Borrosa fotografía publicada en 1928 en el vespertino Reflejos, que muestra a prostitutas y clientes en el patio interior de un prostíbulo ubicado en la calle Pichincha de Rosario. La mayoría de las mujeres que trabajaban como “camareras de los cafés de la sección novena”, según el cómplice eufemismo de las crónicas policiales del diario La Capital en esos años, eran jóvenes judías nacidas en las zonas más pobres de Polonia o Rumania.
No siempre como quiere el mito construido, inmigradas por la fuerza del engaño, si no más bien venidas por múltiples causas. La miseria y explotación en sus lugares de origen, el deseo de una vida mejor y el machismo dominante en sus propias familias tuvieron mucho que ver.
La veintena de burdeles rosarinos reglamentados y establecidos en estratégica cercanía a un punto nodal como era entonces (1911 a 1933) la estación ferroviaria Rosario Norte, constituyeron un sistema fordista de explotación sistematizada de un plantel permanente y siempre renovado de más de medio millar de pupilas. Ellas hacían su trabajo, al servicio de esa maquinaria que daba pingues beneficios a los rufianes y sus cómplices policiales, judiciales, políticos y periodísticos; y que como tétrica contrapartida, gastaba sin piedad a las mujeres que solían terminar encerradas en sifilicomios.