Juan Domingo Perón falleció el 1 de julio de 1974, mientras ejercía la presidencia debido a un paro cardíaco y su sepelio movilizó a cientos de miles de personas que quisieron darle el último adiós.
Se cumplen hoy 44 años de la muerte del político que marcó la historia argentina durante la segunda mitad del siglo XX. El nombre del militar y tres veces Presidente de la Nación se mantiene vigente con el partido político que fundó a mediados de la década del 40.
Juan Domingo Perón había nacido en Lobos, provincia de Buenos Aires, en 1895 y tuvo formación militar en el Colegio Militar de la Nación. Luego de desempeñar funciones en el Ministerio de Guerra, en 1943, fue designado como titular de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social y aunque también fue ministro de Guerra, el desempeño al frente de la Secretaría de Trabajo fue el que lo hizo conocido para el gran público. Durante su gestión avaló medidas en favor de los sectores obreros lo que le permitió ganar la confianza popular.
En 1946 fue elegido, por primera vez, presidente de la Argentina. Posteriormente fue reelegido, en 1952, mandato que no terminó de cumplir ya que fue desplazado, en 1955, por la llamada “Revolución Libertadora”. Partió al exilio, en el que se mantuvo durante 18 años, para volver al país y ganar las elecciones de 1973 en la por entonces convulsionada y violenta realidad social argentina. El líder popular pudo gobernar apenas unos pocos meses. A los 78 años, débil y enfermo, su vida se apagó el 1 de julio.
Últimas horas
Cuando regresó definitivamente al país, el 20 de junio de 1973, ya estaba seriamente enfermo. Un incipiente cáncer de próstata, pólipos, enfisema y una insuficiencia renal eran algunas de las complicadas afecciones que lo tenían a mal traer.
Sus médicos, conscientes de la situación, armaron un equipo conformado por profesionales de distintas especialidades, quienes se turnaban en guardias rotativas tanto en Gaspar Campos primero como en la residencia presidencial de Olivos, cuando Perón accedió a la primera magistratura.
Dos hechos contribuyeron aún más a minar su salud. Uno fue el 17 de mayo, cuando realizó una visita de inspección a la Flota de Mar, a bordo del portaaviones 25 de Mayo, donde estuvo expuesto a las bajas temperaturas. Y el otro fue el viaje que realizó al Paraguay, el 6 de junio, a fin de limar asperezas en las negociaciones que ambos países mantenían para la construcción de una represa hidroeléctrica. Perón arribó a ese país a bordo de un barco, mientras la cañonera Asunción que lo había llevado al exilio en 1955 lo saludaba con 21 cañonazos. Fue recibido por una multitud, mientras soportaba bajas temperaturas y una persistente llovizna.
Cuando, dos días después, se reunió con Ricardo Balbín —la última vez que lo harían— el líder radical lo reconvino por haber hecho ese viaje. Perón le respondió: «Mire, Balbín, yo le dije una vez, sé que estoy agotado, apurando los días que me quedan y que esto lleva al fin, que es el morir. Estoy haciendo todo lo contrario de lo que debe hacerse en este estado de salud y de ánimo, pero tengo conciencia de esto».
El sábado 29 sufrió una descompensación. Al mediodía, celebraría sus dos últimos actos de gobierno. Primero, firmó la aceptación de la renuncia de Héctor Cámpora como embajador y pidió que en el decreto «no se agradezcan los importantes y patrióticos servicios prestados», como era forma. La pluma perforó el papel, ya que cuando lo rubricó, lo hizo apoyando la hoja en un almohadón. Luego, Isabel asumió la presidencia. Según Sáenz Quesada, la modista Ana de Castro empezó a coser el vestido negro que usaría Isabel en las exequias.
El soldado que lloró a Perón
Años más tarde el ex presidente Néstor Kirchner quiso saber quién era aquel soldado que lloró cuando pasaba el féretro de Perón y cuya fotografía dio la vuelta al mundo. Su nombre es Roberto Vassie, un conscripto por entonces de 20 años que proviene de una familia ligada al Sindicato de Luz y Fuerza.
Cuando la prensa se enteró muchos años después de quién era y cómo podía ubicarlo dio algunas notas. Vassie recuerda aquel día lluvioso en que los restos de Perón eran trasladados: “Se sentían los cascos de los caballos. Y el grito de la gente: ¡»Perón, Perón»! Era una cosa que te conmovía todo. Todos estábamos conmovidos. Con tristeza, con alguna lágrima. Después, cuando se acercó, ahí estallé”.
Vassie recuerda: “Sargentos lagrimeaban, tenientes lagrimeaban, había mucha gente que estaba conmovida. Mientras sentía eso venía pensando, o reflexionando, que lo que también iba a pasar era lo que pasó: se nos va el Viejo, y vamos a tener problemas de nuevo. ¿Viste cuando sentís y presentís algo? Él era el que contenía y armaba todo. Se va a ir el Viejo, y vamos a tener problemas, pensé. Tres años, y se acabó todo de nuevo”.