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Rosario ya se paraliza con un clásico histórico


Se destapa una cerveza en un bar. La chapita rebota en la mesa y cae al piso. El sonido retumba. Es temprano. No son ni las diez de la mañana, pero ya hay vasos llenos y corazones felices. ¿La explicación? La previa del clásico rosarino. Pero la postal no es en Rosario, sino en Buenos Aires. Canallas y leprosos no dudaron un segundo en acercarse a los hoteles donde se alojan sus equipos y en “copar” las calles porteñas. No pueden entrar a la cancha y lo saben. Están ahí sólo para respirar ese aire de partido importante, de partido histórico.

En Rosario el jueves amaneció nublado. Ambiente que transmite y grafica a la perfección la tristeza de tener que ver por una pantalla de 32, 42 o 50 pulgadas (o quizás por la de un celular) un partido que alguna vez supo ser de la ciudad. En Sarandí, donde todo sucederá, el sol permanece en lo más alto de una jornada que ya se percibe distinta. Porque claro: no es un clásico más y, por supuesto, su resultado tampoco lo será.

Con un rotundo “hoy ganamos”, o un dudoso “No, gracias… prefiero no hablar”. Así contestan y esquivan los hinchas las constantes encuestas callejeras que intenta presagiar un resultado. A pesar de la confianza ciega de algunos (que no es poca cosa habida cuenta del nivel actual de ambos equipos), existe una sensación timorata. Y es en ambas veredas. Porque el que viene perdiendo puede resucitar de una manera fantástica eliminando al rival de toda la vida, en lo que sería un hecho que casi empardaría la diferencia de clásicos que hubo en el último tiempo. Pero también porque si gana el que viene ganando, el antes mencionado estará más hundido que nunca.

Fue tan amplio el preámbulo de este clásico que ya pocas ganas quedan hasta de reprocharse que este partido sea a puertas cerradas o no se juegue en Rosario. Las cartas están ahí arriba, en la mesa. Es así, porque varios quisieron que fuera así. Ya hubo tiempo para lamentos, que no tardaron en llegar, pero que ya de nada sirven.

Patricio Loustau dará inicio a las 15.30 al partido más importante de los últimos 13 años. Todo terminará, con suerte, a las 17.30. O quizás más cerca de las 18, con una tensión que literalmente partirá en dos a Rosario.

Avanza el reloj. La ciudad empieza a respirar un aire que conoce y que extraña. El paso acelerado de algunos por la peatonal Córdoba permite distinguir el nerviosismo. Los grupos de amigos esperan definiciones: si hay almuerzo y partido, o si sólo hay partido. Otro ya le puso pilas a la vieja radio porque no pudo escapar del trabajo. Ella ya preparó sus redes sociales para seguir el clásico por ahí, porque no le quedará otra. Todos lo viven, porque no puede ser de otra manera: esté lejos o cerca, no habrá forma de mirar hacia otro lado.