Mascotas

Rescataron a un mono encerrado en un armario y ya consiguió hogar


Luego de ser rescatado de un armario sin luz, agua ni ventilación, Coco fue derivado por la Unidad Fiscal Especializada en Materia Ambiental (Ufema) a la sede de la ONG "Pájaros Caídos"

Por María Clara Olmos – Télam

Luego de ser hallado en condiciones de abandono durante un allanamiento en la Ciudad de Buenos Aires, el mono «Coco» se recupera con el paso de los días en manos de su cuidadora, Silke Lienhard, voluntaria de la ONG Pájaros Caídos, y comienza el camino hacia «una vida en libertad», aunque probablemente no sea en su hábitat natural.

Alcanza con poner tan solo un pie dentro de la casa de la voluntaria Silke Lienhard, donde momentáneamente se encuentra Coco, para transportarse a través de sonidos y olores a lejanos ambientes naturales dada la presencia de animales silvestres rescatados que de allí nunca tendrían que haber salido.

Uno de ellos es Coco, el mono carayá de al menos cinco años que fue encontrado en la madrugada del domingo pasado por la Policía porteña durante un allanamiento en una casa en el barrio porteño de Belgrano R, denunciada reiteradamente por ruidos molestos y la organización de fiestas hasta altas horas.

Luego de ser rescatado de un armario sin luz, agua ni ventilación, Coco -su nombre era Simón cuando estaba en cautiverio- fue derivado por la Unidad Fiscal Especializada en Materia Ambiental (Ufema) a la sede de la ONG «Pájaros Caídos».

«Lo recibimos arrastrándose, casi sin poder moverse y hecho un bollito. Lo primero que hicimos fue darle un ambiente calmo y empezamos de a poquito a darle la comida que le corresponde a su especie», narró Clara Correa, presidenta de la organización.

Si bien se trata de una ONG especializada en el rescate de aves, sus integrantes no dudaron en acudir ante el aviso emitido por la Ufema de un animal en riesgo.

A partir de allí, y como en cada caso que les llega, las personas voluntarias ponen todo de sí para lograr la recuperación de los animalitos, mostrando una admirable vocación y respeto hacia ellos.

«Con él tuvimos una conexión inmediata, se acercaba mucho a mí y creo que se siente muy a gusto conmigo. Yo trato de transmitirle paz y tranquilidad», contó en diálogo con Télam la voluntaria Silke, mientras Coco comía en su regazo hojas y frutas variadas, muchas de ellas donadas por vecinos que se pusieron a disposición para colaborar.

«Nunca me imaginé que iba a tener un mono en mi casa, pero se dio así y me siento honrada de poder ayudarlo», agregó la rescatista, quien desde chica mostró un amor y respeto innato por los animales, cuando su abuela le daba una mensualidad de cinco pesos para helados y cine y ella lo gastaba en comida para animales callejeros.

Y manifestó: «Siempre trato de inculcar el amor y el respeto, y concientizar que tener un animal implica una gran responsabilidad, que hay que hacerse cargo de darle todo lo que necesita», dijo y con tristeza aseguró que «lo que han hecho con Coco, es crueldad pura».

«Ojalá pueda tener una vida digna dentro de lo que se le puede dar hoy y que las personas tengan conciencia de que los animales silvestres corresponden a la naturaleza. Si logramos eso su sufrimiento no habrá sido en vano», expresó.

Cada mañana, Silke hace una recorrida por toda la casa y el patio para saludar a sus dos perros, dos conejos, dos gallinas, una lorita barranquera, una paloma y ahora Coco, que permanece en cuarentena sanitaria aislado del resto de los animales.

Mientras Silke dedica horas a estudiar y conocer los hábitos, las necesidades y las dolencias de Coco, Perica -la lorita barranquera- reclama su atención con los gritos característicos de su especie desde la otra punta de la casa.

«Es tremendo pensar que el grito de una lorita debería ser un sonido normal para Coco, pero en cambio es algo que a veces lo asusta», lamentó la rescatista, quien sin embargo destacó que a medida que pasan los días va aumentando la confianza con el entorno.

«Lo noto en su mirada, que es impactante. Los primeros días tenía los ojos desorbitados, ahora veo una mirada más pacífica, tranquila y sin miedo», contó Silke con una voz armónica que evidentemente le provoca una tranquilidad especial a Coco, quien la mira y con sus manitos le señala el lugar específico donde quiere ser rascado.

«El día que llegó yo lloraba porque pensé que no tenía chances, pero en estos días está mejorando y pienso que puede haber un milagro con él», señaló la voluntaria y adelantó que el lunes próximo Coco tendrá una interconsulta con veterinarios del Bioparque Temaikén para evaluar las multiplicidad de afectaciones físicas y psicológicas, y analizar la viabilidad de su trasladado a un centro de rehabilitación para animales con discapacidad, en la Fundación ONG Carayá, en la provincia de Córdoba.

En Argentina existen cinco especies de primates y todas están en peligro de extinción, según la Asociación de Primatología Argentina (Aprima).

En ese marco, el aún vigente mascotismo aporta «su granito de arena» al proceso de extinción de estas especies, sólo por un «capricho humano» de reducirlos al cautivero y, en este caso, al maltrato animal.

Coco fue hallado sin dientes y con el cuerpo mayoritariamente atrofiado por una mala alimentación, pesando casi seis kilos menos de lo que debería pesar.

Además, a pesar de ser un mono aullador, Coco no tiene la hiperactividad característica de su especie y no hace más que ruidos roncos, por lo que cabe la posibilidad de que «tenga incluso las cuerdas vocales cortadas».

Los aullidos del carayá -ensordecedores cuando se está en presencia de muchos de ellos- tienen una relevancia vital en el ecosistema y para quienes lo estudian.

Al respecto, el presidente de Aprima, Martín Kowalewski, aseguró que si se pierden estos aullidos, se pierden «nuestros avisadores naturales».

«Nosotros los llamamos ‘sindicalistas del monte’, porque se transformaron en la voz del territorio. Cuando se calla el monte, cuando no se escuchan sus aullidos, es porque algo malo está por pasar o ya pasó», expresó el especialista, quien destacó a su vez el rol de «centinela» de la salud pública, al alertar por ejemplo la presencia de fiebre amarilla -enfermedad a la que son muy susceptibles- y evitar así la urbanización de la patología.

Sin embargo, dado su estado de salud, que «probablemente mejorará», Coco ya no podrá volver a su hábitat natural, al no poder trepar un árbol ni saber vivir en comunidad, por lo que quedó «condenado de por vida a depender de los humanos».

«Muchas personas que con la pandemia se sintieron encerradas tomaron conciencia de lo que es condenar a un ser vivo al encierro. Si podemos cambiar eso y empezar a considerar a los animales como seres sintientes y no como cosas, no habrá sido en vano tanto maltrato», concluyó con esperanza la rescatista Silke.