Opinión

¿Se viene el fin del dinero en efectivo?


Por Melisa Murialdo*

Cada vez con mayor regularidad se venía hablando sobre el fin del dinero en efectivo, pero la realidad nos mostraba una situación no tan inmediata. El efectivo, después de permanecer durante milenios como el medio de intercambio más duradero de la humanidad, parece estar listo para fundirse en una corriente electrónica mediante una pandemia.

La crisis sanitaria fue el disparador que ninguno de los economistas que auguraban el fin de la era del «cash» podría haber previsto jamás.

Claro está, que es un escenario no tan factible en países marcados por la desconfianza en el sistema bancario y las crisis recurrentes.

En relación a su consumo diario, Latinoamérica posee uno de los niveles más bajos del mundo de pagos electrónicos, lo que la convierte en una región sumamente atractiva para introducir nuevas tecnologías que impulsen la reducción del uso del dinero en efectivo para realizar transacciones.

Aunque los intentos y las políticas aplicadas hasta el momento no hayan dado frutos inmediatos, en el escenario actual, el coronavirus se fue convirtiendo paulatinamente en el propulsor de nuevos hábitos de consumo y formas de pago, aún en las personas más arraigadas al uso del billete.

Antes de la propagación global de la enfermedad del coronavirus existían solo tres países donde los medios de pagos electrónicos superaban ampliamente al medio de pago tradicional en papel: Suecia, Corea del Sur y China.

Es decir, en algunos países, la modalidad de manejarse con billetes y monedas en el bolsillo ya quedó atrás mucho antes de 2020, y en otros, como en Argentina con mucha diferencia según las regiones marcada principalmente por la cantidad de área rural y ciudades chicas o pueblos de menos de 10.000 habitantes, va modificándose lentamente.

A nivel cultural, el efectivo es difícil de destronar, ya que es por lejos la forma de pago preferida no solo en América Latina, sino en el mundo entero: en Alemania, Italia y Japón un 90% del total de transacciones se continúa realizando con «cash».

El modus operandi de los consumidores latinoamericanos en general implica usar efectivo para las compras cotidianas de bajo importe y dejar a las tarjetas de débito y crédito para las transacciones de mayor importe porque eliminan el riesgo de llevar grandes cantidades de efectivo en el bolsillo, además de que el crédito brinda la posibilidad de financiar la compra.

Los consumidores que prefieren pagar en efectivo lo hacen porque es una forma de pago práctica, rápida, y aceptada en todas partes.

Los argentinos pagan en efectivo el 70% de los gastos que hacen en rubros de consumo masivo y para el resto utiliza medios de pagos electrónicos.

El uso de «dinero electrónico» creció de manera significativa durante el inicio del aislamiento obligatorio, y a las ya conocidas tarjetas de crédito y débito y terminales de cobro en los locales tipo Posnet, se les agregan muchas otras opciones que llegan por dentro y por fuera de los bancos: pagos QR, tarjetas «contactless», billeteras digitales y tarjetas prepagas.

Como conclusión, se puede decir que la pandemia podría aumentar el comercio electrónico hasta llegar a picos nunca antes imaginados, e incorporar consecuentemente el uso de medios de pago diferentes al dinero físico como un hábito de consumo en la sociedad.
Aunque para que puedan competir con el efectivo, las formas de pago electrónicas deberían ser todavía no sólo seguras, sino también más rápidas y sencillas.

Aún es un camino incipiente con avances y algunos retrocesos que se verán más o menos acentuados en los próximos años, ya no tanto limitados por la existencia de tecnología que lo permita, sino por la idiosincrasia de cada cultura.

(*) – Contadora pública y analista.