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Rodando con Peludos: los viajes de una rosarina, su novio colombiano y sus mascotas


Narela tiene 22 años y partió de Rosario hacía Perú, donde conoció el amor de Eduardo y juntos recorrieron el país en bicicleta, luego adoptaron a un perro y una gata, pero la sorpresa llegaría casi 2 años después: se agrandó la familia

Por Gonzalo Santamaría

La ciudad se aleja y comienza el viaje de Narela. Las rutas pasaron a ser sus pasillos, los pueblos recónditos de Sudamérica sus diversos hogares, las grandes urbes son sólo un paso. Primero Brasil, luego el norte de Argentina, Bolivia y hasta llegar a Perú, donde su vida daría una vuelta que sólo la vida puede explicar.

Ella es una rosarina que cambió el pavimento por los grandes campos, la comodidad de una cama común por la experiencia de acampar a lo largo y a lo ancho del continente. Se quitó de encima las posesiones materiales. Las aventuras están a la orden del día, ríos cruzados con botes, kilómetros y kilómetros primero a dedo y más tarde en bicicleta, un amor cafetero, Inca y Medicina, una cuenta de Facebook y una familia que crece de a poco.

Narela Baduna cuenta con entereza y gracia sus vivencias, casi sin darse cuenta de lo que hizo, como si su mirada estuviera más allá de las avenidas y la humedad de Rosario.

“Acá queres cosas y viajando buscas experiencias o momentos. De eso nos nutrimos de las cosas que aprendimos a hacer. Muchas veces te enfrentas a lugares donde lo que sabe uno no sirve y tiene que aprender otras cosas. Nos gusta mucho este estilo de vida”, esbozó la joven de 22 años a CLG.

Primero, con tan sólo 18 años, decidió ir a Brasil y viajar durante dos años. Allí tuvo varios empleos que la pusieron frente a realidades distintas, como la de los viajeros y su estilo de vida diferente. Eso quería la rosarina, quería vivir, según ella “más el día a día”.

Tras el viaje carioca no tardó en armar su mochila y volver a salir a las rutas argentinas. Primero el norte, todo a dedo, luego Bolivia y semanas más tarde Perú, que sin quererlo se transformó en su segundo país. Su idea era llegar a Colombia, pero la pandemia detuvo su andar. Aunque el destino le tenía otra sorpresa.

Narela y Eduardo en el Monumento a la Bandera

En el país inca, donde estuvo más de 18 meses, conoció a Eduardo, un colombiano de 27 años que conoció en un hostel, y tuvo varios cruces en distintos pueblos y ciudades, se transformó en su pareja.

Pero no fue hasta un encuentro en Cusco que decidieron formalizar su amor y viajar juntos.

Ambos viajeros tiene una pasión por los animales y no dudaron de adoptar aquellos que eran abandonados en las calles peruanas.

Ellos se conocieron en Ica, donde Eduardo adoptó a Medicina la gatita viajera que los acompaña. Estaba abandonada en un hostel rodeada de perros y la tomó como propia. Luego en un breve paso por Arequipa apareció Inca y fue ella quien le puso nombre, el perro comenzó a completar la familia.

La música del novio y los incienso artesanales de la novia mantenían la experiencia, también “hicimos de todo, artesanías, acroyoga o malabares”, contó Narela. Los viajes en colectivos se mechaban con la idea de pedalear con sus bicicletas.

Narela e Inca en el Valle Sagrado

El primer sitio recorrido fue el Valle Sagrado de los Incas, donde realizaron la caminata del Choque Sagrado. “Son dos días de ida y dos de vuelta, y lo hicimos con Inca, se la bancó”, relató la rosarina a CLG.

Después el norte y las sierras peruanas donde el coronavirus los interceptó y detuvo. Allí le llegó a cada uno la posibilidad de ser repatriados, pero la condición era dejar a los animales. Algo que la pareja negó rotundamente: “Muchos abandonaron en Perú, nosotros no íbamos a dejar a Inca y Medicina”.

Frente a la problemática comenzaron a pedir ayuda a las familias viajeras de Perú en busca de alojamiento. Con las restricciones su trabajo mermó y tuvieron que “manguear comida”. Llenó los grupos de animalistas peruanos en busca de un hogar, su cuenta personal exponía todos los días sus necesidades.

Fue entonces que Narela y Eduardo crearon Rodando con peludos”, el Facebook donde fueron contando su historia, buscando una casa donde poder estar con sus animales, mostrando su día a día y exponiendo los productos que venden para subsistir.

El hostel que fue su refugio los encontró con otras 25 personas entre argentinos, peruanos y ecuatorianos. Dormían en una carpa para no tener tanto contacto con la gente debido a la pandemia y vieron a su gatita Medicina tener cinco crías.

