, un bebé de 14 semanas le estaba esperando en casa.
Abstraída en sus pensamientos, fue embestida por un coche que le hizo salir despedida de la bici. Un hombre de 33 años salió del vehículo y la golpeó con un leño, la ató y le vendó los ojos y la introdujo en su coche.
Como recordó en la entrevista con el diario Kronen Zeitung , entonces sólo temía que la asesinara y enterrara en uno de los bosques circundantes:“Una parte de mí intuía que mi vida había acabado”. Minutos después llegaron a una casa vieja y su raptor la sacó del coche y la arrastró escaleras arriba hacia una vivienda. Su zulo sería el domicilio del secuestrador. La encerró en un armario donde la víctima acabó desmayándose.
Cuando recuperó la conciencia, el dolor por la fractura en el brazo y el traumatismo craneoencefálico que presentaba no era su mayor preocupación. No volver a ver más a su criatura era lo que le causaba más pavor. Pero también fue eso lo que la espoleó para aferrarse a la vida a toda costa.
Eso fue lo que le hizo aguzar el ingenio y darse cuenta de que podría poner en práctica algunas de las enseñanzas de la universidad sobre pensamiento empático. En la carrera de “Deportes y Nutrición” había disfrutado de la asignatura de Psicología. “Pensé: tengo que convencerlo de que puede salir indemne de esto, porque de lo contrario no me liberará. He de encontrar una manera de convencerlo de que confíe en mí”.
En el transcurso de las siguientes seis horas, el hombre la obligó a darse un baño frío en una bañera. Como la cautiva no accedió a sus deseos, el hombre le agarró y sostuvo la cabeza bajo el agua. Lo hizo una y otra vez, mientras Catherine jadeaba, intentando zafarse de la persona que trataba de ahogarla. Le advirtió de que eso era sólo una muestra de lo que sucedería si se negaba a hacera lo que le pedía.
También le obligó a beber alcohol. Y le oprimió su rostro con unas toallas en un intento de asfixiarla. Catherine negó que abusara sexualmente de ella y el examen físico practicado tras la denuncia así lo corrobora. Para ella el móvil es incierto: “No creo que él entendiera completamente lo que quería. Dijo que estaba realmente enojado y quería liberar su ira de alguna manera”.
En un momento de silencio, “cuando no estaba golpeándome o amenazándome”, Birli se percató de las orquídeas que había en la casa. Su olor era claramente perceptible. Cuando sus ojos se fueron haciendo a la oscuridad se dio cuenta de que estaban bien cuidadas. Y no lo dudó. Ése era el momento: “Y me lancé, le dije que sus orquídeas eran hermosas”.
La deportista continuó la conversación explicando que también tenía orquídeas, y por eso era conocedora de cuánto cuidado había detrás para mantenerlas vivas y que medraran. “De repente, comenzó a hablar sobre cómo las cuidaba, usando el agua de su acuario. Se había convertido en una persona completamente diferente”.
Su raptor le empezó a relatar sus traumas: cómo también cuidaba con mimo a varios gatos antes de que se los quitaran. También habló sobre sus abuelos, a quienes nunca llegó a conocer pero que le habían dejado esa casa en herencia, sobre las novias que habían traicionado su confianza o sobre una madre que se daba a la bebida.
La víctima lo escuchaba atentamente, empática. El victimario se sabía escuchado. Catherine supo que era el momento perfecto para pedirle reciprocidad. “Le rogué que por favor no me matara, porque el pequeño me necesitaba. Le pregunté cómo habría sido para él crecer sin una madre”.
El secuestrador le preguntó si ella podría ayudarle. Birli fue sincera: “Le dije que a encontrar amigos, sí, porque para mí era obvio que era lo que más necesitaba”. Y fue entonces cuando tuvo la idea clave: “le sugerí que podríamos fingir que todo fue un accidente, que un ciervo se cruzó frente a mí y me desestabilizó”.
Y que el hombre que la acababa de torturar era el buen samaritano que la había encontrado malherida. El que se había ofrecido a llevarla a casa. El silencio del hombre se hizo largo antes de aceptar el plan.Discutieron los detalles de la historia, lo que cada cual diría.
El secuestrador la desató antes de salir de la casa, diciéndole que esperara. De pie en la oscuridad, liberada, Catherine podía huir, pero ¿adónde? Ignoraba dónde estaba. No se veían luces de otras casas.
“Pensé que si me escapaba y me perdía en el bosque y él me encontraba de nuevo, entonces sí que me mataría”. Lo esperó mientras él intentaba reparar su bicicleta antes de cargarla en el auto. Ella se sentó en el asiento del copiloto y le dijo dónde vivía. Parecía el final de su pesadilla.
Pero en la carretera principal, en lugar de girar hacia su casa, se dirigió en la dirección opuesta. “Me dijo que quería mostrarme un terreno que había heredado de su abuelo y entré en pánico. Pensé: ahora me llevará a un terreno deshabitado, me amordazará, un lugar donde nadie me encontrará”. Pero después de varios minutos, dio un giro de 360º y la llevó a su casa.
Su pareja, Martin Schöffmann, de 31 años y también ciclista profesional la andaba buscando, pero su madre estaba allí, cuidando al bebé. Sabiéndose segura en la calidez del hogar, Birli cerró puertas y ventanas y llamó a la policía. Poco después, explicó su experiencia en su cuenta de facebook, bendijo su suerte y agradeció a la gente que había salido en su búsqueda:
Como el GPS de su bici había almacenado sus movimientos,las fuerzas especiales Cobra lo tuvieron fácil para localizar al sospechoso y arrestarlo. Según la policia el hombre confesó el secuestro sin ofrecer un motivo claro. Los agentes investigan si el sospechoso pudiera estar involucrado en otros secuestros no dilucidados hasta la fecha.
“Es tan maravilloso ver sonreír al pequeño”. Con estas palabras, Catherine confiesa lo feliz que es tras recuperar su rutina, ésa que se quebró un día que un desconocido a punto estuvo de acabar con su vida. Ésa a la que ha vuelto gracias a su inteligencia emocional y a unas orquídeas.
Fuente: La Vanguardia