El 24 de marzo de 1980, monseñor Óscar Arnulfo Romero perdió la vida enfrente de su comunidad, dentro de su capilla. Pero no la perdió, se la quitaron de un disparo en medio de la celebración de una misa.
La capilla de San Salvador fue escenario de un cruel asesinato y sus fieles los testigos. Jorge Pinto, fue uno de ellos. De hecho, la misa se brindada en memoria de su madre. Él describió en sus memorias: «El disparo sonó como una bomba». Y la detonación se sintió al compás de las últimas palabras que pronunció Romero aquel día.
Unos días antes, el entonces arzobispo de El Salvador había pedido a los integrantes de las Fuerzas Armadas que no mataran a «sus mismos hermanos campesinos» y desobedecieran las órdenes que les habían dado.
Romero fue canonizado este domingo por el papa Francisco, a 38 años de su muerte. Durante años, un sector poderoso del Vaticano se negó a brindarle este honor. Pero la gente no. En el corazón de los cristianos, es «el Santo de América» desde hace ya muchísimos años, aunque la confirmación haya sido recién ahora.
Su asesinato, inexplicablemente, sigue enmarcado en la impunidad. Por la muerte de San Óscar Arnulfo Romero hubo sí un condenado, pero logró darse a la fuga y no se trataba del autor material del crimen. La identidad de quien jaló el gatillo nunca fue devalada.
Los forenses determinaron, en aquel momento, que la bala, que dispararon desde un auto que estacionó en la puerta de la capilla momentos antes de tirar, impactó muy cerca de su corazón. «A 20 centímetros de la línea clavicular anterior y a 6 centímetros del esternón», dejando «un agujero circular con un diámetro de 5 milímetros». Las lesiones internas que le produjo el disparo le costaron la vida.
«Preocupado»
En aquel marco de convulsión política que vivía El Salvador en esa década, una adolescente, Patricia Morales, vio en primera persona el tormento por el que pasaba el arzobispo.
«Mi hermana y yo lo vimos dos días antes de su muerte, en el lugar adonde fue asesinado, la capilla. Nosotros fuimos a una boda allí. Y después de la boda, cuando salimos, lo vimos.»
«Estaba caminando por el rosedal, vestido de blanco. Nosotras éramos adolescentes, y dijimos: ‘Mira, monseñor Romero, vamos a saludarlo, está solo’ Y nos acercamos y le dijimos: ‘Hola, ¿cómo está?’ Y respondió con una sola palabra: ‘Preocupado’. Fue muy amable, pero dijo sólo eso: ‘Preocupado'».