Luego de unas semanas decidieron salir y dos familias se ofrecieron a hospedar a Narela, Eduardo, Inca y Medicina. En ese momento pensaron en continuar el viaje y como muchos colectivos no permiten animales, armaron unas bicicletas para llegar a Argentina. “Eran hermosas, tenían unos carritos para llevar al perro y a la gata, lo que sí, eran pesados”, relató la joven.

De Trujillo a Moche, casi 10 kilómetros a pedal, pero por el peso regresaron para refaccionar su transporte: “Nos pegamos la vuelta y vendimos los carritos para cosernos unas alforjas en dos semanas”.

Nuevamente a la ruta y otra vez Moche como ciudad cumbre. Buscaron descanso luego de pedalear y dieron con una “familia de la selva”, como la denominó Narela. Pasaron algunos días ahí y otra vez el destino golpeaba la puerta. “El dueño de la casa me dijo que tenía cara de gestante, me hice el test y me dio positivo”, detalló la rosarina que no esperaba esa noticia. De todas formas reconoció: “Fue algo hermoso”.

“Si no pudimos hacer ese viaje por algo será”, dijo y a pesar de “amar” a las bicicletas reflexionaron y soltaron la materialidad para volver en transporte hacia Argentina.

Narela, Inca, Medicina y Rick

Nuevamente a Trujillo. Ocho semanas corría del embarazo y una habitación de Wanchaco recibió a la familia que se estaba agrandando. Vómitos por doquier marcaron los cinco primeros meses del embarazo y la idea de que su hija nazca en Argentina seguía latente.

“Algo dentro mío me decía que vuelva a Rosario”, recordó la mujer y contó que en ese monambiente vivía junto a Eduardo, Inca, Medicina y Rick (uno de los hijos de Medicina que decidieron quedarse). Justamente con éste último atravesaron el dolor. Rick, al no ser un animal viajero, “no conocía el peligro”, explicó la argentina, fue entonces que salió por la ventana de la habitación y fue atropellado. A la familia le tomó varios días poder recomponerse y volver a pensar en el viaje.

Esa sensación hizo que regalen todo y tomen la ruta para Rosario debido a que “en Perú si no tenes plata no te atienden y queríamos lo mejor para la bebé”.

Lima. Arequipa y varios pueblitos vieron pasar a esta familia. Más de 30 pueblos y ciudades recorrieron en sus periplos sudamericanos. Y luego de Perú fueron a Bolivia, donde no la pasaron tan bien.

Puede ser una imagen de una o varias personas y gato
Así viajaban los animales por Perú

Poco tiempo estuvieron en el país, pero vivieron una situación por demás de estresante. El último día antes de partir dejaron los animales en la habitación, pidieron permiso para realizar el check out algunas horas más tardes y se lo dieron. Sin embargo, al momento de reclamar sus pertenecías y animales, se mostraron resistentes, tanto como para retrasarlos dos horas. Finalmente le abrieron las puertas, tomaron sus cosas pero ya era demasiado tarde para llegar a la terminal y subirse al micro que habían reservado. “Teníamos pasajes a las 18:30, llegamos 18:32 pero el colectivo se había ido. No nos cambiaron los pasajes y sentimos que nos robaron”, remarcó con la viva impotencia del momento.

Luego de algunos viajes frenéticos llegaron a la Quiaca, ya en Argentina, donde se encontraron con la familia de Narela y desde allí a Rosario, donde la casa de la abuela de ella es el hogar de esta familia.

Es verdad que paramos por la bebe, queríamos que nazca acá y que agarre fuerza. La idea es hacer una camioneta y seguir viajando por el mundo”. El sur de Argentina, Uruguay, Brasil y llegar hasta México, son las ideas de esta pareja que con la recién nacida Ixchel, el nombre que eligieron para su hija nace de una diosa de la cultura Maya, del amor, de la gestación, del agua, de los trabajos textiles, de la luna y la medicina.

“Es tan grande todo que no da para quedarse en un lugar, la vida viajando es completamente diferente, uno valora mucho más la vida, las simples cosas. Uno se desapega de todo y no le interesa tener cosas materiales como cuando estás en la ciudad”, resumió Narela en Rosario y en comunicación con CLG.

Puede ser una imagen de perro, alimentos y hierba
Inca y Simba (el perro de la familia de Narela) compartiendo el juguete

Sobre el final volvió a remarcar lo importante de “valorar lo simple” o “lo que uno no valora en la ciudad” y reconoció que en “Rosario vivía en mi burbuja y en el resto del mundo hay gente que no tiene ni para comer o trabajar de muy pequeño”. Entonces, sentenció que en Argentina “tenemos mucha suerte, otros no tienen salud o muy pocos estudios”.

Para ella “salir a viajar es golpearse con la realidad de todos lados. Llegas a un lugar te adaptas y al otro días te enfrentas a otra cosa diferente y tenes que volverte a adaptar”. Y remató sus palabras con la lección que le dejó su tiempo como viajera: “Lo que aprendí es a acoplarse sea a donde sea que estés”.