Por Carlos Duclos
¡Locura! ¡Disparate! ¡Insensatez! ¡Bellaquería sin límites! ¡Ignorancia! ¡Crimen! Esa es la orden del día en la República Argentina de nuestros días. Las víctimas son seres humanos, pero no quedan al margen los hermanos animales, como los pobres perros callejeros de Puerto Deseado, en la provincia de Santa Cruz, que podrían ser condenados a morir, si se descontrola la población y se los considera (¿quién?) peligrosos, a partir de la vigencia de una nueva y cuestionada ordenanza municipal.
Muchos medios del país, como Con La Gente Noticias, dan cuenta de esta noticia diciendo que “el artículo dos se refiere al raro concepto de «sacrificio eutanásico», lo que define como “acto por el cual se provoca la muerte del perro de una manera plácida, sin dolor, temor o ansiedad que se realiza para evitarles sufrimientos o siempre que concurran motivos sanitarios y ambientales, justificados y lleve a cabo personal facultativo autorizado”.
A todas luces una locura, porque no puede hablarse de placidez cuando una vida, sea humana o animal, es condenada a morir ¿Muerte por qué? ¿Porque se considera a los perros callejeros una plaga peligrosa? En rigor de verdad no hay más peligroso que la plaga de seres humanos puestos a dirigir una sociedad sin los atributos necesarios para llevar adelante políticas que, precisamente, impidan la proliferación de animales sueltos o callejeros.
Tan desatinada es la ordenanza en algunos de sus puntos, que cuesta creer que haya sido sancionada y promulgada por dirigentes cuya virtud debería ser la sensibilidad por cualquier forma de vida. Tanto es así, que hasta se contempla la aplicación de multas para los vecinos que den de beber y de comer a los perros callejeros ¿Puede creerse?
La ausencia de valores y sentido común en esta Argentina de nuestros días es proverbial; la ausencia de creatividad para solucionar problemas es el efecto de una mediocridad que apabulla al ser medianamente pensante.
En fin, que hasta nuestro querido y recordado Platero, de Juan Ramón Jiménez, quedaría ingratamente sorprendido ante esta obra maestra del horror. La ordenanza lleva las firmas de Juan Raúl Martínez, presidente del Concejo Deliberante de Puerto Deseado, y de Constanza Patek Cittanti, secretaria general del organismo, y al parecer está firmada por todos los ediles. Ediles que podrían redimirse de semejante esperpento (que ha merecido el repudio de todos los amantes de los animales del país y que seguramente encontrará réplica en el mundo) creando refugios públicos en lugar de proponer la muerte como solución al problema.