Análisis

Se avecina un frente de tormenta: Fernández deberá calmarse y reorganizar la tropa


Por Diego Añaños

Por Diego Añaños

Los días martes, miércoles y jueves tuvo lugar el 56° Coloquio de Idea, la reunión anual donde figuras de la política, el gobierno y el empresariado se encuentran para debatir acerca de la actualidad político-económica. En su página, Idea se define como: “La voz activa del empresariado argentino que desde hace 60 años incide y contribuye ininterrumpidamente a través del debate, el análisis y la ejecución de propuestas concretas en el desarrollo económico, la calidad institucional, y la integración social del país”. Así se autodefinen. En realidad todos nosotros tenemos el registro de que es un grupo de presión que intenta imponer su propia agenda, una suerte de piqueteros VIP. Si el gobierno de turno la hace suya, se transforman en una manada de caniches con fiebre. Por el contrario, cuando una gestión intenta imponer una agenda propia, y la que surge de las urnas no es la que exigen, seguramente tendrán en Idea un enemigo abierto y declarado.

El presidente Alberto Fernández, en su discurso de apertura del Coloquio, intentó llevar tranquilidad a los empresarios al asegurar que no está dentro de sus planes impulsar una devaluación del peso, cuestión que se viene agitando sistemáticamente desde los medios opositores. A nadie escapa la complejidad de la coyuntura del actual cuadro cambiario (es decir, la multiplicidad de tipos de cambio, las brechas inmensas entre los oficiales y los paralelos, etc), a lo que se suma la vulnerabilidad que muestra el Banco Central en función de sus escasas reservas. Sin embargo, también es cierto que la administración draconiana de las divisas se hace indispensable en momentos como estos, en los que una profunda crisis interna se solapa con una profunda crisis global. Los dólares están disponibles para financiar importaciones estratégicas y hacer frente a compromisos de deuda urgentes del Estado y las empresas. Para lo demás, habrá que esperar.

Paralelamente, el presidente, sostuvo que los depósitos bancarios están seguros y no corren peligro, y afirmó: “Tenemos problemas y hoy mismo enfrentamos un problema por la falta de divisas que heredamos, por una desconfianza que se crea porque se repiten cosas que no son ciertas, desde los que plantean que se viene una devaluación, o que podemos quedarnos con los depósitos de la gente; jamás haría semejante cosa”.

El Coloquio de Idea no es un ambiente amigable para un presidente como Fernández. A pesar de que se identifica claramente con los principios de la producción y el trabajo, no hay lugar para recibimientos afectuosos. Tampoco hay lugar para las consideraciones, incluso para las más obvias. Fernández recibe un país en default con acreedores privados, en default con el FMI, con un cepo cambiario en marcha, con índices de pobreza y desempleo en aumento, una inflación por encima del 54% y en medio de una recesión. A tres meses de asumir se desata la pandemia.

Cualquiera podría pensar que el recién asumido debería tener un hándicap. Pues no, al menos no para una presidente peronista. Y, oh paradoja, cuando los empresarios no saben cómo oponerse, dejan de lado la racionalidad y apelan a un sentimiento: la confianza. Y por qué no tienen confianza en Alberto Fernández los empresarios? En primer lugar por las restricciones cambiaras (claramente un problema heredado), en segundo lugar por el impuesto a las riquezas, en tercer lugar por los cambios en la Justicia, y en cuarto lugar porque sostienen que el gobierno no parece tener un rumbo claro. Parece raro, pero nadie está preocupado por el nivel de actividad económica, por la crisis global, por las políticas de estímulo por parte del estado (que como dijo Fernández en su discurso, llegaron a 236.000 empresas y permitieron garantizar el empleo a 2.500.000 trabajadores).

Seamos claros, los empresarios para tener confianza están esperando que un gobierno les garantice una rebaja impositiva, dólares baratos y a libre demanda, un mercado de trabajo más flexible (precarizado, digamos) y el cierre de las paritarias. Exacto, ya sé lo que pensaron: para recuperar su confianza los empresarios necesitan que el presidente sea Mauricio Macri. Es así, en él tenían confianza, porque les garantizaba sus negocios (ni siquiera por la vía productiva, esto queda claro, sino por la vía especulativa). Fernández no les ofrece eso, en Fernández no confían.

Algunos pensaban que el arreglo con los bonistas tenedores de deuda bajo legislación extranjera traería alivio a la actual gestión. Se equivocaron. El bloque que representa los poderes fácticos de la Argentina está dispuesto a dar la pelea, tanto desde la política empresarial como desde las manifestaciones callejeras. La cronométrica coordinación entre la marcha del feriado y la vuelta a los medios de Mauricio Macri fue maravillosa. Paralelamente, el mundo financiero le da la espalda a Fernández. Un artículo del Financial Times publicado hace dos días, sostiene que la Argentina avanza en curso directo hacia una devaluación fuerte del peso. Hasta Kristalina Georgieva, una paloma entre tantos halcones, mostró los dientes hace algunas horas cuando tuvo que referirse a la situación Argentina.

Si volvemos a la vieja epistemología económica climatológica, inaugurada por Mauricio Macri, podemos decir que se avecina un frente de tormenta. Fernández tendrá que calmarse y reorganizar la tropa, porque no se vienen tiempos fáciles. Es tiempo de pulir al milímetro la comunicación y evitar los tan perjudiciales errores no forzados. Finalmente, habrá que asumir, de una vez por todas, que se juega con las corporaciones y los medios en contra. Es un dato de la realidad, como la temperatura y la humedad. Si no, le sugerimos al presidente que se arrime hasta Rosario y hable con los hinchas de Central, tal vez acá le puedan contar cómo jugarían contra Boca si los volviera a dirigir Ceballos.